En el año 258 de nuestra era, el emperador Diocleciano (244-311) dividió el Imperio Romano en dos con el fin de tener más control sobre el enorme territorio. En el año 330, Constantino (272-337), primer emperador cristiano, reunificó nuevamente el imperio y cambió la capital a Bizancio, antigua ciudad griega que posteriormente se llamaría Constantinopla. La estratégica ubicación de Bizancio, entre el Mar Negro y el Mediterráneo, era la conexión entre oriente y occidente, por lo que Constantinopla dominó el comercio entre Europa y Asia.
En el 395, después de la muerte del emperador Teodosio I (347-395), el imperio se dividió nuevamente para no unirse nunca más. La parte occidental o Imperio Romano de Occidente con su raíz latina, llegó a su fin en el 480 cuando fue invadido por los germanos. En tanto, la parte oriental con su raíz griega, el Imperio Romano de Oriente o Imperio Bizantino, fue adquiriendo importancia económica y cultural y entre altibajos tuvo una duración de mil años.
El auge del imperio
La época de esplendor del Imperio Bizantino, también conocido como el imperio Romano de Oriente, comenzó en el siglo VI con el gobierno de Justiniano I (483- 565), momento en el que alcanzó su máxima extensión territorial. No obstante su poderío, el territorio fue continuamente asediado por grupos germánicos; pero la habilidad militar de los bizantinos logró desviarlos hacia el occidente. Asimismo, se enfrentó a la división religiosa ya que en Antioquía, Jerusalén y Alejandría, surgieron nuevas interpretaciones cristianas, como el arrianismo, el nestorianismo y el monifisismo, entre otras, todas ellas consideradas herejía por ser contrarias al dogma establecido. Estas diferencias marcaron el inicio de la separación de estas ciudades y en el siglo VII la separación fue definitiva debido a que cayeron en manos de los musulmanes. En tanto, Constantinopla declararía en el 680 la reafirmación de la ortodoxia y se convertiría en la sede de la Iglesia de Oriente.
En el siglo VIII, se desataría la Controversia Iconoclasta, discusión en torno al uso de las imágenes en el culto religioso. Los iconoclastas (destructores de las imágenes) consideraban que Dios es inmaterial y que una obra material no puede representar apropiadamente lo invisible, ya que lo inmaterial es perceptible por la mente, más no por los sentidos. Los adoradores de las imágenes (iconódulos) consideraban que sí podía haber una afinidad entre la imagen y su origen. La Iglesia de Oriente era promotora de la iconoclastia mientras que la de Occidente era iconódula. La diferencia geográfica y cultural ya existente entre la cultura latina de occidente y la griega de oriente se profundizaba más.
Del siglo VIII al XI, el imperio estuvo bajo el continuo acecho de persas, árabes, normandos y eslavos, además de las divisiones y levantamientos entre los propios bizantinos, fruto de las ambiciones por hacerse del poder. Estos conflictos le llevaron a perder territorio y a intentar recuperarlos haciendo uso de ejércitos mercenarios, a establecer peligrosas alianzas con los europeos occidentales y después a enfrascarse en costosas batallas que sangraron la hacienda bizantina.
La decadencia del imperio (del 1100 al 1400)
En el siglo XI el Imperio se encontraba en graves problemas. La prosperidad alcanzada en su momento de auge fue desperdiciada por los emperadores que prefirieron gastar el tesoro edificando iglesias y descuidaron la parte militar, situación que fue bien aprovechada por normandos y turcos con lo que el imperio perdió la mitad del territorio.
Buscando recuperar el esplendor, el emperador Alejo I Comneno
(r. 1081 - 1118) contrató mercenarios turcos y estableció
un trato comercial con los venecianos a cambio de su ayuda para sacar a los normandos de sus
posesiones italianas. También solicitó ayuda al Papa Urbano II quien, sin perder el tiempo, organizó
la primera Cruzada (1095) con el pretexto de recuperar Jerusalén, aunque en el fondo abrigaba la
intención de ocupar el territorio bizantino, así llegaron los cruzados a Constantinopla. Permitir la
entrada a los cruzados era una situación demasiado riesgosa para Bizancio, como lo comprobaría más
adelante.
Las conspiraciones y revueltas se incrementaron, muchos interesados en apoderarse de Bizancio sacaron tajada de los problemas, entre ellos, los venecianos dolidos por haber perdido los privilegios comerciales que se les habían conferido. En esta coyuntura, en 1189 llegó la Tercera Cruzada y con ella, Federico Barbarroja, emperador germano.
Hacia el siglo XIII el Imperio se desmoronaba. Inmersos en las rebeliones imperiales, venecianos y cruzados aprovecharon el ofrecimiento monetario que Alejo III les hiciera a cambio de que ayudaran a reinstalar en el poder a su padre Isaac. Después de algunas batallas para recuperar las islas y puertos griegos, los occidentales entraron en Constantinopla con el restituido Isaac. En 1204, subió al trono, Alejo V Ducas Murzuflo quien se enemistó con los cruzados y venecianos, en respuesta, atacaron Constantinopla, esta vez entraron a la ciudad y la saquearon sin que mediara oposición. Por primera vez, desde su fundación, Constantinopla caía en las manos de un ejército enemigo.
Balduino de Flandes, de origen veneciano, fue el nuevo emperador, al que los bizantinos llamaban el “emperador latino”. Se inició de inmediato una campaña para deshacerse de los dos anteriores emperadores. No obstante, los bizantinos emprendieron acciones para retomar los territorios ocupados por los latinos y poco a poco fueron obteniendo victorias. Aliado con los búlgaros, Juan Vatatzés intentó recuperar Constantinopla pero fracasó, no obstante, la derrota no lo detuvo y continuó asediando los dominios latinos, para 1258, el Imperio Latino ya sólo conservaba Constantinopla y algunos feudos en Grecia meridional.
En 1261, tras cincuenta años de ocupación, el emperador Miguel Paleólogo logró recuperar Constantinopla y después de expulsar a Balduino II, el emperador latino, Miguel fue coronado en Santa Sofía como Miguel VIII de Bizancio. De inmediato se dedicó a lograr la sumisión de otros personajes bizantinos y defender sus conquistas pero como en tiempos pasados, cometió el error de reducir el ejército y casi desmantelar la flota. El resultado fueron numerosas incursiones turcas en la Anatolia bizantina.
En el siglo XIV el imperio nuevamente se vio en serios problemas, a los enemigos existentes se añadieron catalanes, búlgaros, napolitanos e incluso sus aliados genoveses, a esta crisis se añadió una de alimentos. Para 1394 Constantinopla se encontraba cercada por los turcos dirigidos por el sultán Bayaceto. Ante esta amenaza, en 1396, Segismundo, rey de Hungría, organizó un gran ejército con franceses, germanos, polacos y otras nacionalidades pero Bayaceto salió de Constantinopla para dirigirse a Nicópolis y ahí derrotó al ejército occidental.
Después de grandes batallas militares, en 1453, el sultán Mohamed II acorraló a Constantinopla. Luego de asediarla dos meses con la eficacia de sus cañones, las murallas de la capital sucumbieron y dejaron el paso libre a la ciudad. Tras la ejecución de todos los funcionarios bizantinos y el saqueo de Constantinopla, reconstruyó la ciudad, la repobló y la convirtió en su capital. En los siguientes 60 años, los musulmanes tomaron Trebisonda que era el último reducto bizantino. De esta manera llegó a su fin el Imperio Romano de Oriente.
Para saber más…
Revisa la siguiente línea del tiempo para conectar los eventos más importantes del Imperio Bizantino:
Con el siguiente video podrás conocer de manera cronológica cómo se dio la caída de Constantinopla: