Ptolomeo Filadelfo fundó en Alejandría, en el siglo III a.C. el primer instituto de investigación científica, desde entonces se hace referencia al espacio dedicado a conservar objetos de valor para el estudio de las ciencias y de las artes. En Roma antigua algunos sectores sociales privilegiados, coleccionaban en forma privada un conjunto de libros ordenados y clasificados según la temática, una biblioteca en el sentido actual. También poseían acervos de obras de arte, bronces griegos y helenísticos, originales o copias elaboradas por expertos. Dicha práctica se mantiene hasta la actualidad, en diversos lugares del mundo.
En la Edad Media, los encargados de preservar la cultura y las artes, fueron los conventos y monasterios, de régimen cortesano y religioso con predominio de objetos preciosos en templos, tumbas, con sentido trascendental.
El coleccionismo de imágenes tiene su edad de oro en la segunda mitad del siglo XVI, aparecen las primeras guías artísticas y catálogos de colecciones, surgen los museos de ciencias naturales con criterio moderno, el objeto es más interesante por lo que se enseña más que por su belleza.
La obra de arte es enriquecida durante el Renacimiento bajo una óptica humanística y científica para el hombre moderno, con valor estético e histórico. En el siglo XIX, el artista crea conforme a sus propios criterios influyendo sobre el coleccionismo.