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Programa de Cómputo para la Enseñanza: Cultura y Vida Cotidiana: 1900-1920 Historia de México II Primera Unidad: Crisis del Porfiriato y México Revolucionario 1900-1920 La producción literaria de 1900 a 1920 Propósitos: Valorar el impacto sociocultural de la Revolución Mexicana, así como la diversidad de grupos sociales y regionales participantes en ella Humberto Domínguez Chávez. Mayo de 2013 |
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Modernismo
Para finales del siglo XIX aparece el Modernismo, comenta Díaz (2005), que le confiere un carácter propio y una identidad a la cultura de nuestro continente, el cual se configura con la aparición de dos revistas literarias: la Revista Azul (1894-1896) y la Revista Moderna (1898-1903). Para comprenderlo, señala Pacheco (1999: VII):
…hay que estudiar el lenguaje de fin de siglo… Los poemas deben verse bajo las categorías de la literatura europea de la época y situarse en las condiciones en que se produjeron…
Integró un movimiento que transcurrió entre el esplendor del Porfiriato, su agonía y los inicios de la posrevolución (1884-1921). En términos del acontecer político entre la primera reelección de Porfirio Díaz y el ascenso de los sonorenses con Álvaro Obregón.
Abarca, en términos de producción literaria, las obras creadas desde la aparición de La duquesa Job de Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895), hasta la Suave Patria de Ramón López Velarde (1888-1921). Señala Vogt (1990) que los escritores modernistas aceptaron las nuevas corrientes literarias francesas, en momentos en que la vida intelectual del Porfiriato estaba enmarcada en el Positivismo de Augusto Comte. |
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Manuel Gutiérrez Nájera La Duquesa Job [1884]
En dulce charla de sobremesa, mientras devoro fresa tras fresa, y abajo ronca tu perro Bob, te haré el retrato de la duquesa que adora a veces al duque Job.
No es la condesa de Villasana caricatura, ni la poblana de enagua roja, que Prieto amó; no es la criadita de pies nudosos, ni la que sueña con los gomosos y con los gallos de Micoló.
Mi duquesita, la que me adora, no tiene humos de gran señora: es la griseta de Paul de Kock. No baila Boston, y desconoce de las carreras el alto goce y los placeres del five o'clock.
Pero ni el sueño de algún poeta, ni los querubes que vio Jacob, fueron tan bellos cual la coqueta de ojitos verdes, rubia griseta, que adora a veces el duque Job.
Si pisa alfombras, no es en su casa; si por Plateros alegre pasa y la saluda madam Marnat, no es, sin disputa, porque la vista, sí porque a casa de otra modista desde temprano rápida va.
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No tiene alhajas mi duquesita, pero es tan guapa, y es tan bonita, y tiene un perro tan v'lan, tan pschutt; de tal manera trasciende a Francia, que no la igualan en elegancia ni las clientes de Hélene Kossut.
Desde las puertas de la Sorpresa hasta la esquina del Jockey Club, no hay española, yanqui o francesa, ni más bonita ni más traviesa que la duquesa del duque Job.
¡Cómo resuena su taconeo en las baldosas! ¡Con qué meneo luce su talle de tentación! ¡Con qué airecito de aristocracia mira a los hombres, y con qué gracia frunce los labios —¡Mimí Pinsón!
Si alguien la alcanza, si la requiebra, ella, ligera como una cebra, sigue camino del almacén; pero, ¡ay del tuno si alarga el brazo! ¡Nadie se salva del sombrillazo que le descarga sobre la sien!
¡No hay en el mundo mujer más linda! Pie de andaluza, boca de guinda, sprint rociado de Veuve Clicquot, talle de avispa, cutis de ala, ojos traviesos de colegiala como los ojos de Louise Theo.
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Ágil, nerviosa, blanca, delgada, media de seda bien restirada, gola de encaje, corsé de crac, nariz pequeña, garbosa, cuca, y palpitantes sobre la nuca rizos tan rubios como el coñac.
Sus ojos verdes bailan el tango; nada hay más bello que el arremango provocativo de su nariz. Por ser tan joven y tan bonita, cual mi sedosa, blanca gatita, diera sus pajes la emperatriz.
¡Ah! Tú no has visto cuando se peina, sobre sus hombros de rosa reina caer los rizos en profusión. Tú no has oído que alegre canta, mientras sus brazos y su garganta de fresca espuma cubre el jabón.
Y los domingos, ¡con qué alegría!, oye en su lecho bullir el día ¡y hasta las nueve quieta se está! ¡Cuál se acurruca la perezosa bajo la colcha color de rosa, mientras a misa la criada va!
La breve cofia de blanco encaje cubre sus rizos, el limpio traje aguarda encima del canapé. Altas, lustrosas y pequeñitas, sus puntas muestran las dos botitas, abandonadas del catre al pie,
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Después, ligera, del lecho brinca, ¡oh quién la viera cuando se hinca blanca y esbelta sobre el colchón! ¿Qué valen junto de tanta gracia las niñas ricas, la aristocracia, ni mis amigas del cotillón?
Toco; se viste; me abre; almorzamos; con apetito los dos tomamos un par de huevos y un buen beefsteak, media botella de rico vino, y en coche, juntos, vamos camino del pintoresco Chapultepec.
Desde las puertas de la Sorpresa hasta la esquina del Jockey Club, no hay española, yanqui o francesa, ni más bonita ni más traviesa que la duquesa del duque Job.
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Ramón López Velarde La Suave Patria (Fragmento) [1921]
Proemio Yo que sólo canté de la exquisita partitura del íntimo decoro, alzo hoy la voz a la mitad del foro a la manera del tenor que imita la gutural modulación del bajo para cortar a la epopeya un gajo.
Navegaré por las olas civiles con remos que no pesan, porque van como los brazos del correo chuan que remaba la Mancha con fusiles.
Diré con una épica sordina: la Patria es impecable y diamantina.
Suave Patria: permite que te envuelva en la más honda música de selva con que me modelaste por entero al golpe cadencioso de las hachas, entre risas y gritos de muchachas y pájaros de oficio carpintero.
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Primer Acto Patria: tu superficie es el maíz, tus minas el palacio del Rey de Oros, y tu cielo, las garzas en desliz y el relámpago verde de los loros.
El Niño Dios te escrituró un establo y los veneros del petróleo el diablo.
Sobre tu Capital, cada hora vuela ojerosa y pintada, en carretela; y en tu provincia, del reloj en vela que rondan los palomos colipavos, las campanadas caen como centavos.
Patria: tu mutilado territorio se viste de percal y de abalorio.
Suave Patria: tu casa todavía es tan grande, que el tren va por la vía como aguinaldo de juguetería.
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Y en el barullo de las estaciones, con tu mirada de mestiza, pones la inmensidad sobre los corazones.
¿Quién, en la noche que asusta a la rana, no miró, antes de saber del vicio, del brazo de su novia, la galana pólvora de los juegos de artificio?
Suave Patria: en tu tórrido festín luces policromías de delfín, y con tu pelo rubio se desposa el alma, equilibrista chuparrosa, y a tus dos trenzas de tabaco sabe ofrendar aguamiel toda mi briosa raza de bailadores de jarabe.
Tu barro suena a plata, y en tu puño su sonora miseria es alcancía; y por las madrugadas del terruño, en calles como espejos se vacía el santo olor de la panadería.
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Cuando nacemos, nos regalas notas, después, un paraíso de compotas, y luego te regalas toda entera suave Patria, alacena y pajarera.
Al triste y al feliz dices que sí, que en tu lengua de amor prueben de ti la picadura del ajonjolí.
¡Y tu cielo nupcial, que cuando truena de deleites frenéticos nos llena!
Trueno de nuestras nubes, que nos baña de locura, enloquece a la montaña, requiebra a la mujer, sana al lunático, incorpora a los muertos, pide el Viático, y al fin derrumba las madererías de Dios, sobre las tierras labrantías.
Trueno del temporal: oigo en tus quejas crujir los esqueletos en parejas, oigo lo que se fue, lo que aún no toco y la hora actual con su vientre de coco. Y oigo en el brinco de tu ida y venida, oh trueno, la ruleta de mi vida.
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El Modernismo, establecido en el México del Porfiriato como una importante corriente literaria del siglo XX, se difundió ante la sensación del fracaso de creencias absolutas, religiosas o racionales, en las que se habían apoyado las anteriores interpretaciones de la realidad con el Positivismo.
Sus propuestas dejaron de lado el compromiso social, comenta Vogt (1990), en la búsqueda únicamente de la belleza, siendo sus autores apolíticos, al mismo tiempo que apoyaron a la dictadura al ser protegidos del sistema, como Luis G. Urbina (1868-1934) o Enrique González Martínez (1871-1952), por lo que:
Para ellos la revolución de 1910 es un despertar desagradable. |
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Movimiento social que señala la terminación del Porfiriato, y con ello marcará el final del Modernismo y el Positivismo.
Al centro de una prosperidad cada vez más insultante para la privación de las mayorías surge en México un grupo de escritores hastiados por el supuesto progreso, ávidos de vivir como sus semejantes de otras sociedades. Ya que todos los objetos que rodeaban su vida cotidiana eran franceses, fatalmente quisieron escribir como se escribía en Francia, y probarlo todo para expresarlo todo.
[…] el mundo poético hispanoamericano se llena con imágenes de todas las mitologías, se puebla de palacios versallescos, jardines e interiores orientales, dioses, ondinas, ninfas, sátiros, efebos, cisnes, náyades, centauros, libélulas, princesas, abates, colombinas –toda la utilería de la cultura humanista, mise en scène que hoy nos parece exótica y ajena al medio americano, pero que en el tiempo de los modernistas formaba el sostén para la formación de las clases media y alta, y resultaba tan familiar como ahora pueden serlo los personajes de la televisión y los cómics. El invernadero y las flores artificiales parecen preferibles a la naturaleza usurpada y destruida por los afanes mercantiles. El mundo industrial comienza a sustituir al natural e irrumpe dondequiera el objeto: biombos, divanes, jarrones, colgaduras, lacas, oro, japonerías, miniaturas, joyeleros, frascos de perfumes, acuarelas, porcelanas, lámparas, marfil, perlas, esmaltes. |
[…] Lo moderno es la industria, la producción masiva impone la moda. Para que el desarrollo continúe una moda debe sustituir vertiginosamente a la otra. Todas las transformaciones se aceleran. La poesía ya no tiene siquiera el recurso de detener el instante porque se ha inventado el cinematógrafo (“mecanismo reproductor de instantes”, lo llama Amado Nervo). Muerto el trabajo artesanal, la misión del arte en la industria es crear artificios. Los hombres se saben como nunca fugaces. La aspiración a la duración se revela en la humildad de buscar una forma poética perfecta. El cuidar la forma es un acto moral.
[…] Al poeta como profeta o constructor de nacionalidades sucede el poeta como ingenioso, como dandy desafiliado de una sociedad utilitaria o mártir del filisteísmo que le niega su protección lanzándolo a ganarse la vida en el mercado.
En tanto que periodistas los poetas de fin de siglo caen en manos de Rafael Reyes Spíndola que en 1896 funda El Imparcial, nuestro primer periódico moderno. Subvencionado por los Científicos, Reyes Spíndola importa vicios y virtudes de los diarios norteamericanos impresos en papel amarillo. Se le atribuye la frase de que los periodistas son como limones, a los cuales hay que sorber el jugo para arrojar luego con desprecio la corteza. Afirma que un reportero dura tres años, siete un editorialista y cuatro un cronista. [Pacheco, 1999: XLII-XLVI]. |
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De acuerdo con Pacheco (1999: XLVI), el Modernismo mexicano comienza con la publicación del poema Onix, que José Juan Tablada (1871-1945) dedicó a Luis G. Urbina en la Revista Azul, el 17 de junio de 1894; al que siguió el poema erótico Misa Negra, el cual desataría la condena de la aristocracia científica porfirista, incluyendo a la propia esposa de Díaz, Carmen Romero Rubio. Sobre estas críticas respondería Tablada señalando la hipocresía de quienes toleraban garitos y prostíbulos, pero que se escandalizaban ante una poesía erótica:
A fin de remediar la situación de una literatura que tiene que refugiarse vergonzosamente en los diarios, sujeta a la censura de suscriptores y anunciantes, Tablada propone fundar: “una publicación estrictamente, exclusivamente literaria y artística, intransigente con cuanto interés no fuera el estético y que proclamando su espíritu innovador debería llamarse Revista Moderna”[3]
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José Juan Tablada Onix A Luis G. Urbina [1894] Torvo fraile del templo solitario que al fulgor nocturno lampadario o a la pálida luz de las auroras desgranas de tus culpas el rosario... —¡Yo quisiera llorar como tú lloras!—
Porque la fe en mi pecho solitario se extinguió, como el turbio lampadario entre la roja luz de las auroras, y mi vida es un fúnebre rosario más triste que las lágrimas que lloras.
Casto amador de pálida hermosura o enamorado de sensual impura que vas —novio feliz o amante ciego— llena el alma de amor o de amargura... —¡Yo quisiera abrasarme con tu fuego!—
Porque no me seduce la hermosura ni el casto amor, ni la pasión impura; porque en mi corazón dormido y ciego ha caído un gran soplo de amargura, que también pudo ser lluvia de fuego.
¡Oh guerrero de lírica memoria que al asir el laurel de la victoria caíste herido con el pecho abierto... para vivir la vida de la gloria! —¡Yo quisiera morir como tú has muerto!—
Porque al templo sin luz de mi memoria, sus escudos triunfales la victoria no ha llegado a colgar; porque no ha abierto el relámpago de oro de la gloria mi corazón obscurecido y muerto.
¡Fraile, amante, guerrero, yo quisiera saber qué obscuro advenimiento espera el anhelo infinito de mi alma, si de mi vida en la tediosa calma no hay un Dios, ni un amor, ni una bandera!
De: Florilegio
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José Juan Tablada Misa negra ¡Emen Hetan! (Cri des stryges au sabbat)
¡Noche de sábado! Callada está la tierra y negro el cielo, palpita en mi alma una balada de doloroso ritornelo.
El corazón desangra herido por el cilicio de las penas y corre el plomo derretido de la neurosis en mis venas.
¡Amada, ven! Dale a mi frente el edredón de tu regazo, y a mi locura, dulcemente, lleva a la cárcel de tu abrazo.
¡Noche de sábado! En tu alcoba flota un perfume de incensario, el oro brilla y la caoba tiene penumbras de santuario.
Y allá en el lecho do reposa tu cuerpo blanco, reverbera como custodia esplendorosa tu desatada cabellera.
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Con el murmullo de los rezos quiero la voz de tu ternura, y con el óleo de mis besos ungir de Diosa tu hermosura.
Toma el aspecto triste y frío de la enlutada religiosa y con el traje más sombrío viste tu carne voluptuosa.
Quiero cambiar el beso ardiente de mis estrofas de otros días por el incienso reverente de las sonoras letanías.
Quiero en las gradas de tu lecho doblar temblando la rodilla... Y hacer el ara de tu pecho y de tu alcoba la capilla.
Y celebrar ferviente y mudo, sobre tu cuerpo seductor ¡lleno de esencias y desnudo, la Misa Negra de mi amor! |
Revista Moderna de México y Savia Moderna
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La Revista Moderna de México, que se publicó por Jesús E. Valenzuela (1856-1911) entre los años de 1903-1911, contó con contribuciones de Amado Nervo (1870-1919), Jesús Urueta (1867-1920), además de José Juan Tablada, y de pintores como Julio Ruelas (1870-1907), contiene una parte fundamental de la historia del modernismo en México y en América Latina, además de que tuvo un carácter científico, y de difusión de lo político y las actualidades.
Otra revista de divulgación cultural fue Savia Moderna (1906).
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Jesús Emilio Valenzuela En la noche
¡Ay! roto ya de la esperanza el broche, ansié la muerte, la búsqueda yo mismo; y á las negras orillas del abismo, me habló Jesús en medio de la noche.
Alada brisa que en la sombra salta, me dijo así su voz: aliento cobra, valor para la muerte es lo que sobra, valor para la vida es lo que falta.
Y un estremecimiento entre el follaje (de hojas y aves) murmuró a mi oído las notas de un cantar nunca aprendido en las largas etapas del viaje.
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Y en reversión hacia la edad primera, á la voz inefable del maestro, escuché en mi redentor el padre nuestro que repetía la natura entera.
No fue su voz la dura del reproche, sino dulce de amor y de ventura; así en mis fuertes horas de amargura me habló Jesús en medio de la noche.
Julio Ruelas En la noche [1902] Ilustración del poema de Jesús E. Valenzuela en la Revista Moderna, Año V, No. 4, febrero, p. 60 |
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Sepulcro de Julio Ruelas en el cementerio de Montparnasse en París |
Jesús Emilio Valenzuela El indio
Pone los ojos en el sol, y avanza el pie desnudo en risco y en espinas. ¿Qué ansia noble se ahoga en sus retinas en donde el sol a retratarse alcanza.
En su frente se nubla una esperanza como campo de luna en las neblinas... Caminante, contémplalo, ¿Adivinas en su rústica faz una asechanza.
Ya se yergue magnífico y heroico, sobre un picacho de la sierra adusta: y es el desdén de su ademán estoico.
Para la humanidad la eterna injusta, el de las soledades majestuosas, el del cielo, el del mar, el de las cosas.
Savia Moderna, T. l, No. 3, mayo, 1906, p. 194
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Jesús Emilio Valenzuela Julio Ruelas
…se le ha erigido un monumento: teniendo por remate y fondo una imperecedera y bronca piedra en la que está esculpido el sátiro que en dócil rama remécese soplando la flauta, sobre el trozo en bruto de impecable carrara –postrer y duro lecho albeante– una mujer, desolada, de mármol, […] cae a un golpe contundente del cincel de nuestro Arnulfo Domínguez Bello, y cierra para siempre los ojos.
Revista Moderna de México, México, 17 de septiembre de 1907, pp. 55-56
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La Revista Moderna. Arte y Ciencia, se inició en julio de 1898, con un primer número que editó Bernardo Couto Castillo (1880-1901), apunta Pacheco (1999: XLVII); para ser financiada después por Jesús E. Valenzuela y posteriormente gracias a los aportes del millonario Jesús E. Luján.
Para 1903 se conocería como Revista Moderna de México, en donde se publicaban trabajos de temas políticos, científicos y literarios de actualidad, además de presentar ilustraciones de Julio Ruelas. Publicación que desaparecería con el inicio de la Revolución, en junio de 1911, al mes siguiente del triunfo Maderista en Ciudad Juárez, Chihuahua.
Existen problemas para ubicar a los autores modernistas, comenta Pacheco (1999: VII), principalmente debido a dos dificultades: una literaria, al hacerse un deslinde de lo que es y no es modernismo, ya que las posiciones oficiales ubican lo que es modernismo en la obra de Efrén Rebolledo (1877-1929) y Rafael López (1873-1943). |
Julio Ruelas Llegada de Jesús Luján a la Revista Moderna [1899] |
Además de incluir parte de la obra de Amado Nervo (1870-1919) y de José Juan Tablada, resultando ser sus precursores Manuel Gutiérrez Nájera y Salvador Díaz Mirón (1853-1928); mientras que Luis G. Urbina sería el último romántico y Manuel José Othón (1858-1906) un poeta neoclásico opositor del modernismo.
Adicionalmente Ramón López Velarde y Francisco González de León (1862-1945) se situarían como unos poetas provincianos; por lo que, incluyendo sus obras escritas hasta 1951, Enrique González Martínez acabaría siendo el último autor del movimiento. Por otra parte, continua Pacheco, existe una dificultad política; ya que, si bien el Porfiriato no produjo el modernismo, éste estuvo condicionado por el Porfiriato, y casi todos los modernistas fueron seguidores de Victoriano Huerta. |
Directorio del primer número de Savia Moderna, marzo de 1906 |
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Efrén Rebolledo Cuarzos A José Juan Tablada
Uncioso amante de opulentos Cofres cuajados de ornamentos, Donde guardar mis pensamientos,
Viví en el místico santuario Del arte, y mudo y solitario Como paciente lapidario,
En las sortijas y diademas Rimé sonetos y poemas Con las estrofas de las gemas,
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Puliendo joyas de oro fino Para que ardiera mi divino Sueño en esmalte peregrino.
Por su tersura y transparencia Grabé en la clara refulgencia De los diamantes mi paciencia.
Mi fe es el jaspe veteado, Y en el zafiro inmaculado Está mi anhelo cincelado.
Con el carbunclo que derrama Su luz más roja que una llama De mi amor digo la flama.
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En la turquesa de agua pura Ríe destellos mi ventura Y llora el ónix mi amargura,
Y así, labrando en la faceta De los cristales o en la veta De oro el ensueño del poeta,
Al pensamiento más sencillo Le transmití pureza y brillo Con los cinceles y el martillo.
De Cuarzos (1896-1901)
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Rafael López La leyenda de los volcanes (fragmento) [1910]
Ahí están; cual invencibles torres de Dios; con herrumbres De cien siglos y despojos de cien razas... sus pilares, sosteniendo de los cielos las espléndidas techumbres lanzan al azul los duros capiteles de sus cumbres, calcinadas por el fuego de las púrpuras solares.
Ahí están las bravas cumbres, de los astros fronterizas de gloriosas tradiciones y episodios mil, cubiertas; y cargando las mortajas de las nieves invernizas, como dos blancos patriarcas que conservan las cenizas levantadas en el viejo polvo de las razas muertas.
Por encima de la noche, su gigante flecha lanza el triunfal Popocatépetl en su ascensión y espejismo de oro sueñan en la alegre lontananza. Tal se eleva de la angustia más profunda, la esperanza, y la vida se decora con mirajes de ilusión.
Ellos saben los tormentos de las razas ya vencidas que formaron a la sombra de su mole colosal, un imperio con florestas por jardines, cual los druídas cuando vieron las dos alas de aquella águila, tendidas, recogerse en las riscosas esmeraldas de un nopal.
¿Qué feroz Huitzilopochtli, que Ahuitzol de mano aviesa, sobre el Ixtaccíhuatl tendió pálida y sin vida, a la virgen ignorada que en sus hielos quedó presa?... ¿No será el trágico símbolo de una raza, la princesa que insepulta entre sus riscos para siempre está dormida?...
En sus torres asomados los eternos centinelas, cuando los conquistadores espantaron el quetzal y con mágicos alisios en las almas y en las velas acercaron a estas playas sus audaces carabelas, vieron redondearse el Globo con el mundo occidental.
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En un golpe de tormenta que dejó rotas sus brumas -oponiéndose a los hombres rubios, vástagos del sol- contemplaron a Cuauhtémoc más valiente que los pumas, al terrible Sagitario del salvaje airón de plumas. que tronaban sus torrentes con su ronco caracol.
Cuando como un sudario la silente luna empina sobre el pálido Ixtaccíhuatl su azufrosa calavera, pasa en una visión trágica Moctezuma Ilhuicamina, arrastrando el vano espectro de la infiel doña Marina por las sierpes de Medusa de su indiana cabellera.
En aquella alba de gloria de infinitas claridades que una noche de tres siglos derrumbó con sus fulgores, los volcanes advirtieron en sus mudas soledades ascender hasta sus cumbres, las nacientes libertades que arrojó a todos los vientos la campana de Dolores.
El orgullo de su frente cristaliza los anhelos y los triunfos de los héroes victoriosos; a ellas sube por el gran vapor de lágrimas de la Patria envuelta en duelos, la esperanza en un Hidalgo, la epopeya de un Morelos: un fanal en un eclipse y un bridón sobre una nube.
Almas, si querels gloriosas palmas, sed como volcanes: conservad, vivos, los fuegos de las esperanzas buenas, y alegremente encaradas a borrasca y huracanes, surgiréis más luminosas de los múltiples afanes cual las esplendentes cumbres en los vértigos serena...
Ahí están inconmutables. Torres de Dios. Soberanos. Indice de tradiciones, de leyendas cementerios. Arrecifes de las luchas y el afán de los humanos, en sus cúspides se rompen los bullicios ciudadanos y sus pórfidos son lápidas de ciudades y de imperios.
Ahí están; y en la grandeza de su triunfo solitario, en la paz y en el silencio de su augusta eternidad... ven que en un cuadrante insólito, un gran sol extraordinario marca la hora memorable que da vida a un centenario la hora santa, la hora inmensa, la hora de la libertad...
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Manuel Gutiérrez Nájera Para entonces
Quiero morir cuando decline el día, en alta mar y con la cara al cielo; donde parezca sueño la agonía, y el alma, un ave que remonta al vuelo.
No escuchar en los últimos instantes, ya con el cielo y con el mar a solas, más voces ni plegarias sollozantes que el majestuoso tumbo de las olas.
Morir cuando la luz, triste, retira sus áureas redes de la onda verde, y ser como ese sol que lento expira: algo muy luminoso que se pierde.
Morir, y joven: antes que destruya el tiempo aleve la gentil corona; cuando la vida dice aún: soy tuya, aunque sepamos bien que nos traiciona.
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Ramón López Velarde Elogio a Fuensanta [1905]
Tú no eres en mi huerto la pagana rosa de los ardores juveniles; te quise como a una dulce hermana y gozoso dejé mis quince abriles cual un ramo de flores de pureza entre tus manos blancas y gentiles.
Humilde te ha rezado mi tristeza como en los pobres templos parroquiales el campesino ante la virgen reza.
Antífona es su voz, y en los corales de tu mística boca he descubierto el sabor de los besos maternales.
Tus ojos tristes, de mirar incierto, recuérdanme dos lámparas prendidas en la penumbra de un altar desierto.
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Las palmas de tus manos son ungidas por mí, que provocando tus asombros las beso en las ingratas despedidas.
Soy débil, y al marchar por entre escombros me dirige la fuerza de tu planta y reclino las sienes en tus hombros.
Nardo es tu cuerpo y tu virtud es tanta que en tus brazos beatíficos me duermo como sobre los senos de una Santa.
¡Quién me otorgara en mi retiro yermo tener, Fuensanta, la condescendencia de tus bondades a mi amor enfermo como plenaria y última indulgencia!
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Enrique González Martínez Irás sobre la vida de las cosas
Irás sobre la vida de las cosas con noble lentitud; que todo lleve a tu sensoria luz: blancor de nieve, azul de linfas o rubor de rosas.
Que todo deje en ti como una huella misteriosa grabada intensamente lo mismo el soliloquio de la fuente que el flébil parpadeo de la estrella.
Que asciendas a las cumbres solitarias y allí, como arpa eólica, te azoten los borrascosos vientos, y que broten de tus cuerdas rugidos y plegarias.
Que esquives lo que ofusca y lo que asombra al humano redil que abajo queda, y que afines tu alma hasta que pueda escuchar el silencio y ver la sombra.
Que te ames en ti mismo, de tal modo compendiando tu ser cielo y abismo, que sin desviar los ojos de ti mismo puedan tus ojos contemplarlo todo.
Y que llegues, por fin, a la escondida playa con tu minúsculo universo, y que logres oír tu propio verso en que palpita el alma de la vida. Silenter [1909]
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Enrique González Martínez
Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje que da su nota blanca al azul de la fuente; él pasea su gracia no más, pero no siente el alma de las cosas ni la voz del paisaje.
Huye de toda forma y de todo lenguaje que no vayan acordes con el ritmo latente de la vida profunda... y adora intensamente la vida, y que la vida comprenda tu homenaje.
Mira al sapiente búho cómo tiende las alas desde el Olimpo, deja el regazo de Palas y posa en aquel árbol el vuelo taciturno...
Él no tiene la gracia del cisne, mas su inquieta pupila, que se clava en la sombra, interpreta el misterioso libro del silencio nocturno
Los senderos ocultos [1911]
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Enrique González Martínez
Mañana los poetas cantarán en divino verso que no logramos entornar los de hoy; nuevas constelaciones darán otro destino a sus almas inquietas con un nuevo temblor.
Mañana los poetas seguirán su camino absortos en ignota y extraña floración, y al oír nuestro canto, con desdén repentino echarán a los vientos nuestra vieja ilusión.
Y todo será inútil, y todo será en vano; será el afán de siempre y el idéntico arcano y la misma tiniebla dentro del corazón.
Y ante la eterna sombra que surge y se retira, recogerán del polvo la abandonada lira y cantarán con ella nuestra misma canción.
La muerte del cisne [1915]
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[3] Pacheco (1999: XLVII)
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