Programa de Cómputo para la Enseñanza: Cultura y Vida Cotidiana: 1920-1940

Historia de México II Segunda Unidad: Reconstrucción Nacional e Institucionalización de la Revolución Mexicana 1920-1940

1920-1940: el contexto socioeconómico y político

Propósitos: Valorar algunas manifestaciones socioculturales influidas por el nacionalismo revolucionario y su impacto sociocultural

Mayo de 2012

 

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Introducción

 

Con el triunfo del Plan de Agua Prieta y el derrocamiento del Carrancismo, en 1920, asumió el poder un grupo político altamente politizado de clase media que reconstruiría al Estado Mexicano posrevolucionario; sus planteamientos establecerían las bases que le darían continuación al sistema hasta finalizar el siglo XX. Si bien algunos de ellos pudieron tener relación o influencias de los dirigentes formados durante el Porfiriato, como los magonistas, reyistas, maderistas y carrancistas que iniciaron la Revolución, sus particulares propuestas comenzaron a tener importancia desde el momento en que se consolidó la pacificación del país, durante la Convención de Aguascalientes en 1914, en el Congreso Constituyente de 1917 y durante el gobierno de Venustiano Carranza, al ofrecer nuevos planteamientos que darían continuidad al viejo liberalismo del siglo XIX:

 

1. Con la reafirmación constitucional del laicismo, además de la legalización del amplio poder del ejecutivo, al cual habían recurrido Benito Juárez y Porfirio Díaz para poder gobernar imponiéndose sobre el Congreso; al mismo tiempo que se buscaba evitar la reelección en los cargos públicos de elección, por lo que se estableció el postulado maderista de la no reelección;

2. El nacionalismo y el intervencionismo del Estado en lo económico, con la propuesta de una nueva alianza entre las clases sociales dentro de una sociedad burguesa, mediante la integración corporativa de la sociedad, fortaleciendo el estado benefactor que garantizaba la futura mejoría socioeconómica para los menos favorecidos y, dentro de este ámbito, la ampliación de la atención en salud y educación pública, además de un creciente interés por la población indígena, con una nueva propuesta de integración y modernización que abarcaba a todos los grupos sociales de la nación.

3. Su liderazgo y dominio político se debió a su poder militar, impuesto sobre sus rivales revolucionarios, y su gran capacidad de establecer alianzas, tanto con los sectores populares, a quienes organizarían para canalizar sus demandas, anunciando lo que se denominaría la política de masas; como con los residuos contrarrevolucionarios alzados en armas, que todavía actuaban en ciertas regiones del país.

4. Además, ofrecieron alternativas para pacificar al país, consolidando el apoyo de todos los grupos sociales después de una década de guerra civil y de la destrucción del sistema porfirista, garantizando la persistencia del sistema capitalista y de la propiedad privada, que ahora debía sujetarse a nuevas reglas indicadas por el Estado.

 

Generales Eugenio Martínez, Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles y Francisco R. Serrano. [AGN. Archivo Plutarco Elías Calles]

 

El gobernador de Sinaloa Felipe Riveros con los generales Ramón F. Iturbe, Obregón y Benjamín Hill

Su poder político se había consolidado por medio de las armas, como caudillos durante la etapa armada, lo que les permitió destruir la estructura del poder porfirista, imponerse sobre las propuestas revolucionarias anarquistas de los magonistas y las de los reformistas reyistas educados en la sociedad liberal decimonónica, ademá de las del radicalismo campesino de zapatistas y villistas.

 

Su origen se puede ubicar, en la mayoría de los casos, perteneciente a la clase media como propietarios rurales, comerciantes, profesionistas y empleados de las empresas agropecuarias, extractivas e industriales, que se desarrollaron con el antiguo régimen porfirista; en cuyas actividades no habían logrado sobresalir, al trabajar como administradores y técnicos o bien como pequeños empresarios y propietarios agrícolas, ante la expansión del capitalismo rapaz que impulsó el Porfiriato, con la entrega de los recursos naturales del país a las compañías extranjeras.

 

Por lo que impulsaron los procesos de cambio sociopolítico que les garantizaran obtener, en la época posrevolucionaria, un gran protagonismo en estos terrenos y en los económicos; pasando de ser rancheros, empleados públicos, profesores o administradores y técnicos, a políticos, empresarios y líderes nacionales.

 

 

El liderazgo político de este grupo, entre 1920 y 1940, se vería comprometido en primer lugar por la competencia interna y la rivalidad entre los caudillos, que conduciría a sucesivas insurrecciones militares al finalizar los períodos presidenciales de Álvaro Obregón en 1924, de Plutarco Elías Calles en 1929, y en lo álgido de las reformas cardenistas en 1938, dirigidas por destacados generales que se consideraron desplazados del poder, como Adolfo de la Huerta, José Gonzalo Escobar y Saturnino Cedillo. La otra amenaza provino de grupos católicos fundamentalistas, aliados con grupos contrarrevolucionarios, que enfrentaron infructuosamente el radicalismo laico gubernamental y el intervencionismo económico del Estado, en una insurrección que tomó tintes de guerra religiosa y terrorismo, sobre todo en el centro del país, que se conoce como la Guerra Cristera, de 1926 a 1929.

 

El asesinato de Obregón, por estos radicales católicos en 1928 cuando ya era presidente electo, agravó la continua inestabilidad política del período; lo que fue solucionado mediante la creación de un organismo político a partir de cuotas obligatorias de los burócratas, que aglutinó a todas las organizaciones regionales y nacionales existentes afines a este grupo en el poder, institucionalizando el corporativismo de Estado en el Partido Nacional Revolucionario, PNR; que tenía el propósito de seleccionar, centralizadamente, la designación de los candidatos a los cargos públicos en el país, buscando con ello acabar con las insurrecciones.

 

El presidente Obregón con los generales Roque Estrada y Francisco Serrano

 

El presidente Abelardo L. Rodríguez en su mensaje presidencial de 1933. [Casasola Gustavo (1973), Historia gráfica de la Revolución mexicana, T. VI, México, Trillas]

A esta inestabilidad política se adicionó la crisis económica que sumió al mundo a partir de 1929, que tuvo un gran impacto en el país y en el proyecto socioeconómico y político del grupo en el poder, con su efecto en la suspensión del reparto agrario y la generalización de conflictos obrero patronales, además del cuestionamiento sobre el rumbo de la propia Revolución Mexicana por los intelectuales. Durante los años de 1929 a 1938, en esta época de gran crisis, el país entero vivió bajo el control político del general Calles, considerado como el Jefe Máximo de la Revolución, por lo que se conoce a este período como el Maximato; durante esta época ocuparon la presidencia: Emilio Portes Gil, de 1929 a 1930, interino a la muerte de Obregón; Pascual Ortiz Rubio de 1930 a 1932, que inaugura la época de los gobernantes designados por el partido oficial, el PNR; y Abelardo L. Rodríguez de 1932 a 1934, que supliría a Ortiz Rubio.

 

Durante la segunda convención del PNR, realizada en Querétaro en 1933 para postular al candidato a la presidencia e integrar un Plan Sexenal, como programa de gobierno para la nueva administración federal, la designación recaería en el general Lázaro Cárdenas del Río, quien fortificaría los mecanismos de conducción y organización institucional del país de forma corporativa, de 1936 a 1940, con un fortalecimiento del nacionalismo y un mayor intervencionismo estatal en la economía, en momentos en que el mundo se aproximaba a una confrontación en contra del nazi-fascismo en la Segunda Guerra Mundial, cuyas consecuencias generarían la creación de un nuevo orden mundial.

 

Referencias


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