Programa de Cómputo para la Enseñanza: Cultura y Vida Cotidiana: 1940-1970

Historia de México II Tercera Unidad: Modernización Económica y Consolidación del Sistema Político 1940-1970

La producción literaria de 1940 a 1970

Abril de 2012

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La Generación del Medio Siglo

 

 

 

Vicente Rojo, Fernando Benitez, José Emilio Pacheco, Juan García Ponce y Juan Vicente Melo La Cultura en México [1966]

Los años de la década de 1950 darían paso a una gran actividad en el ámbito literario, que superaría el afán de las recapitulaciones anteriores en todos los géneros, acentuándose la tendencia urbana y cosmopolita con la producción de la así llamada Generación del Medio Siglo; término utilizado por Krauze (1983: 146), para abarcar a las personas nacidas entre 1921 y 1935.

 

El grupo estuvo formado, de acuerdo con Albarrán (2000), por los escritores Tomás Segovia (1927-2011), Huberto Batis (nacido en 1934), Juan García Ponce (1932-2003), Juan Vicente Melo (1932-1996), Salvador Elizondo (1932-2006) y José de la Colina (nacido en 1934), entre otros, que participaron en la Revista Mexicana de Literatura; quienes no sólo desarrollarían una obra propia, sino también una labor crítica en la novela, el cuento, ensayo o teatro, además del cine, la pintura, música o poesía, y participaron de forma importante en el ámbito de la traducción; lo que abrió nuevos caminos a la literatura y sus posibilidades temáticas, estilísticas y universalidad.

Juan y Fernando García Ponce, Juan José Gurrola, Manuel Felguerez, José de la Colina, José Luis Cuevas y Juan Martín

 

Adoptaron una postura contraria a las tendencias nacionalistas de la década precedente, cuestionando diversos postulados sobre la Revolución, además de denunciar las promesas incumplidas del gobierno.

 

Fomentaron y enriquecieron una propuesta de cultura con características cosmopolitas, mostraron pluralismo y una gran apertura al quehacer cultural y literario de otros países, por lo que apoyaron a otros jóvenes escritores, nacionales y extranjeros, con el propósito de mostrar otros rumbos y puntos de vista sobre el quehacer literario y cultural de México; para lo cual recibieron el apoyo de diversas editoriales como Ediciones ERA, Empresas Editoriales, Editorial Joaquín Mortiz, Fondo de Cultura Económica, la UNAM y la Universidad Veracruzana, por sólo citar algunas.

 

Tomás Segovia

 

Revista S.NOB

 

Participaron en instituciones culturales y universitarias, con una actitud crítica ante la cultura en general y ante las instituciones en lo particular, a través de sus contribuciones en diversas revistas como Universidad de México, Revista Mexicana de Literatura, Cuadernos del Viento, S. Nob (a cargo de Salvador Elizondo en 1962) y La Palabra y el Hombre, entre otras, además de los suplementos México en la Cultura del periódico Novedades y La Cultura en México de la revista Siempre!.

 

Recibieron el apoyo del Centro Mexicano de Escritores (1951), creado por Margaret Shedd, que otorgó becas a través de la Fundación Rockefeller, y posteriormente de otros patrocinadores nacionales, para fomentar la creación literaria; cuyo primer Consejo Literario estuvo a cargo de Alfonso Reyes, Julio Torri y Agustín Yáñez. Dentro de los beneficiarios de estas becas encontramos entre otros a: Jorge Ibargüengoitia (1928-1983), Rosario Castellanos (1925-1974), Inés Arredondo (1928-1989), Tomás Segovia (1927-2011), Salvador Elizondo y José Emilio Pacheco (nacido en 1939), entre muchos más.

 

Señala Albarrán (2000) que, gracias al Centro sus autores pudieron crear obras como: Pedro Páramo (Juan Rulfo 1955), La región más transparente (Carlos Fuentes 1958), Balún Canán (Rosario Castellanos 1957), Farabeuf o la crónica de un instante (Salvador Elizondo 1965), Morirás lejos (José Emilio Pacheco 1967) y La señal (Inés Arredondo 1965), entre muchos otras.

 

Juan Rulfo Pedro Páramo [1955] (Fragmento)

Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. "No dejes de ir a visitarlo -me recomendó. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dar gusto conocerte." Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después de que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.

Todavía antes me había dicho:

-No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio... El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.

-Así lo haré, madre.

Pero no pensé cumplir mi promesa. Hasta que ahora pronto comencé a llenarme de sueños, a darle vuelo a las ilusiones. Y de este modo se me fue formando un mundo alrededor de la esperanza que era aquel señor llamado Pedro Páramo, el marido de mi madre. Por eso vine a Comala.

Era ese tiempo de la canícula, cuando el aire de agosto sopla caliente, envenenado por el olor podrido de las saponarias. El camino subía y bajaba: "Sube o baja según se va o se viene. Para el que va, sube; para él que viene, baja".

-¿Cómo dice usted que se llama el pueblo que se ve allá abajo?

-Comala, señor.

-¿Está seguro de que ya es Comala?

-Seguro, señor.

-¿Y por qué se ve esto tan triste?

-Son los tiempos, señor.

Yo imaginaba ver aquello a través de los recuerdos de mi madre; de su nostalgia, entre retazos de suspiros. Siempre vivió ella suspirando por Comala, por el retorno; pero jamás volvió. Ahora yo vengo en su lugar. Traigo los ojos con que ella miró estas cosas, porque me dio sus ojos para ver: "Hay allí, pasando el puerto de Los Colimotes, la vista muy hermosa de una llanura verde, algo amarilla por el maíz maduro. Desde ese lugar se ve Comala, blanqueando la tierra, iluminándola durante la noche." Y su voz era secreta, casi apagada, como si hablara consigo misma... Mi madre.

-¿Y a qué va usted a Comala, si se puede saber? -oí que me preguntaban.

-Voy a ver a mi padre contesté.

-¡Ah! - dijo él.

Y volvimos al silencio.

Caminábamos cuesta abajo, oyendo el trote rebotado de los burros. Los ojos reventados por el sopor del sueño, en la canícula de agosto.

-Bonita fiesta le va a armar -volví a oír la voz del que iba allí a mi lado-. Se pondrá contento de ver a alguien después de tantos años que nadie viene por aquí.

Luego añadió:

-Sea usted quien sea, se alegrará de verlo.

En la reverberación del sol, la llanura parecía una laguna transparente, deshecha en vapores por donde se traslucía un horizonte gris. Y más allá, una línea de montañas. Y todavía más adelante, la más remota lejanía. -¿Y qué trazas tiene su padre, si se puede saber?

-No lo conozco -le dije-. Sólo sé que se llama Pedro Páramo.

-¡Ah!, vaya.

-Sí, así me dijeron que se llamaba.

Oí otra vez el "¡ah!" del arriero.

Me había topado con él en Los Encuentros, donde se cruzaban varios caminos. Me estuve allí esperando, hasta que al fin apareció este hombre.

-¿A dónde va usted? -le pregunté.

-Voy para abajo, señor.

-¿Conoce un lugar llamado Comala?

-Para allá mismo voy.

Y lo seguí. Fui tras él tratando de emparejarme a su paso, hasta que pareció darse cuenta de que lo seguía disminuyó la prisa de su carrera. Después los dos íbamos tan pegados que casi nos tocábamos los hombros.

-Yo también soy hijo de Pedro Páramo -me dijo.

Una bandada de cuervos pasó cruzando el cielo vacío, haciendo cuar, cuar, cuar.

Después de trastumbar los cerros, bajamos cada vez más. Habíamos dejado el aire caliente allá arriba y nos íbamos hundiendo en el puro calor sin aire. Todo parecía estar como en espera de algo.

-Hace calor aquí -dije.

-Sí, y esto no es nada me contestó el otro-. Cálmese. Ya lo sentirá más fuerte cuando lleguemos a Comala.

Aquello está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno. Con decirle que muchos de los que allí se mueren, al llegar al infierno regresan por su cobija.

-¿Conoce usted a Pedro Páramo? - le pregunté.

Me atreví a hacerlo porque vi en sus ojos una gota de confianza.

-¿Quién es? -volví a preguntar.

-Un rencor vivo -me contestó él.

Y dio un pajuelazo contra los burros, sin necesidad, ya que los burros iban mucho más adelante de nosotros, encarrerados por la bajada.

Sentí el retrato de mi madre guardado en la bolsa de la camisa, calentándome el corazón, como si ella también sudara. Era un retrato viejo, carcomido en los bordes; pero fue el único que conocí de ella. Me lo había encontrado en el armario de la cocina, dentro de una cazuela llena de yerbas: hojas de toronjil, flores de Castilla, ramas de ruda. Desde entonces lo guardé. Era el único. Mi madre siempre fue enemiga de retratarse. Decía que los retratos eran cosa de brujería. Y así parecía ser.; porque el suyo estaba lleno de agujeros como de aguja, y en dirección del corazón tenía uno muy grande, donde bien podía caber el dedo del corazón.

Es el mismo que traigo aquí, pensando que podría dar buen resultado para que mi padre me reconociera.

-Mire usted -me dice el arriero, deteniéndose- ¿Ve aquella loma que parece vejiga de puerco? Pues detrasito de ella está la Media Luna. Ahora voltié para allá. ¿Ve la ceja de aquel cerro? Véala. Y ahora voltié para este otro rumbo. ¿Ve la otra ceja que casi no se ve de lo lejos que está? Bueno, pues eso es la Media Luna de punta a cabo. Como quien dice, toda la tierra que se puede abarcar con la mirada. Y es de él todo ese terrenal. El caso es que nuestras madres nos malparieron en un petate aunque éramos hijos de Pedro Páramo. Y lo más chistoso es que él nos llevó a bautizar. Con usted debe haber pasado lo mismo, ¿no?

-No me acuerdo.

-¡Váyase mucho al carajo!

-¿Qué dice usted?

-Que ya estamos llegando, señor.

-Sí, ya lo veo. ¿Qué pasó por aquí?

-Un correcaminos, señor. Así les nombran a esos pájaros.

-No, yo preguntaba por el pueblo, que se ve tan solo, como si estuviera abandonado. Parece que no lo habitara nadie.

-No es que lo parezca. Así es. Aquí no vive nadie.

-¿Y Pedro Páramo ?

-Pedro Páramo murió hace muchos años.

 

Juan Rulfo

Rosario Castellanos

Inés Arredondo

Carlos Fuentes

Rosario Castellanos Balún Canán [1957] (Fragmento)

...y entonces, coléricos, nos desposeyeron, nos arrebataron lo que habíamos atesorado: la palabra, que es el arca de la memoria. Desde aquellos días arden y se consumen con el leño de la hoguera. Sube el humo en el viento y se deshace. Queda la ceniza sin rostro. Para que puedas venir tú y el que es menor que tú y les baste un soplo, solamente un soplo...

— No me cuentes ese cuento, nana.

— ¿Acaso hablaba contigo? ¿Acaso se habla con los granos de anís?

No soy un grano de anís. Soy una niña y tengo siete años. Los cinco dedos de la mano derecha y dos de la izquierda. Y cuando me yergo puedo mirar de frente las rodillas de mi padre. Más arriba no. Me imagino que sigue creciendo como un gran árbol y que en su rama más alta está agazapado un tigre diminuto. Mi madre es diferente. Sobre su pelo —tan negro, tan espeso, tan crespo— pasan los pájaros y les gusta y se quedan.

Me lo imagino nada más. Nunca lo he visto. Ciertos arbustos con las hojas carcomidas por los insectos; los pupitres manchados de tinta; mi hermano. Y a mi hermano lo miro de arriba a abajo. Porque nació después de mi y, cuando nació, yo ya sabía muchas cosas que ahora le explico minuciosamente. Por ejemplo ésta: Colón descubrió la América.

Mario se queda viéndome como si el mérito no me correspondiera y alza los hombros con gesto de indiferencia. La rabia me sofoca. Una vez más cae sobre mí el peso de la injusticia… […]

—¿Quiénes son los nueve guardianes?

—Niña, no seas curiosa. Los mayores lo saben y por eso dan a esta región el nombre de Balún Canán. La llaman así cuando conversan entre ellos. Pero nosotros, la gente menuda, más vale que nos callemos. Y tú, Mario, cuando vayan de cacería no hagas lo que yo. Pregunta, indágate.

Porque hay árboles, hay orquídeas, hay pájaros que deben respetarse. Los indios los tienen señalados para aplacar la boca de los guardianes. No los toques porque te traería desgracia… […]

—Al principio —dice—, antes que vinieran Santo Domingo de Guzmán y San Caralampio y la Virgen del Perpetuo Socorro, eran cuatro únicamente los señores del cielo. Cada uno estaba sentado en su silla, descansando. Porque ya habían hecho la tierra, tal como ahora la contemplamos, colmándole el regazo de dones. Ya habían hecho el mar, frente al que tiembla el que lo mira. Ya habían hecho el viento para que fuera como el guardián de cada cosa, pero aún les faltaba hacer al hombre… […]

—El gobierno ha dictado una nueva disposición contra nuestros intereses [...]

Hágame usted el favor de leer. Aquí.

—Se aprobó la ley según la cual los dueños de fincas, con más de cinco familias de indios a su servicio, tienen la obligación de proporcionarles medios de enseñanza, estableciendo una escuela y pagando de su peculio a un maestro rural... […]

—[Mr. Peshpen] estuvo dale y dale, pidiéndome unos papeles que tengo en la casa de Comitán y que los escribió un indio.

—¿Que los escribió un indio?

—Y en español para más lujo. Mi padre mandó que los escribiera para probar la antigüedad de nuestras propiedades y su tamaño. Estando como están las cosas tú comprenderás que yo no iba a soltar un documento así por interesante y raro que fuera. Para consolar a Mr. Peshpen tuve que regalarle los tepalcates que desenterramos. Se los llevó a Nueva York y desde allá me mandó un retrato. Están en el Museo…

—En Tapachula fue donde me dieron a leer el papel que habla. Y entendí lo que dice: que nosotros somos iguales a los blancos [...].

—¿Sobre la palabra de quien lo afirma?

—Sobre la palabra del Presidente de la República… […]

No había que esperar la resurrección de sus dioses, que los abandonaron en la hora del infortunio [...]. No. Él había conocido a un hombre, a Cárdenas; lo había oído hablar (Había estrechado su mano, pero ese era su secreto, su fuerza)… […]

Para la construcción elegimos un lugar en lo alto de una colina. Bendito porque asiste al nacimiento del sol. Bendito porque lo rigen constelaciones favorables. Bendito porque en su entraña removida hallamos la raíz de una ceiba [...]. Esta es nuestra casa. Aquí la memoria que perdimos vendrá a ser como la doncella rescatada a la turbulencia de los ríos.

Y se sentará entre nosotros para adoctrinarnos. Y la escucharemos con reverencia [...]. De esta manera Felipe escribió, para los que vendrían, la construcción de la escuela… […]

…yo también tengo mis valedores. Para no ir más lejos, ahí está el Presidente Municipal de Ocosingo, que es mi compadre. En cuanto yo le eche un grito ya me está mandando la gente que yo quiera para que me ayude.

Qué chasco se van a llevar estos desgraciados indios cuando se vean amarrados codo con codo, jalando para el rumbo de la cárcel… […]

Allí en ese trozo de papel, César había descargado toda su furia acusando a los indios, urgiendo al Presidente Municipal de Ocosingo para que acudiera en su ayuda, recordándole, con una calculada brutalidad los favores que le debía, y señalando esta hora como la más propicia para pagárselos... […]

Hasta ahora no nos ha sido posible conseguir una audiencia con el Gobernador [...]. Pero yo creo firmemente que no hay que perder la esperanza.

Chactajal volverá a ser nuestro [...]. Durante el tiempo que llevamos aquí nos hemos relacionado con muchas personas. Claro que procuramos que esas personas sean importantes y que tengan influencias en el gobierno. Es preciso agasajarlos, atenderlos, correrles caravanas…

Carlos Fuentes La Región Más Transparente [1958] (Fragmento)

Mi nombre es Ixca Cienfuegos. Nací y vivo en México D.F. Esto no es grave. En México no hay tragedia: todo se vuelve afrenta. Afrenta, esta sangre que me punza como filo de maguey. Afrenta, mi parálisis desenfrenada que todas las auroras tiñe de coágulos. Y mi eterno salto mortal hacia mañana. Juego, acción, fe -día a día, no sólo el día del premio o del castigo: veo mis poros oscuros y sé que me lo vedaron abajo, abajo, en el fondo del lecho del valle. […]

…Aquí vivimos, en las calles se cruzan nuestros olores de sudor y pachulí, de ladrillo nuevo y gas subterráneo, nuestras carnes ociosas, jamás nuestras miradas. Jamás nos hemos hincado juntos, tú y yo, a recibir la misma hostia; desgarrados juntos, creados juntos, sólo morimos para nosotros, aislados. Aquí caímos.

Qué le vamos a hacer. Aguantarnos mano. A ver si algún día mis dedos tocan los tuyos. Ven déjame caer contigo en la región lunar de nuestra ciudad. ciudad puñado de alcantarillas, ciudad cristal de vahos y escarcha mineral, ciudad presencia de todos nuestros olvidos, ciudad de acantilados carnívoros, ciudad de la brevedad inmensa, … ciudad a fuego lento… ciudad del hedor torcido… ciudad reflexión de la furia, ciudad….ciudad perra, ciudad famélica, suntuosa villa…Aquí nos tocó. Qué le vamos a hacer. En la región más transparente del aire. […]

… el poeta de provincia consciente de estar recibiendo primeras lecciones de frivolidad…el matrimonio a la page…el novelista de la cara de papa…el autor sin libros…que es un genio porque es cuate y es chistoso…el intelectual burócrata…los jóvenes poético socialistas que en Marx han encontrado su Dada…los redentores de Sanborns…los mecenas de cocktail…, la chica que ha declarado querer convertirse en la gran cortesana internacional…

Todas las mexicanitas rubias vestidas de negro convencidas de que dan el tono internacional en el triste país pulguiento y roído. Sus maridos, los abogados de éxito, los incipientes industriales, creen estar penetrando (aquí, en todas las fiestas de todos los Bobos) la zona de la recompensa definitiva, de los grandes placeres del loco éxito. Y los arrimados a la grandeza: los jóvenes oscuros, hijos de pequeños burócratas y profesores de primaria súbitamente transformados en virtud de su anexión a la figura social del momento… […]

Mire para afuera –le dice a Ixa–. Ahí quedan todavía millones de analfabetas, de indios descalzos, de harapientos muertos de hambre, de ejidatarios con una simple parcela de temporal…de desocupados que huyen a los Estados Unidos. Pero también hay millones que pudieron ir a las escuelas, que nosotros, la Revolución, les construimos… millones para quienes se acabó la tienda de raya y se abrió la industria urbana, millones que en 1910 hubieran sido peones y ahora son obreros calificados…

Inés Arredondo Canción de cuna / La señal [1965] (Fragmento)

El día gris extiende su tiempo sin esperanza. Ayer y mañana fueron y serán iguales, sin otra cosa que lluvia y frío, barridos interminablemente por el viento que se lleva todo color… […]

La soledad entra por la ventana. A pesar de los vidrios la habitación es helada, húmeda, y el viento, el viento sitiando aislado, hace sentir que se está dentro de una torre, la única en una orilla deshabitada del mundo… El viento y la lluvia seguirán azotando hasta borrar los rastros humanos… […]

En las manos ateridas de la muchacha hay una guitarra… Despacio, a tientas, afina un poco la cuerda… Espera, vuelve a hacer sonar la cuerda, apenas, y no la escucha, sino que aguarda la vibración en las yemas o en la palma… los dedos infantiles buscan, vuelven a la cuerda que da una nota a pesar del desorden que impone el viento. Una nota queda, breve, que nadie escucha, pero que centra algo y da un reposo momentáneo… […]

En el vientre de la niña un ser extraño se ha desperezado. Rasca y mueve las entrañas ciegamente. Ella siente la satisfacción bestial del informe ser que la habita… Vuelve a gritar, cada vez más fuerte, más fuerte… […]

Saldrá a la luz del sol y será un niño. Y desde ese momento ella quedará libre, no tendrá que servirlo ni pensar en él, no será suyo… todo esto de ahora se borrará…

-Voy a traerte una taza de leche caliente, Erika, pero no vuelvas a gritar. Nadie debe saber que estás aquí […]

La niña comprende que la muchacha se niega aunque no entiende a qué, porque todos hablan esa lengua tajante que ella no reconoce. Ella está aparte, con sus ojos negros y su ignorancia de la lengua paterna… Erika sigue negando con la cabeza…[…]

…buscando una palabra que no encuentra… se sienta con ella en el regazo, sin pronunciar una palabra, cierra los ojos contra el pecho de Erika, escucha como los pulmones se llenan y se vacían [escucha] el palpitar desordenado del corazón próximo… espiando los secretos golpes de su cuerpo…[…]

Retrocede sin hacer ruido, ahora con los negros ojos inmóviles, sobre el rostro abatido de la que dicen es su madre. Algo que no sabe lo que es quisiera decirle a la muchacha, que ha empezado a llorar sin dejar de mover como un péndulo la cabeza…[…]

Se lo dijo el día que murió. Le dijo que no era su hermana, sino su madre, y fue eso un reconocimiento fugitivo de amor tan precario que no basta…[…]

Lo se porque estoy embarazada, y me tocó ahora a mi. La canción de mi abuela y de mi madre me envuelve. Mi historia es diferente, mi hijo tiene padre, tendrá madre, pero ahora no somos ambos más que una masa informe que lucha…[…] …quería reproducir su propia gestación para darse a luz a si misma…

Salvador Elizondo Farabeuf [1965] (Fragmento)

Entonces, recordé también la sensación del metal que me hubiera ceñido en tu abrazo y las caricias olorosas a formol que a todo lo largo de mi cuerpo tus manos quirúrgicas, de tocólogo, me hubieran prodigado en aquella casa llena del sonido del tumbo de las olas, llena del espanto y de la delicia del cuerpo humano abierto de par en par a la mirada como la puerta de una casa magnífica y sin dueño que para siempre hubiera esperado tu caricia, como una puerta entreabierta... un cuerpo que te esperaba con toda su sangre, con todas las vísceras dispuestas al sacrificio último…[…]

Ese gesto es un gesto inolvidable. Pasaste ante mí con las manos enguantadas. Habías distendido los dedos dentro de aquellos guantes color de ámbar y en medio del espanto que me producía tu cercanía noté, no sé por qué, tal vez por la apariencia siniestra que aquellos guantes le daban a tus manos, que a pesar de no estar mutilado parecía que te faltaban los pulgares…[…]

— ¿La visión de ese cuerpo desgarrado te conmovió?, ¿sentiste compasión?, ¿sobresalto?, ¿náusea?

— Fascinación. Fascinación y deseo.

— ¿Te hubieras entregado?

— ¿Acaso no me estaba poseyendo con la mirada? […]

Cuando mil veces mil instantes como éste se repitan en la sombría dimensión de tu vida, tu cuerpo ante el espejo, de par en par abierto como una puerta por la que se cuela el airón de la muerte, se quebrará mil veces como un trozo de hielo bajo el sol, y la mosca que creíste ver morir junto a los flecos del desvaído cortinaje de terciopelo revivirá animada de su lujuria de carroña y se posará en tu rostro para devorar la carne congelada de tus pupilas… […]

No pensaste jamás que ese espejo eran mis ojos, que esa puerta que el viento abate era mi corazón latiendo, puesto al desnudo por la habilidad de un cirujano que llega en la noche a ejercitar su destreza en la carroña ansiosa de nuestros cuerpos, un corazón que late ante un espejo, imagen de una puerta que golpea contra el quicio mientras afuera, más allá de sí misma, la lluvia incesante golpea en la noche contra la ventana como tratando de impedir que tu última mirada escape, para que nuestro sueño no huya de nosotros, y se quede, para siempre, fijo en la actitud de esos personajes representados en el cuadro: un cuadro que por la ebriedad de nuestro deseo creímos que era real y que sólo ahora sabemos que no era un cuadro, sino un espejo en cuya superficie nos estamos viendo morir…

José Emilio Pacheco Morirás lejos. Totenbuch (Libro de los muertos) [1967] (Fragmento)

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Referencias


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Ejercicios de autoevaluación:

Identificación de características, elementos estilísticos y narrativos, autores y obras del período

Reconocimiento de obras literarias, mediante sus características de estilo y ubicación de sus corrientes

 

 

Trabajo de investigación a realizar fuera del aula