La vida en el campo y la ciudad

La diferenciación entre la ciudad y el campo se dio como un cambio lento y paulatino; es a partir del siglo XVIII cuando la economía se torna mucho más dinámica, fundamentada sobre todo en la producción y el intercambio de otros productos de consumo. Hubo otras necesidades y, por lo mismo, una monetarización acelerada en la vida cotidiana, junto al crecimiento urbano, el aumento poblacional y, por supuesto, la aceleración industrial del siglo XIX. De hecho, el tipo de artesanado rural no habría podido conseguir un fuerte empuje si no hubiera experimentado la atracción del mundo urbano, creándose así el circuito de intercambio. El aspecto todavía rural de las ciudades, con jardines y ganado en las calles, era común en el siglo XIX. El productor de víveres de la ciudad se fue convirtiendo en un trabajador especializado: el jardinero y el hortelano cultivaban y vendían sus productos a la población. De esta forma, la masa de la población no produce su subsistencia, sino que busca lo producido, o sea, lo hecho de forma industrial u otros de origen rural.

Revisa el siguiente fichero en el que se describe más a fondo el proceso de estos cambios del campo y la ciudad:

Como advirtieron otros estudiosos, un fenómeno muy común a lo largo del siglo XIX fue el acaparamiento de grandes extensiones de tierras por nobles o burgueses industriales, que utilizaron las mismas para la formación de rancherías con ganado para producir lana (la mayor industria del siglo XIX). El campo ya no pudo considerarse tan rural, es decir, el campo tradicional de la explotación de sus frutos como se había concebido históricamente, sobre todo en el siglo XV. De hecho, este proceso devino en cierta melancolía por el pasado campesino, como se refleja en el siguiente poema de Longfellow.

Evangelina

Del pueblo silencioso y solitario,
la luz crepuscular los techos baña,
anuncia la oración el campanario
con queja melancólica y extraña,
el humo, cual del místico incensario
asciende en espiral de la cabaña,
y acariciado por letal beleño
el rendido aldeano se da al sueño.
Viven así los buenos labradores
en dulce calma y plácida armonía
ajenos a los lúgubres temores
que infunde la malvada tiranía,
sin sentir los tormentos roedores
con que la envidia nos destroza impía;
y un cerrojo, una llave, insulto fuera
donde absoluta la confianza impera.

(Appendini, I., Zavala, S., 2006)

Este contexto histórico nos da la pauta para hablar de grupos sociales. En lo que toca al campo, para el periodo histórico estudiado (1870-1914), encontramos los siguientes grupos sociales: propietarios, ciudadanos, burgueses, nobles y eclesiásticos. Mientras tanto en las ciudades otros grupos emergían junto a las, ahora sí más visibles, ciudades del burgués típico de este periodo. Dentro de estos grupos principalmente surgieron profesionistas, tales como abogados, médicos, profesores y burócratas. Este sector de profesionales buscaba entrar en la dinámica de la formación del Estado o, mejor dicho, de su proceso de fortalecimiento, sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX. Immanuel Wallerstein ha afirmado que este desarrollo estatal se hizo muy evidente a partir del siglo XVII, e incluso desde entonces la burocratización del Estado se desenvolvió fuertemente. Recordemos que la entidad llamada Estado, se fortaleció justo a finales del siglo XIX, tan sólo baste considerar que fue una de las causas de las futuras guerras mundiales ya iniciado el siglo XX (1914). El nuevo contexto económico dio la pauta de nuevas formas de organización social; a partir de los cambios materiales, por supuesto que hubo transformaciones en el espacio que ocupó la sociedad.

A continuación, abordaremos las características que conjuntaron las nuevas formas físicas de las habitaciones de las ciudades burguesas, normalmente expresada por las clases medias nacientes que, para el caso de las ciudades aburguesadas, era común, esta parte señalada anteriormente de potencialización de sus competencias en la búsqueda de mejorar su estatus social. (Weber) “Boston —decían los hombres ricos a sus hijos en 1900— no tiene nada para ti, excepto fuertes impuestos y el desgobierno político. Cuando te cases, elige un barrio para construir tu vida en torno a tu club, tu casa y tus hijos” (Erick Hobsbawm, La era del imperio, p. 169).

Así, el espacio es una construcción arbitraria donde se regula la conducta social. Existen dos tipos de espacio, el espacio público, en donde te regula un gobierno, y el privado, donde impera la persona y sus actividades, claro que a veces se pueden mezclar. Será sobre todo a partir del siglo XIX, cuando el espacio público se entromete en el espacio doméstico, entonces advertimos que hay un uso social y político, es decir, que conviven. Este espacio social se construye, por ende, no es pertinente plantear una rigidez en cuanto a regiones, territorios o ciudades.

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Frederik Bazille. El taller del artista. Estudio en el condominio de la Rue.

El estilo de vida aburguesado se centró en la casa y el jardín, dentro de un barrio residencial. La aspiración a un estilo de vida así fue muy normal para este periodo estudiado y la mayoría de los espacios retomaban el estilo de Gran Bretaña. Este nuevo estilo de vida (con base en las observaciones que se hicieron del caso de Gran Bretaña) se detecta en los barrios ajardinados construidos por arquitectos como Norman Shaw en el decenio de 1870, para las casas de la clase media que buscaban el confort, ubicadas en Bedford Park. Esos barrios, pensados por lo general para estratos de población mucho más acomodados que sus equivalentes británicos, aparecieron en las afueras de las ciudades centroeuropeas —el Cottage— Viertel en Viena, Dahlem y el Grunewald —Viertel en Berlín—, finalmente descendió en la escala social hasta los barrios de clase media baja, o el laberinto de pabellones ubicados en los límites de las grandes ciudades y, por último, a través de constructores especuladores (gente dedicada a la búsqueda de lugares propicios para la construcción, con la finalidad de hacer negocios de la vivienda).

Desde el punto de vista social, las calles y colonias semi-separadas intentaban reproducir el espíritu de la aldea y la pequeña ciudad, fueron habitadas por trabajadores que trataban de situarse en mejores lugares ya a finales del siglo XIX. Mientras tanto, la casa ideal para las clases medias, era el estilo de una casa de campo urbanizada, una villa, normalmente caracterizada por rodearse de espacios verdes. El único inconveniente de las villas era que estaban diseñadas para una vida privada y no para el brillo social y la lucha por buscar un status o un nivel confortable de vida, como aspiraba la mentalidad burguesa.

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Baptiste-Camille Corot. Villa de Avray.

Otras habitaciones eran las ciudades jardín y los barrios jardín, diseñados por anglosajones muy idealistas en sus propuestas. Éstos realizaban sus obras con la finalidad de alejar geográficamente a las clases medias de otras que consideraban inferiores. Cabe aclarar que esto va relacionado con el incremento en número de lo que los investigadores llaman “clase media”, pero esto no quería decir que desaparecieran los grupos de personas muy pobres.

Los edificios eran los revestimientos del poder, fueron diseñados para poner de relieve los recursos y el prestigio de un miembro de la élite dirigente ante los demás miembros y las clases inferiores, con la finalidad de organizar los negocios de estos grupos sociales. Se sabe (con base en la documentación de la época, estudiada por el historiador Erick Hobsbawm en su obra La era del imperio) que se construían salas de reunión, aledañas a la casa de campo del duque de Omnium (John Crossley), quien invitó a 49 de sus colegas del Halifaxs Borough Council a pasar tres días en su casa del Lake District debido a que cumplía 50 años de edad. También se sabe que alojó al príncipe de Gales a raíz de la inauguración del ayuntamiento de Halifax. Esto quiere decir que, en este tipo de casas aburguesadas, la vida privada era inseparable de la vida pública, en otras palabras, se llevaba a cabo lo que se conoce actualmente con el nombre de diplomacia. Las exigencias de esas funciones públicas de los espacios aburguesados de los que hablamos tenían, incluso, prioridad sobre las comodidades del hogar.

Para entender cómo era el lujo en las casas de personas muy adineradas, como las mencionadas anteriormente, sirve el siguiente ejemplo de Erick Hobsbawm en su obra La era del Imperio: “Uno no puede imaginarse que los Akroyd hubieran construido una gran escalera decorada con escenas de la mitología clásica, una sala de banquetes decorada con pinturas, un comedor, una biblioteca, salas de recepción y alas para la servidumbre.”

Ya para concluir, es preciso destacar que se buscaba dar cierta imagen. El hecho de vivir en la ciudad, por definición, daba jerarquía social. En el imaginario de las personas esto era positivo, lo mejor a lo que se podía aspirar en este periodo histórico. Para esta época, el burgués medio no olvida nunca señalar la elección del lugar de residencia o el tamaño de su apartamento, el piso que ocupaba en el edificio y el número de servidumbre que tenía. Todo esto fue muy común entre las clases medias y altas.

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James Tissot. El concierto.

Así es como el espacio jugaba un papel muy importante en la vida burguesa de este periodo. La ciudad fue ganando terreno frente al campo, la vida cotidiana se sometió al ritmo de la industrialización en apogeo, el campo siguió existiendo, pero dejó de tener tanta importancia como la había tenido en otros periodos (siglo XV). A pesar de esto, el cambio en las ciudades fue muy paulatino en cuanto a su transformación física. Las casas tenían importancia en el campo y en la ciudad, incluso, las personas adineradas tenían casas en ambos sitios. Uno de los rasgos más comunes en la transición entre este tipo de habitaciones fue el de la tenencia de jardines en estas casas. Mientras tanto, las clases medias se comenzaron a subordinar y a vivir en los apartamentos que comenzaban a popularizarse entre las clases medias y bajas, aunque claro, con su respectiva y común mentalidad burguesa.