Programa de Cómputo para la Enseñanza: Cultura y Vida Cotidiana: 1900-1920

Historia de México II Primera Unidad: Crisis del Porfiriato y México Revolucionario 1900-1920

La producción literaria de 1900 a 1920

Propósitos: Valorar el impacto sociocultural de la Revolución Mexicana, así como la diversidad de grupos sociales y regionales participantes en ella

Humberto Domínguez Chávez. Mayo de 2013

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Modernismo

 

 

Para finales del siglo XIX aparece el Modernismo, comenta Díaz (2005), que le confiere un carácter propio y una identidad a la cultura de nuestro continente, el cual se configura con la aparición de dos revistas literarias: la Revista Azul (1894-1896) y la Revista Moderna (1898-1903). Para comprenderlo, señala Pacheco (1999: VII):

 

…hay que estudiar el lenguaje de fin de siglo… Los poemas deben verse bajo las categorías de la literatura europea de la época y situarse en las condiciones en que se produjeron…

 

Integró un movimiento que transcurrió entre el esplendor del Porfiriato, su agonía y los inicios de la posrevolución (1884-1921). En términos del acontecer político entre la primera reelección de Porfirio Díaz y el ascenso de los sonorenses con Álvaro Obregón.

 

Abarca, en términos de producción literaria, las obras creadas desde la aparición de La duquesa Job de Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895), hasta la Suave Patria de Ramón López Velarde (1888-1921). Señala Vogt (1990) que los escritores modernistas aceptaron las nuevas corrientes literarias francesas, en momentos en que la vida intelectual del Porfiriato estaba enmarcada en el Positivismo de Augusto Comte.

Revista Azul, marzo de 1907, T. VI

 

Manuel Gutiérrez Nájera La Duquesa Job [1884]

 

En dulce charla de sobremesa,

mientras devoro fresa tras fresa,

y abajo ronca tu perro Bob,

te haré el retrato de la duquesa

que adora a veces al duque Job.

 

No es la condesa de Villasana

caricatura, ni la poblana

de enagua roja, que Prieto amó;

no es la criadita de pies nudosos,

ni la que sueña con los gomosos

y con los gallos de Micoló.

 

Mi duquesita, la que me adora,

no tiene humos de gran señora:

es la griseta de Paul de Kock.

No baila Boston, y desconoce

de las carreras el alto goce

y los placeres del five o'clock.

 

Pero ni el sueño de algún poeta,

ni los querubes que vio Jacob,

fueron tan bellos cual la coqueta

de ojitos verdes, rubia griseta,

que adora a veces el duque Job.

 

Si pisa alfombras, no es en su casa;

si por Plateros alegre pasa

y la saluda madam Marnat,

no es, sin disputa, porque la vista,

sí porque a casa de otra modista

desde temprano rápida va.

 

No tiene alhajas mi duquesita,

pero es tan guapa, y es tan bonita,

y tiene un perro tan v'lan, tan pschutt;

de tal manera trasciende a Francia,

que no la igualan en elegancia

ni las clientes de Hélene Kossut.

 

Desde las puertas de la Sorpresa

hasta la esquina del Jockey Club,

no hay española, yanqui o francesa,

ni más bonita ni más traviesa

que la duquesa del duque Job.

 

¡Cómo resuena su taconeo

en las baldosas! ¡Con qué meneo

luce su talle de tentación!

¡Con qué airecito de aristocracia

mira a los hombres, y con qué gracia

frunce los labios —¡Mimí Pinsón!

 

Si alguien la alcanza, si la requiebra,

ella, ligera como una cebra,

sigue camino del almacén;

pero, ¡ay del tuno si alarga el brazo!

¡Nadie se salva del sombrillazo

que le descarga sobre la sien!

 

¡No hay en el mundo mujer más linda!

Pie de andaluza, boca de guinda,

sprint rociado de Veuve Clicquot,

talle de avispa, cutis de ala,

ojos traviesos de colegiala

como los ojos de Louise Theo.

 

Ágil, nerviosa, blanca, delgada,

media de seda bien restirada,

gola de encaje, corsé de crac,

nariz pequeña, garbosa, cuca,

y palpitantes sobre la nuca

rizos tan rubios como el coñac.

 

Sus ojos verdes bailan el tango;

nada hay más bello que el arremango

provocativo de su nariz.

Por ser tan joven y tan bonita,

cual mi sedosa, blanca gatita,

diera sus pajes la emperatriz.

 

¡Ah! Tú no has visto cuando se peina,

sobre sus hombros de rosa reina

caer los rizos en profusión.

Tú no has oído que alegre canta,

mientras sus brazos y su garganta

de fresca espuma cubre el jabón.

 

Y los domingos, ¡con qué alegría!,

oye en su lecho bullir el día

¡y hasta las nueve quieta se está!

¡Cuál se acurruca la perezosa

bajo la colcha color de rosa,

mientras a misa la criada va!

 

La breve cofia de blanco encaje

cubre sus rizos, el limpio traje

aguarda encima del canapé.

Altas, lustrosas y pequeñitas,

sus puntas muestran las dos botitas,

abandonadas del catre al pie,

 

Después, ligera, del lecho brinca,

¡oh quién la viera cuando se hinca

blanca y esbelta sobre el colchón!

¿Qué valen junto de tanta gracia

las niñas ricas, la aristocracia,

ni mis amigas del cotillón?

 

Toco; se viste; me abre; almorzamos;

con apetito los dos tomamos

un par de huevos y un buen beefsteak,

media botella de rico vino,

y en coche, juntos, vamos camino

del pintoresco Chapultepec.

 

Desde las puertas de la Sorpresa

hasta la esquina del Jockey Club,

no hay española, yanqui o francesa,

ni más bonita ni más traviesa

que la duquesa del duque Job.

 

 

Ramón López Velarde La Suave Patria (Fragmento) [1921]

 

Proemio

Yo que sólo canté de la exquisita

partitura del íntimo decoro,

alzo hoy la voz a la mitad del foro

a la manera del tenor que imita

la gutural modulación del bajo

para cortar a la epopeya un gajo.

 

Navegaré por las olas civiles

con remos que no pesan, porque van

como los brazos del correo chuan

que remaba la Mancha con fusiles.

 

Diré con una épica sordina:

la Patria es impecable y diamantina.

 

Suave Patria: permite que te envuelva

en la más honda música de selva

con que me modelaste por entero

al golpe cadencioso de las hachas,

entre risas y gritos de muchachas

y pájaros de oficio carpintero.

 

Primer Acto

Patria: tu superficie es el maíz,

tus minas el palacio del Rey de Oros,

y tu cielo, las garzas en desliz

y el relámpago verde de los loros.

 

El Niño Dios te escrituró un establo

y los veneros del petróleo el diablo.

 

Sobre tu Capital, cada hora vuela

ojerosa y pintada, en carretela;

y en tu provincia, del reloj en vela

que rondan los palomos colipavos,

las campanadas caen como centavos.

 

Patria: tu mutilado territorio

se viste de percal y de abalorio.

 

Suave Patria: tu casa todavía

es tan grande, que el tren va por la vía

como aguinaldo de juguetería.

 

Y en el barullo de las estaciones,

con tu mirada de mestiza, pones

la inmensidad sobre los corazones.

 

¿Quién, en la noche que asusta a la rana,

no miró, antes de saber del vicio,

del brazo de su novia, la galana

pólvora de los juegos de artificio?

 

Suave Patria: en tu tórrido festín

luces policromías de delfín,

y con tu pelo rubio se desposa

el alma, equilibrista chuparrosa,

y a tus dos trenzas de tabaco sabe

ofrendar aguamiel toda mi briosa

raza de bailadores de jarabe.

 

Tu barro suena a plata, y en tu puño

su sonora miseria es alcancía;

y por las madrugadas del terruño,

en calles como espejos se vacía

el santo olor de la panadería.

 

Cuando nacemos, nos regalas notas,

después, un paraíso de compotas,

y luego te regalas toda entera

suave Patria, alacena y pajarera.

 

Al triste y al feliz dices que sí,

que en tu lengua de amor prueben de ti

la picadura del ajonjolí.

 

¡Y tu cielo nupcial, que cuando truena

de deleites frenéticos nos llena!

 

Trueno de nuestras nubes, que nos baña

de locura, enloquece a la montaña,

requiebra a la mujer, sana al lunático,

incorpora a los muertos, pide el Viático,

y al fin derrumba las madererías

de Dios, sobre las tierras labrantías.

 

Trueno del temporal: oigo en tus quejas

crujir los esqueletos en parejas,

oigo lo que se fue, lo que aún no toco

y la hora actual con su vientre de coco.

Y oigo en el brinco de tu ida y venida,

oh trueno, la ruleta de mi vida.

 

 

El Modernismo, establecido en el México del Porfiriato como una importante corriente literaria del siglo XX, se difundió ante la sensación del fracaso de creencias absolutas, religiosas o racionales, en las que se habían apoyado las anteriores interpretaciones de la realidad con el Positivismo.

 

Sus propuestas dejaron de lado el compromiso social, comenta Vogt (1990), en la búsqueda únicamente de la belleza, siendo sus autores apolíticos, al mismo tiempo que apoyaron a la dictadura al ser protegidos del sistema, como Luis G. Urbina (1868-1934) o Enrique González Martínez (1871-1952), por lo que:

 

Para ellos la revolución de 1910 es un despertar desagradable.

 

 

Fiesta en Catedral [ca. 1900]

Movimiento social que señala la terminación del Porfiriato, y con ello marcará el final del Modernismo y el Positivismo.

 

Al centro de una prosperidad cada vez más insultante para la privación de las mayorías surge en México un grupo de escritores hastiados por el supuesto progreso, ávidos de vivir como sus semejantes de otras sociedades. Ya que todos los objetos que rodeaban su vida cotidiana eran franceses, fatalmente quisieron escribir como se escribía en Francia, y probarlo todo para expresarlo todo.

 

[…] el mundo poético hispanoamericano se llena con imágenes de todas las mitologías, se puebla de palacios versallescos, jardines e interiores orientales, dioses, ondinas, ninfas, sátiros, efebos, cisnes, náyades, centauros, libélulas, princesas, abates, colombinas –toda la utilería de la cultura humanista, mise en scène que hoy nos parece exótica y ajena al medio americano, pero que en el tiempo de los modernistas formaba el sostén para la formación de las clases media y alta, y resultaba tan familiar como ahora pueden serlo los personajes de la televisión y los cómics. El invernadero y las flores artificiales parecen preferibles a la naturaleza usurpada y destruida por los afanes mercantiles. El mundo industrial comienza a sustituir al natural e irrumpe dondequiera el objeto: biombos, divanes, jarrones, colgaduras, lacas, oro, japonerías, miniaturas, joyeleros, frascos de perfumes, acuarelas, porcelanas, lámparas, marfil, perlas, esmaltes.

 

[…] Lo moderno es la industria, la producción masiva impone la moda. Para que el desarrollo continúe una moda debe sustituir vertiginosamente a la otra. Todas las transformaciones se aceleran. La poesía ya no tiene siquiera el recurso de detener el instante porque se ha inventado el cinematógrafo (“mecanismo reproductor de instantes”, lo llama Amado Nervo). Muerto el trabajo artesanal, la misión del arte en la industria es crear artificios. Los hombres se saben como nunca fugaces. La aspiración a la duración se revela en la humildad de buscar una forma poética perfecta. El cuidar la forma es un acto moral.

 

[…] Al poeta como profeta o constructor de nacionalidades sucede el poeta como ingenioso, como dandy desafiliado de una sociedad utilitaria o mártir del filisteísmo que le niega su protección lanzándolo a ganarse la vida en el mercado.

 

En tanto que periodistas los poetas de fin de siglo caen en manos de Rafael Reyes Spíndola que en 1896 funda El Imparcial, nuestro primer periódico moderno. Subvencionado por los Científicos, Reyes Spíndola importa vicios y virtudes de los diarios norteamericanos impresos en papel amarillo. Se le atribuye la frase de que los periodistas son como limones, a los cuales hay que sorber el jugo para arrojar luego con desprecio la corteza. Afirma que un reportero dura tres años, siete un editorialista y cuatro un cronista. [Pacheco, 1999: XLII-XLVI].

Conferencia La literatura mexicana, de Luis G.Urbina, que inauguró el 2º ciclo de conferencias del Ateneo de México

 

 

De acuerdo con Pacheco (1999: XLVI), el Modernismo mexicano comienza con la publicación del poema Onix, que José Juan Tablada (1871-1945) dedicó a Luis G. Urbina en la Revista Azul, el 17 de junio de 1894; al que siguió el poema erótico Misa Negra, el cual desataría la condena de la aristocracia científica porfirista, incluyendo a la propia esposa de Díaz, Carmen Romero Rubio. Sobre estas críticas respondería Tablada señalando la hipocresía de quienes toleraban garitos y prostíbulos, pero que se escandalizaban ante una poesía erótica:

 

A fin de remediar la situación de una literatura que tiene que refugiarse vergonzosamente en los diarios, sujeta a la censura de suscriptores y anunciantes, Tablada propone fundar: “una publicación estrictamente, exclusivamente literaria y artística, intransigente con cuanto interés no fuera el estético y que proclamando su espíritu innovador debería llamarse Revista Moderna”[3]

 

José Juan Tablada

 

José Juan Tablada Onix

A Luis G. Urbina [1894]

Torvo fraile del templo solitario

que al fulgor nocturno lampadario

o a la pálida luz de las auroras

desgranas de tus culpas el rosario...

—¡Yo quisiera llorar como tú lloras!—

 

Porque la fe en mi pecho solitario

se extinguió, como el turbio lampadario

entre la roja luz de las auroras,

y mi vida es un fúnebre rosario

más triste que las lágrimas que lloras.

 

Casto amador de pálida hermosura

o enamorado de sensual impura

que vas —novio feliz o amante ciego—

llena el alma de amor o de amargura...

—¡Yo quisiera abrasarme con tu fuego!—

 

Porque no me seduce la hermosura

ni el casto amor, ni la pasión impura;

porque en mi corazón dormido y ciego

ha caído un gran soplo de amargura,

que también pudo ser lluvia de fuego.

 

¡Oh guerrero de lírica memoria

que al asir el laurel de la victoria

caíste herido con el pecho abierto...

para vivir la vida de la gloria!

—¡Yo quisiera morir como tú has muerto!—

 

Porque al templo sin luz de mi memoria,

sus escudos triunfales la victoria

no ha llegado a colgar; porque no ha abierto

el relámpago de oro de la gloria

mi corazón obscurecido y muerto.

 

¡Fraile, amante, guerrero, yo quisiera

saber qué obscuro advenimiento espera

el anhelo infinito de mi alma,

si de mi vida en la tediosa calma

no hay un Dios, ni un amor, ni una bandera!

 

De: Florilegio

 

José Juan Tablada Misa negra

¡Emen Hetan! (Cri des stryges au sabbat)

 

¡Noche de sábado! Callada

está la tierra y negro el cielo,

palpita en mi alma una balada

de doloroso ritornelo.

 

El corazón desangra herido

por el cilicio de las penas

y corre el plomo derretido

de la neurosis en mis venas.

 

¡Amada, ven! Dale a mi frente

el edredón de tu regazo,

y a mi locura, dulcemente,

lleva a la cárcel de tu abrazo.

 

¡Noche de sábado! En tu alcoba

flota un perfume de incensario,

el oro brilla y la caoba

tiene penumbras de santuario.

 

Y allá en el lecho do reposa

tu cuerpo blanco, reverbera

como custodia esplendorosa

tu desatada cabellera.

 

 

 

 

Con el murmullo de los rezos

quiero la voz de tu ternura,

y con el óleo de mis besos

ungir de Diosa tu hermosura.

 

Toma el aspecto triste y frío

de la enlutada religiosa

y con el traje más sombrío

viste tu carne voluptuosa.

 

Quiero cambiar el beso ardiente

de mis estrofas de otros días

por el incienso reverente

de las sonoras letanías.

 

Quiero en las gradas de tu lecho

doblar temblando la rodilla...

Y hacer el ara de tu pecho

y de tu alcoba la capilla.

 

Y celebrar ferviente y mudo,

sobre tu cuerpo seductor

¡lleno de esencias y desnudo,

la Misa Negra de mi amor!

 

Revista Moderna de México y Savia Moderna

 

La Revista Moderna de México, que se publicó por Jesús E. Valenzuela (1856-1911) entre los años de 1903-1911, contó con contribuciones de Amado Nervo (1870-1919), Jesús Urueta (1867-1920), además de José Juan Tablada, y de pintores como Julio Ruelas (1870-1907), contiene una parte fundamental de la historia del modernismo en México y en América Latina, además de que tuvo un carácter científico, y de difusión de lo político y las actualidades.

 

Otra revista de divulgación cultural fue Savia Moderna (1906).

 

Cabezal de Ruelas para la Revista Moderna de México

 

 

Jesús Emilio Valenzuela En la noche

 

¡Ay! roto ya de la esperanza el broche,

ansié la muerte, la búsqueda yo mismo;

y á las negras orillas del abismo,

me habló Jesús en medio de la noche.

 

Alada brisa que en la sombra salta,

me dijo así su voz: aliento cobra,

valor para la muerte es lo que sobra,

valor para la vida es lo que falta.

 

Y un estremecimiento entre el follaje

(de hojas y aves) murmuró a mi oído

las notas de un cantar nunca aprendido

en las largas etapas del viaje.

 

 

 

 

Y en reversión hacia la edad primera,

á la voz inefable del maestro,

escuché en mi redentor el padre nuestro

que repetía la natura entera.

 

No fue su voz la dura del reproche,

sino dulce de amor y de ventura;

así en mis fuertes horas de amargura

me habló Jesús en medio de la noche.

 

 

 

Julio Ruelas En la noche [1902]

Ilustración del poema de Jesús E. Valenzuela en la Revista Moderna, Año V, No. 4, febrero, p. 60

 

 

 

Sepulcro de Julio Ruelas en el cementerio de Montparnasse en París

Jesús Emilio Valenzuela El indio

 

Pone los ojos en el sol, y avanza

el pie desnudo en risco y en espinas.

¿Qué ansia noble se ahoga en sus retinas

en donde el sol a retratarse alcanza.

 

En su frente se nubla una esperanza

como campo de luna en las neblinas...

Caminante, contémplalo, ¿Adivinas

en su rústica faz una asechanza.

 

Ya se yergue magnífico y heroico,

sobre un picacho de la sierra adusta:

y es el desdén de su ademán estoico.

 

Para la humanidad la eterna injusta,

el de las soledades majestuosas,

el del cielo, el del mar, el de las cosas.

 

Savia Moderna, T. l, No. 3, mayo, 1906, p. 194

 

Jesús Emilio Valenzuela Julio Ruelas

 

 

…se le ha erigido un monumento:

teniendo por remate y fondo

una imperecedera y bronca piedra

en la que está esculpido el sátiro

que en dócil rama remécese soplando la flauta,

sobre el trozo en bruto de impecable carrara

–postrer y duro lecho albeante–

una mujer, desolada, de mármol,

[…] cae a un golpe contundente del cincel

de nuestro Arnulfo Domínguez Bello,

y cierra para siempre los ojos.

 

 

Revista Moderna de México, México, 17 de septiembre de 1907, pp. 55-56

 

 

La Revista Moderna. Arte y Ciencia, se inició en julio de 1898, con un primer número que editó Bernardo Couto Castillo (1880-1901), apunta Pacheco (1999: XLVII); para ser financiada después por Jesús E. Valenzuela y posteriormente gracias a los aportes del millonario Jesús E. Luján.

 

Para 1903 se conocería como Revista Moderna de México, en donde se publicaban trabajos de temas políticos, científicos y literarios de actualidad, además de presentar ilustraciones de Julio Ruelas. Publicación que desaparecería con el inicio de la Revolución, en junio de 1911, al mes siguiente del triunfo Maderista en Ciudad Juárez, Chihuahua.

 

Existen problemas para ubicar a los autores modernistas, comenta Pacheco (1999: VII), principalmente debido a dos dificultades: una literaria, al hacerse un deslinde de lo que es y no es modernismo, ya que las posiciones oficiales ubican lo que es modernismo en la obra de Efrén Rebolledo (1877-1929) y Rafael López (1873-1943).

 

 

Julio Ruelas Llegada de Jesús Luján a la Revista Moderna [1899]

 

Además de incluir parte de la obra de Amado Nervo (1870-1919) y de José Juan Tablada, resultando ser sus precursores Manuel Gutiérrez Nájera y Salvador Díaz Mirón (1853-1928); mientras que Luis G. Urbina sería el último romántico y Manuel José Othón (1858-1906) un poeta neoclásico opositor del modernismo.

 

Adicionalmente Ramón López Velarde y Francisco González de León (1862-1945) se situarían como unos poetas provincianos; por lo que, incluyendo sus obras escritas hasta 1951, Enrique González Martínez acabaría siendo el último autor del movimiento. Por otra parte, continua Pacheco, existe una dificultad política; ya que, si bien el Porfiriato no produjo el modernismo, éste estuvo condicionado por el Porfiriato, y casi todos los modernistas fueron seguidores de Victoriano Huerta.

Directorio del primer número de Savia Moderna, marzo de 1906

 

Enrique González Martínez

Manuel Gutiérrez Nájera

Francisco González de León

Ramón López Velarde

Efrén Rebolledo

 

Efrén Rebolledo Cuarzos

A José Juan Tablada

 

Uncioso amante de opulentos

Cofres cuajados de ornamentos,

Donde guardar mis pensamientos,

 

Viví en el místico santuario

Del arte, y mudo y solitario

Como paciente lapidario,

 

En las sortijas y diademas

Rimé sonetos y poemas

Con las estrofas de las gemas,

 

 

 

Puliendo joyas de oro fino

Para que ardiera mi divino

Sueño en esmalte peregrino.

 

Por su tersura y transparencia

Grabé en la clara refulgencia

De los diamantes mi paciencia.

 

Mi fe es el jaspe veteado,

Y en el zafiro inmaculado

Está mi anhelo cincelado.

 

Con el carbunclo que derrama

Su luz más roja que una llama

De mi amor digo la flama.

 

 

 

En la turquesa de agua pura

Ríe destellos mi ventura

Y llora el ónix mi amargura,

 

Y así, labrando en la faceta

De los cristales o en la veta

De oro el ensueño del poeta,

 

Al pensamiento más sencillo

Le transmití pureza y brillo

Con los cinceles y el martillo.

 

De Cuarzos (1896-1901)

 

 

Rafael López La leyenda de los volcanes (fragmento) [1910]

 

Ahí están; cual invencibles torres de Dios; con herrumbres

De cien siglos y despojos de cien razas... sus pilares,

sosteniendo de los cielos las espléndidas techumbres

lanzan al azul los duros capiteles de sus cumbres,

calcinadas por el fuego de las púrpuras solares.

 

Ahí están las bravas cumbres, de los astros fronterizas

de gloriosas tradiciones y episodios mil, cubiertas;

y cargando las mortajas de las nieves invernizas,

como dos blancos patriarcas que conservan las cenizas

levantadas en el viejo polvo de las razas muertas.

 

Por encima de la noche, su gigante flecha lanza

el triunfal Popocatépetl en su ascensión

y espejismo de oro sueñan en la alegre lontananza.

Tal se eleva de la angustia más profunda, la esperanza,

y la vida se decora con mirajes de ilusión.

 

Ellos saben los tormentos de las razas ya vencidas

que formaron a la sombra de su mole colosal,

un imperio con florestas por jardines, cual los druídas

cuando vieron las dos alas de aquella águila, tendidas,

recogerse en las riscosas esmeraldas de un nopal.

 

¿Qué feroz Huitzilopochtli, que Ahuitzol de mano aviesa,

sobre el Ixtaccíhuatl tendió pálida y sin vida,

a la virgen ignorada que en sus hielos quedó presa?...

¿No será el trágico símbolo de una raza, la princesa

que insepulta entre sus riscos para siempre está dormida?...

 

En sus torres asomados los eternos centinelas,

cuando los conquistadores espantaron el quetzal

y con mágicos alisios en las almas y en las velas

acercaron a estas playas sus audaces carabelas,

vieron redondearse el Globo con el mundo occidental.

 

En un golpe de tormenta que dejó rotas sus brumas

-oponiéndose a los hombres rubios, vástagos del sol-

contemplaron a Cuauhtémoc más valiente que los pumas,

al terrible Sagitario del salvaje airón de plumas.

que tronaban sus torrentes con su ronco caracol.

 

Cuando como un sudario la silente luna empina

sobre el pálido Ixtaccíhuatl su azufrosa calavera,

pasa en una visión trágica Moctezuma Ilhuicamina,

arrastrando el vano espectro de la infiel doña Marina

por las sierpes de Medusa de su indiana cabellera.

 

En aquella alba de gloria de infinitas claridades

que una noche de tres siglos derrumbó con sus fulgores,

los volcanes advirtieron en sus mudas soledades

ascender hasta sus cumbres, las nacientes libertades

que arrojó a todos los vientos la campana de Dolores.

 

El orgullo de su frente cristaliza los anhelos

y los triunfos de los héroes victoriosos; a ellas sube

por el gran vapor de lágrimas de la Patria envuelta en duelos,

la esperanza en un Hidalgo, la epopeya de un Morelos:

un fanal en un eclipse y un bridón sobre una nube.

 

Almas, si querels gloriosas palmas, sed como volcanes:

conservad, vivos, los fuegos de las esperanzas buenas,

y alegremente encaradas a borrasca y huracanes,

surgiréis más luminosas de los múltiples afanes

cual las esplendentes cumbres en los vértigos serena...

 

Ahí están inconmutables. Torres de Dios. Soberanos.

Indice de tradiciones, de leyendas cementerios.

Arrecifes de las luchas y el afán de los humanos,

en sus cúspides se rompen los bullicios ciudadanos

y sus pórfidos son lápidas de ciudades y de imperios.

 

Ahí están; y en la grandeza de su triunfo solitario,

en la paz y en el silencio de su augusta eternidad...

ven que en un cuadrante insólito, un gran sol extraordinario

marca la hora memorable que da vida a un centenario

la hora santa, la hora inmensa, la hora de la libertad...

 

 

Manuel Gutiérrez Nájera Para entonces

 

Quiero morir cuando decline el día,

en alta mar y con la cara al cielo;

donde parezca sueño la agonía,

y el alma, un ave que remonta al vuelo.

 

No escuchar en los últimos instantes,

ya con el cielo y con el mar a solas,

más voces ni plegarias sollozantes

que el majestuoso tumbo de las olas.

 

Morir cuando la luz, triste, retira

sus áureas redes de la onda verde,

y ser como ese sol que lento expira:

algo muy luminoso que se pierde.

 

Morir, y joven: antes que destruya

el tiempo aleve la gentil corona;

cuando la vida dice aún: soy tuya,

aunque sepamos bien que nos traiciona.

 

Ramón López Velarde Elogio a Fuensanta [1905]

 

Tú no eres en mi huerto la pagana

rosa de los ardores juveniles;

te quise como a una dulce hermana

y gozoso dejé mis quince abriles

cual un ramo de flores de pureza

entre tus manos blancas y gentiles.

 

Humilde te ha rezado mi tristeza

como en los pobres templos parroquiales

el campesino ante la virgen reza.

 

Antífona es su voz, y en los corales

de tu mística boca he descubierto

el sabor de los besos maternales.

 

Tus ojos tristes, de mirar incierto,

recuérdanme dos lámparas prendidas

en la penumbra de un altar desierto.

 

 

 

Las palmas de tus manos son ungidas

por mí, que provocando tus asombros

las beso en las ingratas despedidas.

 

Soy débil, y al marchar por entre escombros

me dirige la fuerza de tu planta

y reclino las sienes en tus hombros.

 

Nardo es tu cuerpo y tu virtud es tanta

que en tus brazos beatíficos me duermo

como sobre los senos de una Santa.

 

¡Quién me otorgara en mi retiro yermo

tener, Fuensanta, la condescendencia

de tus bondades a mi amor enfermo

como plenaria y última indulgencia!

 

 

Enrique González Martínez

Irás sobre la vida de las cosas

 

Irás sobre la vida de las cosas

con noble lentitud; que todo lleve

a tu sensoria luz: blancor de nieve,

azul de linfas o rubor de rosas.

 

Que todo deje en ti como una huella

misteriosa grabada intensamente

lo mismo el soliloquio de la fuente

que el flébil parpadeo de la estrella.

 

Que asciendas a las cumbres solitarias

y allí, como arpa eólica, te azoten

los borrascosos vientos, y que broten

de tus cuerdas rugidos y plegarias.

 

Que esquives lo que ofusca y lo que asombra

al humano redil que abajo queda,

y que afines tu alma hasta que pueda

escuchar el silencio y ver la sombra.

 

Que te ames en ti mismo, de tal modo

compendiando tu ser cielo y abismo,

que sin desviar los ojos de ti mismo

puedan tus ojos contemplarlo todo.

 

Y que llegues, por fin, a la escondida

playa con tu minúsculo universo,

y que logres oír tu propio verso

en que palpita el alma de la vida.

Silenter [1909]

 

Enrique González Martínez

Tuércele el cuello al cisne

 

Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje

que da su nota blanca al azul de la fuente;

él pasea su gracia no más, pero no siente

el alma de las cosas ni la voz del paisaje.

 

Huye de toda forma y de todo lenguaje

que no vayan acordes con el ritmo latente

de la vida profunda... y adora intensamente

la vida, y que la vida comprenda tu homenaje.

 

Mira al sapiente búho cómo tiende las alas

desde el Olimpo, deja el regazo de Palas

y posa en aquel árbol el vuelo taciturno...

 

Él no tiene la gracia del cisne, mas su inquieta

pupila, que se clava en la sombra, interpreta

el misterioso libro del silencio nocturno

 

Los senderos ocultos [1911]

 

Enrique González Martínez

Mañana los poetas

 

Mañana los poetas cantarán en divino

verso que no logramos entornar los de hoy;

nuevas constelaciones darán otro destino

a sus almas inquietas con un nuevo temblor.

 

Mañana los poetas seguirán su camino

absortos en ignota y extraña floración,

y al oír nuestro canto, con desdén repentino

echarán a los vientos nuestra vieja ilusión.

 

Y todo será inútil, y todo será en vano;

será el afán de siempre y el idéntico arcano

y la misma tiniebla dentro del corazón.

 

Y ante la eterna sombra que surge y se retira,

recogerán del polvo la abandonada lira

y cantarán con ella nuestra misma canción.

 

La muerte del cisne [1915]

 

[3] Pacheco (1999: XLVII)

Referencias


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