Estructura social en transformación y comportamientos sociales
La estructura social en la que nos desenvolvemos en la actualidad, conceptualizada desde distintas perspectivas teóricas como sociedad posindustrial, posmoderna, de consumo, red, de ocio, de riesgo, de incertidumbre, de comunicación, ha sido determinada por una multiplicidad de cambios generados en los distintos ámbitos de la realidad social y conformado a un sujeto con un modo de ser-estar en el que predomina una visión mercantilista de la producción humana y de los recursos naturales; una inconsciencia histórica que le impide asumirse como sujeto histórico y comprender su presente; una excesiva valoración de lo visual y del símbolo por encima de la representación; una concepción fragmentada del tiempo y hegemonía de lo efímero y del presente vivido, entre otras características.
En la sociedad actual, dominada por el capitalismo de consumo superfluo e innecesario y el principio de placer, todo es susceptible de convertirse en mercancía para ser adquirido, noción sustentada en el nivel de consumo como medida del éxito y de la felicidad. La publicidad y la comunicación están orientadas hacia el gasto y el derroche; visión de hiperconsumo que ha trastocado el sentido mismo de la producción, a tal grado que hoy se produce “con el único objeto de consumir, esto es de dilapidar, despilfarrar y destruir” (Bericat, 2003: 27-28); realidad que se expresa en el tipo, uso y utilidad de los productos, donde lo desechable predomina como condición, con todo lo que implica en afectación a la naturaleza.
En este mundo todo es desechable mientras no se demuestre lo contrario
En la cultura actual, influenciada y determinada por los medios de comunicación electrónicos, las imágenes ocupan un lugar privilegiado como referente comunicativo, que sumado a la gran cantidad de imágenes y de información circulantes disminuyen la producción de significado y de sentido en la mente y razonamiento de los individuos; es decir, el bombardeo imaginal es tal que difícilmente el cerebro humano procesa la multiplicidad de contenidos visuales, por lo que predomina su asimilación acrítica y por default. Además altera la percepción misma de la realidad, en la medida en que un hecho que no tenga una representación visual no se concibe como real y se cuestiona su existencia.
El uso de la imagen como soporte para transmitir información es evidente en la publicidad actual, dónde el logotipo -símbolo visual gráfico- de la empresa, marca o producto condensa el sentido e intencionalidad de lo que se oferta, limitando al mínimo o desapareciendo los referentes textuales para publicitarlo. En nuestra sociedad del despilfarro, el logotipo favorece la economía del pensamiento y nos evita perder tiempo leyendo lo que el producto ofrece, ya que sintetiza en una imagen una serie de atributos para satisfacer necesidades, aspiraciones y deseos de nuestro tiempo.
Entretenimiento, desplazamiento, lujo y diversión, plasmados en estos logotipos publicitarios
La mentalidad posmoderna se instaura cuándo la idea de progreso pierde esencia y los sujetos sociales se mueven en un mundo que tiende a la universalización y homogenización de ciertos aspectos económicos, sociales, políticos y culturales, vía la globalización, pero que a la vez se traduce en un reforzamiento del individualismo, en la voluntad de no asimilarse a los demás y diferenciarse del resto de la masa. Así, una característica de la sociedad posmoderna es la conciliación de estos dos elementos opuestos, como se puede visualizar en el caso de los nuevos movimientos sociales: “en la perspectiva individualizadora, son grupos que se declaran en contra del sistema vigente, es decir, en contra de la sociedad de consumo de masas, del capitalismo y de la estandarización; pero desde el punto de vista opuesto, el de la universalización, estos grupos se integran dentro de la sociedad, forman parte de lo que rechazan: hippies, ecologistas, feministas, etc., todos se expresan a través de los medios que les proporcionan la globalización, todos siguen una moda (aunque propia), todos consumen los productos destinados a la sociedad de consumo de masas” (Moret, 2012, p. 343-344). En otros términos podríamos englobarlo en la siguiente máxima: “estoy en contra de los males del capitalismo, pero no me quiten mi smartphone”.
Algunos autores resaltan la actitud de indiferencia que caracteriza a los sujetos en la sociedad posmoderna, donde el lema de “vivir el aquí y el ahora” se convierte en esencia existencial, sin preocupación por los otros ni por asuntos del presente que impliquen asumir compromiso y responsabilidades y sin que les importe el futuro. El triunfo del individualismo hedonista, que busca y privilegia todo lo que produzca placer, genera una relatividad moral que da lugar a la cultura del “todo vale”, elemento constitutivo de nuestra contemporaneidad. Así, marcada por el desencanto, en la posmodernidad priva “la cultura de lo efímero, el vértigo del presente, la muerte del progreso, el miedo a la vida cotidiana, la búsqueda de la felicidad en el presente, el fin de las concepciones ideológicas o utópicas” (Scatolini, 2011: 344-345).
En la posmodernidad la indiferencia ante las situaciones y problemas del presente son la norma
En el caso de las expresiones artísticas algunos autores han señalado la correspondencia entre los distintos momentos de desarrollo del capitalismo y su incidencia en la obra de arte; el capitalismo de libre competencia estaría asociado al realismo cultural, el monopolista a una cultura modernista y el trasnacional-consumista a la posmodernidad. Las obras que toman como ejemplo para cada una de estas etapas son:
Un par de botas, de van Gogh; El grito de E. Munch; y Zapatos de polvo de diamante, de Andy Warhol. La primera es expresiva del sudor y el sacrificio humano, como síntomas de una realidad mayor y trascendente; en la segunda el sujeto siente angustia, “siente con intensidad las condiciones de su existencia, su alienación y su soledad, emoción interior que se proyecta hacia fuera; la tercera, carece de contexto vital de referencia, sin profundidad y superficial, frivolidad existencial de objetos y sujetos, es el fetichismo de la mercancía (Bericat, 2003: 15-16)