La Iglesia en la Edad Media

Los miembros del clero fueron predominantemente la clase intelectual de la Edad Media. La Iglesia concentraba el saber en sus bibliotecas, monasterios y universidades, e impartía educación a los laicos. Como los clérigos sabían leer y escribir, se desempeñaron muchas veces como funcionarios reales.

La Iglesia se encargó de organizar a la sociedad feudal en tres grandes grupos y le atribuyó a cada uno de ellos una función especial: protección militar, protección espiritual y trabajo. Al predicar este modelo de organización social, los miembros del clero buscaban establecer un tipo de comportamiento moral, erradicar la violencia interna, resguardar los bienes de la Iglesia de posibles depredaciones, restaurar la tranquilidad social y asegurar la reproducción de las condiciones materiales de vida de los grupos dirigentes. Sin embargo, ello significó la explotación de los siervos. Los principios morales y religiosos del cristianismo modelaron la vida cotidiana de la sociedad medieval. Éstos fueron difundidos y arraigados en la sociedad gracias a la activa labor misional y evangelizadora del clero regular (monjes y sacerdotes).

La tierra fue la principal riqueza en la Edad Media, en torno a la cual se estructuraban las relaciones político-económicas de la sociedad feudal. La Iglesia fue acumulando bienes hasta convertirse en la institución más rica del periodo: no sólo fue la principal terrateniente, cuyos representantes administraban numerosos feudos, sino que además recibía los tributos (en especie y en trabajo) de los siervos, así como donaciones y herencias de los nobles. Dentro de su labor económica se encontraba la de repartir limosnas a los necesitados e incluso otorgar préstamos.

La Iglesia fue la única institución que logró imponerse a lo largo y ancho de la Europa occidental una vez fragmentado el poder político. Así, la Iglesia mantuvo un fuerte vínculo espiritual en Europa, basado en la idea de comunidad cristiana encabezada por el Papa, y buscó afirmar su poder por encima de emperadores y reyes, arrogándose el derecho a coronarlos (lo que no siempre fue admitido por los dirigentes políticos). En la imagen se observa al Papa Silvestre I otorgando el poder imperial a Constantino, quien puso al estado romano al servicio de la Iglesia y posibilitó su expansión.