El papel de la Iglesia

La descentralización del poder real y el surgimiento del sistema feudal, entre los siglos IX y XI, fue acompañado de una serie de enfrentamientos violentos entre los señores feudales, particularmente en la actual región francesa. Algunas iglesias, monasterios, feudos y villas sufrieron ataques de nobles caballeros que deseaban apropiarse de tierras y riquezas. La Iglesia procuró restablecer la paz social mediante una política que los contuviera y disciplinara: amenazaron con la excomunión y castigos sobrenaturales a quienes realizaran actividades militares en los territorios protegidos por la Iglesia (a donde fueron a concentrarse las viviendas de los campesinos) y les obligaron a realizar un juramento sobre alguna reliquia, poniendo a Dios por testigo. El texto del juramento, establecido por el obispo de Beauvais en 1023-1025, decía así:

“No invadiré una iglesia de ningún modo; en razón de su salvedad, no invadiré tampoco ningún granero situado en el recinto de una iglesia. No atacaré a clérigos ni monjes; no saquearé, no despojaré, no capturaré a campesinos, ni a comerciantes, ni a peregrinos, ni a damas nobles ni a ningún ser desarmado.”*

* George Duby, “Los feudales” en Obras selectas de George Duby, presentación y compilación de Beatriz Rojas, México, FCE, 2004, p. 133.

Estas disposiciones, conocidas con el nombre de “la paz de Dios”, fortalecieron la organización de la sociedad feudal que, desde la época del Imperio Carolingio (siglos VIII-IX), venía promoviendo la élite gobernante, en particular, la Iglesia. Dicha élite había elaborado una teoría que proponía la organización de la sociedad de acuerdo a tres estamentos claramente diferenciados:

  • los bellatores o caballeros, cuya función era proteger a la población;
  • los oratores o clérigos, cuya misión era rezar por la salvación de todos;
  • y los laboratores o trabajadores, a quienes correspondía mantener con su trabajo a guerreros y miembros de la Iglesia.

El esquema tripartito de la sociedad era justificado y defendido por la Iglesia cristiana, la que aseguraba que este orden había sido dictado por Dios y, por tanto, no podía ser cuestionado ni subvertido por ningún ser humano: quien rompía con el orden terrenal atentaba pues contra el orden divino. Como puede observarse, bajo este argumento se procuraba evitar la violencia que podían ejercer los bellatores contra el pueblo indefenso pero también se legitimaba la desigualdad social y la explotación de los siervos campesinos. Así lo señalaba el monje Eadmer de Canterbury a principios del siglo XI:

“La razón de ser de los corderos es proporcionar leche y lana; la de los bueyes, trabajar la tierra; la de los perros, defender de los lobos a los corderos y a los bueyes. Si cada especie de esos animales cumple su oficio, Dios los protege [...]. Igual hace con los órdenes que ha establecido con vistas a los diversos oficios que se han de realizar en este mundo. Ha establecido a los unos –los clérigos y los monjes– para que rueguen por los otros y para que llenos de dulzura como los corderos, los empapen con la leche de la predicación y les inspiren con la lana del buen ejemplo un ferviente amor de Dios. Ha establecido a los campesinos para que hagan vivir –como los bueyes con su trabajo– a sí mismos y a los otros. A otros, en fin –a los guerreros– los ha establecido para que manifiesten la fuerza, en la medida de lo necesario, y para que defiendan de los enemigos, como de los lobos, a los que ruegan y los que cultivan la tierra.”*

* Estudios de Historia medieval, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, 1988, pág. 350.

Buey
Buey
Perro
Perro
Cordero
Cordero

La Iglesia cristiana jugó un papel muy importante en todos los órdenes de la vida medieval, no sólo en lo que corresponde a la organización social, sino también en los aspectos políticos, económicos y culturales. El proceso de conformación de esta institución religiosa tiene una larga historia que se remonta hacia los últimos siglos de vida del imperio romano. Incluso podría decirse que, en tanto institución, la Iglesia surgió y se afianzó en Occidente de la mano de la crisis que asolaba a dicho imperio. En el siglo III, el cristianismo, una religión de origen oriental, se difundió ampliamente en el territorio conquistado por el imperio romano, en parte por su capacidad para absorber elementos de distintas religiones y filosofías, y en parte también por ofrecer una doctrina de salvación eterna a un mundo desgarrado por diferentes conflictos y que había perdido confianza en sus ideales y dioses tradicionales.

La aceptación de esta religión por parte de la sociedad romana fue tal que el emperador Constantino se convirtió a ella y la legalizó, poniéndole fin a la persecución del estado romano contra los cristianos. Más tarde, en el año 380 d.C., otro emperador, Teodosio, la impuso como religión oficial. A partir de ese momento, la Iglesia asimiló la estructura del estado romano y se asumió como continuadora de la tradición latina y de la gloria del imperio, siendo su principal objetivo construir un orden universal cristiano montado sobre la herencia romana. Así, la Iglesia buscó mantener la unión de todos los cristianos bajo su autoridad; de hecho, esta llegaría a ser la única institución capaz de sobreponerse a la fragmentación política de Europa.

Los representantes de la Iglesia procuraron establecer alianzas con los distintos poderes políticos que fueron afirmándose a la caída del imperio romano. En principio, el papado apoyó a los reyes francos (Carlomagno entre ellos) para que defendieran el cristianismo de la amenaza del avance musulmán, reunieran los distintos reinos romanogermánicos bajo la autoridad de un gran imperio de carácter cristiano y contribuyeran así a consolidar el poder de la Iglesia. Una vez disgregado el imperio carolingio, la Iglesia volverá a apoyar una nueva autoridad civil, la del Sacro Imperio Romano-Germánico que surge hacia principios del siglo X y que se enfrenta al creciente poder de los señores feudales.

Coronación de Carlomagno por el papa León III
Coronación de Carlomagno por el papa León III

La expansión del cristianismo en estos siglos se dio gracias al trabajo misional y evangelizador de los monjes, quienes además realizaron una importante labor cultural. En sus monasterios (muchos de ellos abiertos a los laicos), se enseñaban, además del latín, las llamadas “artes liberales”: gramática, retórica, filosofía, geometría, artimética, astronomía y música, así como técnicas para mejorar la agricultura y la reproducción de los animales, conocimientos sobre plantas medicinales, entre otros. Algunas órdenes religiosas se destacaron también en la tarea de copiar libros e ilustrarlos con preciosas miniaturas.

En ese sentido, los monasterios no sólo eran concebidos como la mejor garantía del favor divino, dadas las constantes oraciones y súplicas de sus moradores en favor de la población local, sino que también fueron importantes centros de vida comunitaria, de educación y conservación del saber de la antigüedad, incluida la lengua latina, de la que se derivarían los futuros idiomas nacionales (como el francés, español, italiano, etcétera). Asimismo, los monasterios fungieron como espacios de retiro para los señores feudales envejecidos, lugar de entierro de los feligreses, refugio para los pobres, viudas, huérfanos y enfermos, así como dispensador de limosnas en épocas de escasez.

La orden benedictina de Cluny fue el modelo a seguir por todas las demás órdenes monásticas medievales. Cluny creó una extensa orden federada en la que los administradores de las casas subsidiarias (más de 1000 en toda Europa) estaban subordinados al abad de Cluny. La abadía y los monasterios eran autosuficientes e independientes, es decir, no respondían a ninguna autoridad civil. En el siglo XI, la orden de Cluny llegó a integrar hasta 10,000 monjes. Se dedicaron a conservar y difundir la cultura mediante la copia de manuscritos. Los trabajos físicos eran realizados por siervos.
Las primeras bibliotecas cristianas se formaron en los monasterios e iglesias, de uso exclusivo de los clérigos. A falta de imprenta, los monjes copiaban los libros y los ilustraban a mano. El bibliotecario era la persona más importante después del abad. Gracias a su celosa labor se conservaron muchas de las obras de la antigüedad clásica, incluso aquellas que fueron prohibidas por la Iglesia.

Con el resurgimiento del comercio y la expansión de las ciudades, la Iglesia edificará, con el apoyo financiero de la población, magníficas catedrales para la celebración del culto religioso, así como las primeras universidades. La vida cultural de los monasterios aislados se trasladará entonces hacia las concentraciones urbanas.

Las catedrales fueron símbolo de la importancia política y económica de las ciudades, en detrimento del campo. La altitud y formas triangulares del estilo arquitectónico gótico manifestaban el deseo de alcanzar lo divino. Este tipo de arquitectura surgió en Francia y pronto se difundió por toda Europa.
Las más antiguas universidades europeas fueron fundadas por los árabes, como la Universidad de Córdoba (España) en el siglo VIII, y la Universidad de Salerno (Italia) en el siglo X. Ellas serán el puente entre la cultura árabe y la cristiana. Posteriormente se fundarían las primeras universidades cristianas, sobre la base de las escuelas catedralicias, entre las que destacan la de Oxford (Inglaterra), Salamanca (España), Bolonia (Italia) y París (Francia). En ellas solía enseñarse, además de las “artes liberales”: Derecho, Humanidades y Teología.

Gracias a las actividades de la Iglesia, la vida cotidiana en la Edad Media se encontrará fuertemente influida por los principios morales y las creencias religiosas cristianas. A la par del proceso de expansión de su poder político, la Iglesia logrará también amasar una gran fortuna mediante la recepción de tributos de los feligreses (conocidos con el nombre de diezmo), limosnas de los peregrinos, donaciones de tierras y feudos, así como de objetos suntuarios por parte de la gente rica que deseaba purificar su alma. Con esas riquezas no sólo se engalanará la liturgia y los interiores de las iglesias, sino que además se irá conformando un caudal de propiedades, al punto tal que la Iglesia llegará a ser la dueña de aproximadamente una tercera parte de la tierra en la Europa Occidental. Uno de los motivos por los que se impuso el celibato a todos los miembros del clero, era justamente la preocupación de la Iglesia por llegar a perder sus tierras a causa de la herencia. De este modo, la Iglesia llegó a ser la más rica y poderosa terrateniente de la Edad Media, incluso la principal prestamista de la época.