Ciudad y campo

Vida urbana en la Nueva España
Detalle de la Plaza Mayor, óleo del siglo XVIII.

En las ciudades, principalmente en la ciudad de México, se aprecia mejor el mestizaje cultural, ahí conviven grupos con condiciones y costumbres distintas, españoles peninsulares, indígenas criollos, negros, mestizos y castas. Las clases desfavorecidas convivían cotidianamente con la aristocracia novohispana que tenía su modelo de comportamiento en la corte virreinal luciendo sus engalanados vestuarios y carruajes, en contraste con la pobreza de vestuario de esclavos y sirvientes y la miseria de los limosneros.

La ciudad se caracterizó por la existencia de la plaza principal donde se encontraba el mercado donde transitaba gran cantidad de personas y mercancías. El tianquizco se ubicaba a lo largo de los portales, es una zona para el intercambio. Al cabildo le correspondía vigilar la actividad del mercado. La plaza central era el lugar donde desde la picota se pregonaban los bandos reales (comunicados) y del cabildo, también en este espacio eran exhibidos los reos y se hacían las subastas públicas. A mitad de la plaza se encontraba la fuente, donde se abastecían, llenando sus tinajas, los aguadores, ambulantes y vecinos pobres.

Existen grandes diferencias entre las viviendas de ricos y pobres: el hacinamiento que vive la mayoría de sus habitantes provoca que la gente no tenga intimidad en sus hogares y que buena parte de sus actividades cotidianas las realicen hacia el exterior, se come, trabaja, discute y festeja en la calle, y la ciudad, a través de sus mercados, plazas, portales, paseos y fiestas ofrece ambientes propicios para la relación y el esparcimiento de todos los grupos sociales, lo que refuerza aún más los lazos de convivencia entre el individuo y la comunidad.
Observa la Plaza Mayor de la Ciudad de México, Siglo XVIII.

Es en los hogares de la ciudad donde se asimilan las nuevas modas y costumbres, que se refleja en la constitución del mobiliario doméstico, en las formas de vestir y alimentarse de sus habitantes, así como en los cambios que gradualmente se van dando en el vestido o en las camas que utiliza la gente acomodada, en donde la ostentación cede a la comodidad y a lo práctico, lo que significó un cambio en la idea de bienestar y una mentalidad más moderna.

Vida campestre en la Nueva España

En la Nueva España las condiciones geográficas, demográficas, los recursos naturales, económicos y la posición social definieron la vida cotidiana y las costumbres en cada región, localidad y grupo social. Por ejemplo, los pueblos poseían su propia cultura: por lo regular conservaban importantes aspectos de su vida anterior a la llegada de los españoles, como el apego a sus tradiciones, reflejado en las relaciones de familia, la construcción de sus viviendas, el culto a sus dioses en sincretismo con el cristianismo, el consumo de la cosecha de sus milpas, maíz, fríjol, calabaza, jitomate y chile; así como de aves de corral, productos de lagos y ríos.

Los frailes reunieron a la población indígena del norte en espacios ordenados (congregaciones) con el fin de administrar los sacramentos, por supuesto que hubo resistencia a esta práctica, como relata Juan de Torquemada:

Un indio casado, viendo que lo quitaban de un pueblo por pasarlo a otro y que le enajenaban de su casa, tierras, arbolillos y magueyes (que es lo que sobremanera estiman) y que lo llevaban donde él mismo habría de hacer su casilla y en sitio y puesto raso y limpio de las cosillas que en la otra parte dejaba y que aunque lo alegaba no se oía sus clamores, desesperado de la vida, fue a su casa y mató a su mujer e hijos y todas las cosas vivas que había en ella y quemó sus alhajuelas (aunque eran muy pocas) y luego él mismo se ahorcó diciendo que aquél era el último remedio de tan mala vida.*

Juan de Torquemada

En torno a los conventos se organizaba la vida del pueblo, el trazo de calles y plazas, toda la organización comunitaria: cofradías, congregaciones, escuelas, hospitales, huertas. Anexo al templo se ubicaban las escuelas donde se educaban los niños entre 7 y 15 años, se les enseñaba a hablar y a escribir, a cantar y hacer instrumentos de cuerdas y viento, a pintar y las artes mecánicas (oficios). A las niñas las instruían para que fueran catequistas. En los hospitales se cuidaba a los enfermos, los atendían personas con conocimientos de herbolaria indígena que voluntariamente se dedicaban a esa labor. Las huertas fueron espacios de experimentación donde los indígenas aprendieron a conocer y cultivar los nuevos productos: manzanas, peras, membrillos, naranjas, limones, toronjas, duraznos, albaricoques, ciruelas, higos, granadas, la vid y el olivo; también hortalizas como ajos, cebollas, cardos, coles, lechugas, rábanos, pepinos y melones.

Los atrios de los conventos fueron el espacio que se utilizó para las tareas de la evangelización, además las representaciones ocasionales de teatro formaban parte de los sermones contra la embriaguez, la idolatría, el adulterio y la poligamia. La participación de los indígenas (solo hombres) era dinámica: actuaban, cantaban, elaboraban el vestuario y la escenografía.

Los sacramentos fueron integrándose poco a poco a la vida cotidiana de los indios. El bautismo tuvo un sentido social, más que religioso la figura del padrino y el nexo del compadrazgo tejió redes de enlace entre la sociedad, le dio consistencia.

Canal del sur de la Ciudad de México

En la agricultura el cambio tecnológico se dio con la introducción de la rueda, el molino, la carreta, el hierro, las nuevas especies de vegetales y animales, formas de producir, oficios artesanales e instrumentos de trabajo. La introducción de la lana y el algodón sustituyó a la fibra de maguey. A la población masculina la obligaron a cubrir sus cuerpos con camisa, pantalón, jubón y sombrero y a cortarse el pelo. Las mujeres mantuvieron su atuendo: falda larga, huipil y quechquemitl, se les prohibió traer los senos descubiertos y andaban descalzas.