Política y gobiernos latinoamericanos en el periodo entreguerras

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Hasta la década de 1930, América Latina se había consolidado como una región con gobiernos democráticos representativos que se fundamentaban, a grandes rasgos, en la ideología liberal. En las décadas de 1930-1950 pocos gobiernos se legitimarían con base en las ideas democráticas, más bien se experimentaron dictaduras militares, regímenes autoritarios y populismos. Podemos preguntarnos: ¿A qué se debe la ausencia de la democracia en América Latina?

Desde las independencias de principios del siglo XIX, dominaban dos grupos el panorama político: los liberales y los conservadores. Los integrantes de estos grupos ideológicos eran principalmente los grandes terratenientes, miembros de la Iglesia y los militares, que dirigían en conjunto al país. El apogeo de esta clase oligárquica tuvo lugar en los años del imperialismo (1870-1914) cuando América Latina se insertó estrechamente en el capitalismo mundial como exportador de materias primas agrícolas y mineras. La oposición política y la existencia de partidos políticos era excepcional, ya que los gobiernos decretaban, por lo general, la ilegalidad de los partidos o se dedicaban a la persecución sistemática de opositores (por ejemplo, el Partido Liberal Mexicano durante el Porfiriato).

El proceso de modernización económica a finales del siglo XIX cambió profundamente a Latinoamérica: con ella aumentó la dependencia de las fluctuaciones del mercado mundial, se incrementó la presencia de los Estados Unidos, se explotaron nuevos recursos, creció la población, nacieron nuevos oficios y nuevas clases sociales, surgieron las primeras grandes ciudades, entre otros. En ese contexto, la estructura política necesitaba ajustes para responder a las nuevas necesidades socioeconómicas. Hasta entonces, la participación democrática era bastante débil por las severas desigualdades sociales, así como por la ausencia de instituciones que representaran las diferentes capas sociales y transparentaran los procesos políticos.

Esta realidad provocaría, en varios países, el cuestionamiento constante de la legitimidad y la representatividad de los gobiernos, además de luchas por la apertura y el derecho de los distintos sectores sociales por participar libremente en la vida política. Fue en México (1910-1920) donde estalló una revolución (que en realidad fueron distintas revoluciones) con la finalidad de terminar con el régimen autoritario de Porfirio Díaz y de transformar la estructura social, económica y política de la República. En el país se observó la lucha de las nuevas clases sociales, hasta entonces excluidas, por querer participar en el proyecto nacional: la burguesía empresarial con su icono Francisco I. Madero; la clase media que representaba Álvaro Obregón; los campesinos del norte capitalista que aglutinó Francisco Villa; y los (más) tradicionales del sur representados por Emiliano Zapata; la clase obrera de la Ciudad de México.

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Obreros muestran su apoyo a Carranza

La Revolución Mexicana sirvió de ejemplo para el resto de América Latina. Así, la resistencia sandinista en Nicaragua se organizó en México y también sentó las bases para que en Perú Víctor Raúl Haya de la Torre fundara en 1924, junto con José Carlos Mariátegui, la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) que tenía la ambición de resistirse a nivel continental al imperialismo norteamericano, invocando un nacionalismo indigenista basado en ideas socialistas. En México el proceso de transición al cambio político fue violento, sin embargo, en otros países las reformas fueron más pacíficas y la apertura la llevaron a cabo las mismas élites conservadoras y liberales, mientras que en otros esto se logró por presión y movilización de las clases medias y bajas. Así se aprobaron nuevas constituciones en México (1917), Uruguay (1917), Perú (1920), Chile (1925), Brasil (1934), Colombia (1936) y en Venezuela (1937), aunque tuvieron una vigencia desigual dependiendo del consenso social y del régimen en turno que la había proclamado. En Argentina la transición del sistema oligárquico a la democracia se dio gracias a una reforma constitucional, la “Ley Sáenz Peña de 1912”, que estableció el sufragio masculino universal para los ciudadanos nativos o naturalizados, hasta que en 1930 un golpe de Estado del general Félix Uriburu puso fin a la apertura y se impuso el autoritarismo sustentado por los empresarios y las cúpulas eclesiásticas y militares.

Un aspecto fundamental en el periodo de entreguerras fue la presencia de los ejércitos en las sociedades latinoamericanas, que en ese entonces se había convertido en una de las instituciones más profesionales y organizadas con capacidad de ingerir directamente en las decisiones políticas. En algunos Estados, éstos cumplían, con respaldo de civiles, el papel de árbitro, mientras que en otros tuvo un claro protagonismo para desbloquear, reprimir o violentar procesos políticos.

Las tensiones internas en los países latinoamericanos fueron aumentándose en la medida que la situación internacional complicó la estabilidad económica y así entraron bruscamente en crisis tras la depresión del capitalismo mundial, iniciada en 1929. La dependencia económica del mercado mundial y la caída de las exportaciones agudizó los problemas aún más. Las oligarquías, principalmente élites terratenientes y hacendados, fueron criticadas por las nuevas burguesías empresariales, las clases medias (un grupo heterogéneo de comerciantes, abogados, artesanos, médicos, escritores y universitarios, entre otros) y la clase obrera. Los obreros, influenciados por ideas socialistas, anarquistas y comunistas de Europa, se empezaron a organizar en sindicatos y asociaciones de oficio para defender sus intereses laborales. Asimismo, estos grupos sociales libraron duras batallas con los viejos terratenientes para acceder al poder político y defender sus puestos de trabajo, niveles de ingreso y su capacidad de consumo. Las organizaciones sindicales latinoamericanas se caracterizaron por la diversidad ideológica y organizativa: destacaron organizaciones clasistas de comunistas y socialistas, católicas, fascistas y populistas; pero al mismo tiempo se establecieron numerosos sindicatos de oficios como los fontaneros, los linotipistas, los artistas, etc.

Algunos sindicatos eran francamente revolucionarios y representaban los derechos laborales, mientras que otros colaboraban con los gobiernos o fueron patrocinados por grupos de poder.

Entre los primeros destacan los sindicatos de corte comunista, como la Confederación de Trabajadores de América Latina (CTAL) que nace en 1938 en México, encabezada por Vicente Lombardo Toledano como un frente comunista y antifascista latinoamericano que recibió apoyo directo de la Internacional Comunista y la URSS para impulsar un frente único sindical, la lucha de clases y el internacionalismo.

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Armando Amador (primero a la izquierda) con Vicente Lombardo Toledano (segundo desde la izquierda) y otros dirigentes de la Confederación de Trabajadores de América Latina (CTAL). México, 1949

Entre los segundos destacan los intentos de los Estados Unidos de constituir un sindicato continental bajo la corriente del monroísmo (ideológicamente inspirado en la Doctrina Monroe), como la Confederación Obrera Pan Americana creada en 1918 en Tamaulipas México, ésta existió hasta 1930 con el apoyo de la Federación Estadounidense del Trabajo (AFL por sus siglas en inglés), con la pretensión de englobar a los trabajadores americanos, incluyendo a los de Canadá, en una central sindical y así encarar la expansión del socialismo y comunismo. También destaca la organización de sindicatos promovidos por los Estados populistas que incorporaban en sus estructuras las corporaciones obreras, campesinas, militares, así como lo realizó el presidente Lázaro Cárdenas del Río en México con la fundación del Partido de la Revolución Mexicana (PRM) en 1938. Asimismo, en América Latina existió, al igual que en Europa, la organización de sindicatos católicos, como la Confederación Nacional Católica del Trabajo, que surgió en México (1922), y el Círculo de Obreros Cristianos en Brasil (1932). Estas agrupaciones tuvieron gran influencia y representaban muchas veces los intereses de la Iglesia para reposicionarse dentro de los Estados laicos.

Los sectores urbanos crearon nuevos partidos políticos con concepciones más modernas y estructuras estables, afiliados militantes, una red de comités y un programa político. No obstante, la incorporación de nuevos partidos y la aparición de un sistema pluripartidista (en lugar del sistema bipartidista conservadores-liberales) resultó ser difícil en la mayoría de los países latinoamericanos. En los años 1920, adquirieron adeptos el socialismo, el comunismo y el fascismo sin que llegaran a formar un bloque suficientemente significativo para fungir como una alternativa de poder.

El fascismo tuvo recepción en América Latina, especialmente en algunas colonias alemanas e italianas con células nazis y fascistas en Sudamérica, al mismo tiempo tuvo cierta recepción por parte de grupos militares (hay que considerar que América del Sur los ejércitos tenían muchos oficiales de origen alemán) y católicos reaccionarios que buscaban crear un fascismo latino, anticomunista, anticapitalista y antinorteamericano con el objeto de crear un nacionalismo ideológicamente inspirado en el catolicismo y bajo el control de la Iglesia. A partir de estos acontecimientos, en los años 1930 surgen la Unión Revolucionaria (1931) en Perú, la Ação Integralista Brasileira en Brasil (1932), el Movimiento Nacional-Socialista (1932) en Chile, la Unión Nacionalista Sinarquista (1937) en México y la Falange Socialista Boliviana (1937) (Malamud, 2010:453).

En México, se formó en 1919 el primer Partido Comunista latinoamericano apoyado por el bolchevique ruso Borodín. A partir de entonces los comunistas mexicanos recibieron apoyo de la Komintern para organizar un programa marxista-leninista. El comunismo también se desarrolló en Argentina (1920), Brasil y Bolivia (1921), Chile (1922), Cuba (1925), Ecuador y Perú (1928), y El Salvador (1930). Los comunistas tuvieron en estos países una gran capacidad de convocatoria y de movilización, pero simultáneamente fueron reprimidos y arrinconados para operar en la clandestinidad.

Observa el siguiente video en el que se muestran algunos de los hechos más importantes ocurridos en Latinoamérica durante la década de 1930.

A consecuencia de la inestabilidad y la falta de vías democráticas, ocurren en la década de 1930 varios golpes de estado y se implementan regímenes autoritarios y dictaduras militares a lo largo del continente americano. Los gobiernos que surgen de esta crisis reformularían el papel del Estado nacional y del ejecutivo, como medio legítimo para resolver la crisis social, económica y política. Se puede distinguir dos tipos de regímenes que surgen en estos años:

  1. Los regímenes autoritarios y las dictaduras militares en Centroamérica, el Caribe y Sudamérica.
  2. Los populismos en Brasil, México y Argentina