Subo
(Subir) con pasos lentos al vestíbulo,
vuelvo
(volver) a pegar el oído a la puerta de la señora Consuelo,
sigo
(seguir), sobre las puntas de los pies, a la de Aura: la
empujo
(empujaR) sin dar aviso, y
entro
(entraR) a esa recámara desnuda. (…) ---No
tengo
(teneR) tiempo de pensar más:
-Siéntate en la cama, Felipe.
-Sí.
-Vamos a jugar. Tú no hagas nada. Déjame hacerlo todo a mí.
Sentado en la cama
trato
(tratar) de distinguir el origen de esa luz difusa, opalina, que
apenas
me permite
(permitirse) separar los objetos, la presencia de Aura, de la
atmósfera dorada que los envuelve. Ella (me) habrá visto mirando hacia arriba, buscando ese origen. Por la
voz,
se
(saber) que está arrodillada frente a (mí):
-El cielo no es alto ni bajo. Está encima y debajo de nosotros al mismo tiempo.
Me quito
(quitarse) los zapatos, los calcetines. Y acariciará (mis) pies
desnudos.
Siento
(sentir) el agua tibia que baña (mis) plantas, las alivia,
mientras ella (me) lava con una tela gruesa, dirige miradas furtivas al Cristo de madera negra, se aparta
por fin de (mis) pies, (me) toma de la mano, se prende unos capullos de violeta al pelo suelto, (me) toma
entre los brazos y canturrea esa melodía, ese vals que
bailo
(bailar) con ella, prendido al susurro de su voz,
giro
(girar) al ritmo lentísimo, solemne, que ella (me) impone, ajeno a
los movimientos ligeros de sus manos, que (me) desabotonan la camisa, (me) acarician el pecho, buscan (mi)
espalda, se clavan en ella. También
murmuro
(murmurar) esa canción sin letra, esa melodía que surge
naturalmente de (mi) garganta.