Programa de Cómputo para la Enseñanza: Cultura y Vida Cotidiana: 1900-1920

Historia de México II Primera Unidad: Crisis del Porfiriato y México Revolucionario 1900-1920

La producción literaria de 1900 a 1920

Propósitos: Valorar el impacto sociocultural de la Revolución Mexicana, así como la diversidad de grupos sociales y regionales participantes en ella

Humberto Domínguez Chávez. Mayo de 2013

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El Ateneo de la Juventud

 

Los planteamientos de los escritores naturalistas y modernistas tuvieron su continuidad con los planteamientos literarios y filosóficos del Ateneo de la Juventud (1909), cuyos representantes buscaban romper el cerco intelectual que el Positivismo había impuesto en los estudios superiores de México, como recordaba Pedro Henríquez Ureña (1884-1946):

 

Sentíamos la opresión intelectual, junto con la opresión política y económica de que ya se daba cuenta gran parte del país. Veíamos que la filosofía oficial era demasiado sistemática, demasiado definitiva para no equivocarse. Entonces nos lanzamos a leer a todos los filósofos a quienes el positivismo condenaba como inútiles, desde Platón que fue nuestro mayor maestro, hasta Kant y Schopenhauer. Tomamos en serio (¡oh blasfemia!) a Nietzche. Descubrimos a Bergson, a Boutroux, a James, a Croce. Y en la literatura no nos confinamos dentro de la Francia moderna. Leíamos a los griegos, que fueron nuestra pasión. Ensayamos la literatura inglesa. Volvimos, pero a nuestro modo, contrariando toda receta, a la literatura española, que había quedado relegada a las manos de los académicos de provincia. Atacamos y desacreditamos las tendencias de todo arte pompier: nuestros compañeros que iban a Europa no fueron ya a inspirarse en la falsa tradición de las academias, sino a contemplar directamente las grandes creaciones y a observar el libre juego de las tendencias novísimas; al volver, estaban en actitud de descubrir todo lo que daban de sí la tierra nativa y su glorioso pasado artístico. Hernández (2000: 200)

 

Artistas mexicanos en el patio de la Academia de San Carlos [1910]

Ateneístas y amigos: sentados el pintor Jorge Enciso y los escritores Julio Torri y Xavier Icaza, de pie Genaro Estrada, Francisco A. de Icaza, y Mariano Silva y Aceves

 

Y, al decir de Reverte (1986), la imitación servil de Francia. Sus integrantes volcaron su interés por la cultura humanística, mostraron un profundo americanismo con conocimiento y estudio de la cultura mexicana, además de una pasión por la cultura clásica y el pensamiento universal. Una de las figuras relevantes fue Alfonso Reyes (1889-1959); quien, como señala Castañón (2005), fue autor de obras en verso y en prosa:

 

…donde el horizonte de la cultura mexicana se tiende como una puerta que le permite no sólo interrogar y enriquecer su raigambre nacional y aun continental, sino también de las tradiciones clásicas cervantina y helénica.

 

Al finalizar el siglo XIX sólo la filosofía positivista, en las versiones de Auguste Comte (1798-1857), John Stuart Mill (1806-1873)2 y Herbert Spencer (1820-1903), gozaba de una situación académica en las instituciones educativas y en la vida intelectual del país; que, al decir de Alfonso Reyes (1914):

 

…si fue de utilidad para la restauración social, vino a ser a la larga pernicioso para el desarrollo no sólo de la literatura o la filosofía, mas del espíritu mismo; como reacción liberal borró el latín, por considerarlo que era la misma cosa que la Iglesia, y con el latín borro la literatura, por lo que toda cultura fundamental desapareció y todo humanismo se perdió.

 

Pedro Enríquez Ureña

Alfonso Reyes

Antonio Caso

Jesús Tito Acevedo

Alfonso Cravioto

 

Para un grupo de jóvenes estudiantes universitarios este ambiente resultó asfixiante, por lo que al decir de Pedro Henríquez Ureña (1925), integraron un grupo con: Antonio Caso (1883-1946), Alfonso Reyes (1889-1959), Jesús T. Acevedo (1882-1918), Alfonso Cravioto (1884-1955), Ricardo Gómez Robelo (1884-1924), Manuel de la Parra (1878-1930), Genaro Fernández MacGrégor (1883-1959) y José Vasconcelos (1882-1959), entre otros, para leer y divulgar a los filósofos que el positivismo condenaba como inútiles; desde Platón hasta Immanuel Kant y Arthur Schopenhauer, además de Friedrich Nietzsche. Descubrieron a Henri Bergson, Émile Boutroux, William James, Benedetto Croce, además de revisar las literaturas modernas de Francia, Inglaterra y España.

 

Acevedo concibió la idea de crear una Sociedad de Conferencias, en 1907 y 1908, que serían acompañadas con recitales de música y poesía para propagar las nuevas ideas entre los literatos, poetas, músicos y pintores de aquellos años.

 

El Ateneo se formó en 1909 en la Escuela Nacional Preparatoria; al decir de Caso, para dar forma social a una nueva era de pensamiento. Al decir de Vasconcelos (1935), con el propósito de crear una institución para el cultivo del saber nuevo que habían hallado, el cual no podía encontrarse en las agrupaciones que discutían: el rancio saber escolástico del catolicismo, aquellas en que se recordaba la ideología superficial de la época de la Reforma, ni en las positivistas dominadas al amparo del despotismo oficial. Se inspirarían en una estética ni romántica ni modernista, ni mucho menos positivista o realista, señala Vasconcelos (1911), sino de una manera mística fundada en la belleza, con una tendencia a buscar claridades inefables y significaciones eternas.

 

Miembros del Ateneo de la Juventud en la conferencia del poeta peruano José Santos Chocano [1912]

Ateneístas: Ricardo Gómez Robelo, Roberto Montenegro, Antonio Caso, Alfredo L. Palacios, Gabriela Mistral, Carlos Pellicer, Julio Torri, Francisco L. del Río, Alberto Vázquez del Mercado, Palma Guillén, Vasconcelos y Manuel Gómez Morin [1923]

 

 

Alfonso González Martínez, Luis G. Urbina, Justo Sierra, Antonio Caso y Jesús Ureta introdujeron en el Ateneo, por medio de conferencias, el gusto por la antigua Grecia, comenta Castañeda (2002: 28). Así, para Reyes el arte inseparable de su contexto es concebido como una continua victoria de la ciencia sobre el caos de las realidades exteriores.

 

Por su parte, Henríquez Ureña comenta:

 

Nunca hemos recibido mejor disciplina espiritual (...) Las humanidades viejo timbre de honor en México, han de ejercer sutil influjo espiritual en la reconstrucción que nos espera. Porque ellas son más, mucho más, que el esqueleto de las formas intelectuales del mundo antiguo. Son la musa portadora de dones y de ventura interior, fors clavijera para los secretos de la perfección humana.

 

Mientras que para Fernández (1946), el Ateneo integró un grupo literario de tendencias heterogéneas con la tarea de reunirse para leer y comentar, en donde cada uno de los asociados era distinto radicalmente del otro; con un elemento común a las actividades del grupo, ya que cada uno a su manera colaboró para transformar el ambiente espiritual de la época. Cuyo mérito consistió de la práctica de acudir a las fuentes, ya que con anterioridad existía el hábito de las citas incompletas y vagas, derivadas de lecturas de segunda mano.

Bienvenida a la Universidad del grupo Ateneo de la Juventud, paraninfo de la Antigua Normal Primaria para Maestros [1914]

 

Señaló que no eran humanistas ni podían serlo, dado el absurdo y sectario programa de aquella enorme mediocridad de la educación de su época; apuntando que:

 

…en honor de la verdad, y por lo que a algunos de nosotros tocó, ni pudimos haber sido humanistas ni queríamos serlo; desde el principio comprendimos que bien vale la pena sacrificar la posibilidad de leer de corrido en griego y latín, con tal de enterarnos del vasto caudal científico de nuestra época y del saber general de la humanidad; después de todo, las traducciones ya están hechas y si hacen falta más, que se dediquen a eso los traductores.

 

Alfonso Reyes Visión del Anáhuac (Fragmento) [1915]

 

El viajero americano está condenado a que los europeos le pregunten si hay en América muchos árboles. Les sorprenderíamos hablándoles de una Castilla americana más alta que la de ellos, más armoniosa, menos agria seguramente (por mucho que en vez de colinas la quiebren enormes montañas), donde el aire brilla como espejo y se goza de un otoño perenne. La llanura castellana sugiere pensamientos ascéticos: el valle de México, más bien pensamientos fáciles y sobrios. Lo que una gana en lo trágico, la otra en plástica rotundidad.

 

Nuestra naturaleza tiene dos aspectos opuestos. Uno, la cantada selva virgen de América, apenas merece describirse. Tema obligado de admiración en el Viejo Mundo, ella inspira los entusiasmos verbales de Chateaubriand. Horno genitor donde las energías parecen gastarse con abandonada generosidad, donde nuestro ánimo naufraga en emanaciones embriagadoras, es exaltación de la vida a la vez que imagen de la anarquía vital: los chorros de verdura por las rampas de la montaña; los nudos ciegos de las lianas; toldos de platanares; sombra engañadora de árboles que adormecen y roban las fuerzas de pensar; bochornosa vegetación; largo y voluptuoso torpor, al zumbido de los insectos. ¡Los gritos de los papagayos, el trueno de las cascadas, los ojos de las fieras, le dard empoisonné du sauvage! En estos derroches de fuego y sueño —poesía de hamaca y de abanico— nos superan seguramente otras regiones meridionales.

 

Jesús Tito Acevedo Apariencias arquitectónicas (Fragmento) [Conferencias del Ateneo 1907]

 

Parecería que esta afloración artística [el arte Gótico] no debía terminar nunca; mas con el tiempo, la humanidad sigue otras rutas y abandona aquellas en donde encuentra fuerza e ideal. Sólo en Venecia sigue esta arquitectura su camino: fundada sobre el mosaico y la greca de los bizantinos y poniendo a un lado sus ornatos para fijar sus formas según leyes cada vez más severas, se ofrece al fin como el modelo del gótico doméstico tan grandioso, tan completo, tan notablemente disciplinado, que jamás existió arquitectura privada que reclamase con tanta justicia nuestro respeto.

 

Ni siquiera exceptúo al dórico griego: el veneciano del siglo XIV había desechado uno a uno, durante siglos, todos los esplendores que el arte y la riqueza podían darle. Había depuesto su corona y sus alhajas, sus oros y su color, como un rey que se desviste; había renunciado al ejercicio como un atleta que reposa. Caprichoso y fantástico cuando comenzó, se sujeta luego a leyes tan inviolables y serenas como las de la naturaleza misma. No quiso más que retener su belleza y su fuerza, ambas supremas pero siempre contenidas. Las canaladuras dóricas varían en cantidad; las molduras italianas fueron inmutables. El modo dórico decorativo no admitía tentaciones, era el ayuno del anacoreta; la ornamentación veneciana, en tanto que reinó, abrazó todas las formas de la flora y la fauna. Fue la temperancia del hombre, el imperio de Adán en la creación.

 

No conozco signo tan magnífico de autoridad humana que pueda compararse con este omnipotente imperio del arte veneciano sobre su propia exhuberancia de imaginación y con esta tranquila y solemne prudencia con la que, a pesar de su espíritu colmado de fantásticos follajes ondulosos y de vida ardiente, da a sus pensamientos una expresión momentánea y luego se retira a sus barras macizas y a sus lobos de piedra uniforme[Acevedo Jesús Tito (1907), “Apariencias arquitectónicas”, en: Mariscal Federico E. (prólogo y recopilación) (1920), Disertaciones de un arquitecto, México, Ediciones México Moderno, Biblioteca de autores mexicanos modernos, p. 24 y ss.].

 

Pedro Henríquez Ureña Don Juan Ruiz de Alarcón (Fragmento) [Conferencia pronunciada en la Librería General de México, el 6 de diciembre de 1913]

 

Alarcón nació en la ciudad de México, hacia 1580. Marchó a España en 1600. Después de cinco años en Salamanca y tres en Sevilla, volvió a su país en 1608, y se graduó de licenciado en Derecho Civil por la antigua Universidad de México. De allí, suponía Fernández-Guerra, había regresado a Europa en 1611; pero el investigador mexicano Nicolás Rangel ha demostrado que Alarcón se hallaba todavía en México a mediados de 1613, cuando su célebre biógrafo lo imaginaba estrenando comedias en Madrid. En la corte no lo encontramos hasta 1615. A los treinta y cuatro años de edad, más o menos, abandonó definitivamente su patria; en España vivió veinticinco más, hasta su muerte.

 

Hombre orgulloso, pero discreto, acaso no habría sido víctima de las acres costumbres literarias de su tiempo, a no mediar su deformidad física y su condición de forastero. Sólo unos dos lustros debió de entregar sus obras para el teatro. Publicó dos volúmenes de comedias, en 1628 y 1634; en ellos se contienen veinte, y en ediciones sueltas se le atribuyen tres más: son todas las rigurosamente auténticas y exclusivamente suyas. Con todas las atribuciones dudosas y los trabajos en colaboración —incluyendo los diez en combinación con Tirso que le supone el francés Barry—, el total apenas ascendería a treinta y seis; en cambio, Lope debió de escribir más de mil— aun cercenando sus propias exageraciones y las aún mayores de Montalván—, Calderón cerca de ochocientas y Tirso cuatrocientas.

 

Fuera del teatro, sólo produjo versos de ocasión, muy de tarde en tarde. De seguro empezó a escribir comedias antes de 1615, y tal vez algunas haya compuesto en América; de una de ellas, El semejante a sí mismo, se juzga probable; y, en realidad, tanto ésa como Mudarse por mejorarse (entre ambas hay muchas semejanzas curiosas), contienen palabras y expresiones que, sin dejar de ser castizas, se emplean más en México, hoy, que en ningún otro país de lengua castellana. Posibilidad tuvo de hacerlas representar en México, pues se edificio teatro hacia 1597 (el de don Francisco de León) y se estilaban "fiesta y comedias nuevas cada día", según testimonio de Bernardo de Valbuena en su frondoso poema de La grandeza mexicana (1604). Probablemente colaboró, por los años de 1619 a 1623, con el maestro Tirso de Molina, y si La villana de Vallecas es producto de esa colaboración, ambos autores habrán combinado en ella sus recuerdos de América: Alarcón, los de su patria; Tirso, los de la Isla de Santo Domingo, donde estuvo de 1616 a 1618. [Henríquez Ureña Pedro (1928), Seis ensayos en busca de nuestra expresión, Buenos Aires, Editorial Babel, p. 39; tomado de Cielonaranja.com]

 

José Vasconcelos El movimiento intelectual contemporáneo de México (Fragmento)

[Conferencia en la Universidad de San Marcos de Lima, Perú, 26 de julio de 1916. Tomada del periódico Baja California, Lima, julio, 1916]

 

…[ a Justo Sierra] debe aquella generación la conciencia definitiva de su propio momento [... ] A los entusiasmos comtistas opuso la fina ironía y la elevación de su pensamiento. Al público ilustrado siempre repitió en sus memorables discursos que la ciencia está muy lejos de ser lo indiscutible, pues sus mismos principios son materia constante de debate, y aun suponiéndola fija y perfecta, ella no es otra cosa que la disciplina y el conocimiento de lo relativo y nada dice, ni pretende decir, sobre los objetos en sí mismos. Los sistemas y las hipótesis científicas, como las filosóficas, declara, son organismos vivos, que, como todo lo que vive, cambia y necesita la refacción perenne de la muerte.

 

Este hombre extraordinario, que del romanticismo jacobino y todavía más lejos, de la fe tradicional pudo pasar a la comprensión clara de todos los problemas de la ciencia y reformar su mentalidad entera conforme a estas nuevas convicciones; que dedicó toda su energía al magisterio y después a la educación general como ministro de Estado y organizador de la cultura moderna en México, tuvo todavía flexibilidad de espíritu bastante para adivinar los nuevos derroteros dc1 pensamiento. En su discurso inaugural de la nueva Universidad, pronunciado en el año del Centenario de la independencia mexicana, reconoce y acoge el nuevo idealismo francés, y también la nueva crítica, la crítica de la ciencia emprendida por los mismos sabios, por los autores de esa ciencia con el propósito de asignar al empirismo su justo lugar entre los recursos admirables del ingenio humano, pero después de calificarlo tan categóricamente como todo lo que procede de la unión miserable y misteriosa de un hombre y una mujer..

 

 

Reyes vivió entre 1913 y 1927, al decir de Martínez (2012), un destierro más o menos honorable como diplomático. Primero en Francia, luego de los acontecimientos golpistas en que se vio involucrado su padre Bernardo Reyes; convirtiéndose en esta larga permanencia en una personalidad prominente entre los intelectuales hispanoamericanos y sus allegados europeos. Primero estuvo al servicio del gobierno de Victoriano Huerta hasta el triunfo constitucionalista en 1915, para trasladarse posteriormente a Madrid, donde reingresaría al servicio diplomático con el gobierno de Álvaro Obregón y, posteriormente, en Paris durante el de Plutarco Elías Calles, quien utilizó sus servicios en Buenos Aires, continuando estas tareas al servicio de los gobiernos de Pascual Ortiz Rubio y Abelardo L. Rodríguez en Río de Janeiro y de regreso en Argentina, hasta 1938.

 

Su lejanía geográfica del país no impidió su conocimiento de los acontecimientos y su presencia intelectual entre los intelectuales de México, a través de su producción y los intercambios con otros artistas y escritores. Sus tareas diplomáticas se enmarcaron, comenta Martínez, en un escenario de pronunciamientos militares y golpes de Estado por facciones políticas a lo largo de toda Latinoamérica, en tanto se lograba la integración económica y política de sus repúblicas, que al mismo tiempo se mostraban recelosas con el Brasil, tradicionalmente aislado en el continente como una especie de otra América, a lo que se sumaba la amenaza constante para todos del intervencionismo estadounidense.

 

Presentación de credenciales en la Casa Rosada de Buenos Aires [1936]

 

Referencias


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