Sociedades latinoamericanas

Al mismo tiempo que la economía latinoamericana cambió profundamente en el periodo entreguerras, se fue transformando hondamente su realidad social.

Significativo es que, durante las primeras décadas del siglo XX, América Latina conoció un crecimiento demográfico, especialmente en países como Brasil, México, Argentina, Cuba, Colombia y Perú, alcanzando 144,4 millones de habitantes en 1940, frente a los 60,3 millones en 1900. Este crecimiento se debió al proceso de modernización económica, las mejores condiciones de infraestructura (alcantarillas, agua corriente, hospitales, por ejemplo) y de salubridad (seguridad social), el aumento de la natalidad y la disminución de los niveles de mortandad infantil. En el caso de América del Sur, hasta la Primera Guerra Mundial, seguía, aún, una fuerte inmigración procedente de Europa.

Población iberoamericana (en millones)

  1900 1930 1940
Argentina 4 11.2 16.1
Bolivia 2.1 2.2 2.4
Brasil 17.3 40.3 50.4
Colombia 4.3 8 10.2
Costa Rica 0.2 0.5 0.7
Cuba 1.6 4 5.3
Chile 2.7 4.3 5.4
Ecuador 1.3 2 2.9
El Salvador 1 1.4 1.6
Guatemala 1.4 2.2 2.5
Haití 1.3 2.4 2.8
Honduras 0.5 0.8 1.2
México 13.6 16.6 23
Nicaragua 0.5 0.7 0.9
Panamá 0.3 0.4 0.6
Paraguay 0.5 0.9 1.1
Perú 2.7 6.3 7.2
Puerto Rico 1 1.5 1.9
Republica Dominicana 0.7 1 1.6
Uruguay 0.9 1.8 2.1
Venezuela 2.4 2.9 4.5
Total 60.3 111.4 144.4
Tanto porciento mundial 3.8% 5.4% 6%
Fuente: Comisión económica para América latina y el Caribe (CEPAL), Santiago de Chile, 1992, y Progreso Económico y Social En América Latina, Informe 1989, Banco Interamericano de Desarrollo, Washington, 1989.

Creció la población pero esto no resolvió -sino que agudizó- los problemas históricos relacionados con la heterogeneidad étnica y la desigualdad social; mientras que en países como México, Guatemala, Bolivia, Ecuador y Perú había una fuerte presencia de los grupos indígenas; en países como Argentina, Brasil, Uruguay o Cuba contaban con muchos inmigrantes europeos de origen italiano, español, así como una población eurasiática y oriental proveniente de Rusia, Ucrania, Siria, Líbano, Turquía y Japón.

En 1914, Argentina contaba con 2,4 millones de inmigrados, mientras que en Chile ese número solamente llegó a 40 mil. A su vez, en Centroamérica (Belice, Costa Rica y Panamá), el Caribe, y algunos países sudamericanos (Brasil, Columbia, Venezuela, Ecuador), había mucha descendencia africana. Tras la crisis de 1929, varios de los países latinoamericanos frenaron la oleada migratoria mediante el cierre de sus fronteras y políticas migratorias más restrictivas que tuvieron como consecuencia la consolidación de la población en el continente, salvo durante la guerra civil española cuando varios países, México a la cabeza, recibieron entre 50 y 150 mil refugiados republicanos (algunas estimaciones hablan de 50 mil en México y 30 mil en el resto del continente) (Malamud, 2010: 421).

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Desembarco de inmigrantes italianos en Buenos Aires, Argentina

En términos de la distribución geográfica de la población, gran parte del continente americano aún quedaba despoblado, pero al mismo tiempo la expansión de la economía capitalista impulsó la urbanización y la ruptura del equilibrio entre el campo y la ciudad.

La población siguió viviendo y dependiendo económicamente del campo, solamente en Argentina y Uruguay la población urbana era mayor al 30% (Zanatta, 2012: 116), mientras que en México, Perú, Brasil y Colombia representaba el 15%.

La estructura socioeconómica y las formas de producción centradas en el autoconsumo se mantuvieron prácticamente intactas en el campo. Y, a pesar de que los terratenientes fueron perdiendo poder tras los cambios económicos producidos por la Primera Guerra Mundial, en la mayor parte de América perduró la concentración de la riqueza en latifundios y en la explotación de los campesinos (peones, jornaleros, etc.) Salvo en el caso México, las reformas agrarias tuvieron lugar en América Latina después de la década de 1950.

Por la crisis de 1929, el modelo exportador de materias primas quedó afectado y especialmente en las regiones agrícolas se resintieron sus efectos, esto obligó a sus poblaciones a migrar hacia la ciudad o hacia centros mineros y petroleros donde había mayores oportunidades de trabajo. Pero fueron pocos los que lograban encontrar un sustento, ya que el desarrollo industrial en las ciudades era aún precario.

A causa de la insuficiencia de puestos de trabajo y la falta de servicios, surgieron los primeros cordones de miseria y pobreza alrededor de estos centros, que recibieron diversos nombres: favelas en Brasil, ciudades perdidas en México, villas miseria en Argentina, callampas en Chile y cantegriles en Uruguay (Gallego, Eggers-Braas y Gil Lozano, 2006: 244).

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Avenida de Rio Branco, Rio de Janeiro en los años 1930

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Habitantes de una favela brasileña en Rio de Janeiro

Así, pronto las grandes ciudades fueron concentrando la mayor parte de la población total de sus países: en Brasil, Rio de Janeiro, Sao Paolo, Recife, Salvador y Porto Alegre; en México, la Ciudad de México, Guadalajara, Monterrey y Puebla; en Ecuador, Quito y Guayaquil; en Argentina, Buenos Aires, Rosario y Córdoba; en Cuba, La Habana y Santiago; en Chile, Santiago y Valparaíso.

Dentro de las grandes ciudades, que operaban como centros administrativos, culturales, políticos y económicos, se produjeron las raíces del cambio social de las décadas que siguieron.

Los nuevos grupos sociales, mayormente dedicados al sector terciario (de servicios), demandaron nuevas condiciones políticas, económicas, sociales y culturales. Organizados en sindicatos, los obreros y empleados se movilizaron para obtener jornadas laborales de ocho horas, seguros de asistencia social, mejores salarios y mejor preparación. Así, la educación sería una de las principales demandas que fue parcialmente atendida por los gobiernos latinoamericanos, con excepción de Uruguay y Argentina donde las tasas de analfabetismo se redujeron fuertemente entre los años 1930-1960.

A consecuencia de esta efervescencia social, surgirán gobiernos que tratan de resolver los conflictos de manera pacífica con la inclusión de las distintos sectores sociales en formas democráticas de gobierno y populistas, o por medio de la más habitual represión y el autoritarismo de militares y grupos reaccionarios patrocinados por los Estados Unidos como fue el caso en El Salvador (movimiento campesino liderado por Agustín Farabundo Martí y el Partido Comunista), Nicaragua (movimiento sandinista) y la República Dominicana (matanza de trabajadores haitianos), donde los gobiernos locales aplastaron sangrientamente a diversos movimientos sociales, campesinos y obreros.