Durante el Porfiriato, México entró en un ciclo de crecimiento económico. La producción aumentó en todos los sectores, tanto en términos absolutos como en la magnitud relativa por habitante. En promedio, el PIB creció 2.7% al año durante el periodo, mientras que la población aumentó 1.4%. Este comportamiento de la economía se debió a importantes transformaciones en la estructura productiva, el mejoramiento de los transportes y las diversas demandas de los mercados nacionales y extranjeros. La tendencia progresiva no estuvo exenta de crisis, como las de la caída del precio de la plata en la década de 1890 y la crisis internacional de 1907-1908, que ocasionó la baja en los precios de los productos de exportación; además, el proceso se caracterizó por fuertes contradicciones sectoriales, regionales y sociales. El proyecto liberal de modernización de México requería fuertes inversiones de capital. (…) La minería se transformó debido a las políticas estatales, las condiciones del mercado internacionales, la aplicación de nuevas tecnologías y las grandes inversiones de capital. La producción de metales preciosos (oro y plata) tuvo incrementos significativos, pero la novedad fue la explotación de minerales industriales (hierro, plomo, antimonio, zinc, mercurio y grafito) y la producción de energía (carbón y petróleo). La causa más importante del auge minero fue la inversión extranjera, propiciada por las nuevas leyes que otorgaron la propiedad a los particulares.
Fragmento recuperado de: Sordo, R. y Sierra, M. J. (2010). Atlas conmemorativo: 1810-1910-2010. México: Siglo XXI, p. 140.