Programa de Cómputo para la Enseñanza: Cultura y Vida Cotidiana: 1920-1940

Historia de México II Segunda Unidad: Reconstrucción Nacional e Institucionalización de la Revolución Mexicana 1920-1940

Cultura y Vida Cotidiana en México (1920-1940)

Propósitos: Valorar algunas manifestaciones socioculturales influidas por el nacionalismo revolucionario y su impacto sociocultural

Mayo de 2012

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El contexto

 

Debemos recordar que nuestro país, después de la Revolución, señalan Wilkie (1987) y Loyo (2006), continuaba siendo eminentemente rural, donde las familias vivían dispersas en jacales miserables; aunado a lo anterior, el 10% de la población era hablante de una lengua indígena y desconocía el español. Más del 70% de los 15 millones de habitantes se dedicaban a labores del campo, viviendo de una agricultura de subsistencia en poblaciones de menos de 2,500 habitantes, de las cuales más del 90% no estaban comunicadas con ferrocarriles o telégrafo, carecían de agua potable y electricidad, además de servicio postal o telefónico, médicos y boticarios, sacerdotes, mercados y maquinaria agrícola motorizada.

 

Por lo que se refiere a la vida urbana, y tomando como referente a la Ciudad de México, apuntan De la Torre (2006) y Ortiz (2006), para el inicio de la Revolución su población era de 720,753 habitantes y ocupaba una extensión de 40.5 Km2; en donde los más beneficiados vivían en colonias diseñadas como las urbes europeas, con amplias residencias lujosamente amuebladas que contaban con calles pavimentadas, luz eléctrica y tranvías, agua potable (bombeada desde Nativitas hacia una planta instalada en la Colonia Condesa a partir de 1912) y drenaje, servicios de limpia y vigilancia, además del servicio telefónico (1917), transmisiones radiofónicas (1924) y el gas para uso doméstico (1926). Cuyo mobiliario había sido traído de Europa o de los Estados Unidos, o había sido adquirido en los céntricos y novedosos almacenes que se habían abierto, como el Palacio de Hierro, El Puerto de Liverpool o El Centro Mercantil.

 

En las primeras décadas del siglo XX, señalan Collado (2006) y Ortiz (2006), se apreció un crecimiento habitacional para este grupo social en las colonias Cuauhtémoc, Juárez, Roma Sur y Norte; que se incrementó, con la ampliación de la Avenida Insurgentes hacia San Ángel (1921), con nuevos desarrollos habitacionales como las colonias Del Valle (1922) e Hipódromo Condesa (1925), Guadalupe Inn (1927), además de Chapultepec Heights y Polanco (1930).

Ortiz (2006: 141)

 

Ortiz (2006: 121)

Aspiraba a convertir al radioaficionado en radiofumador (Ornelas, 2006: 152)

 

José Guadalupe Posada Familia (De la Torre, 2006: 34)

La mayoría de la población, los más pobres, ocuparon desde las primeras décadas del siglo XX el oriente de la ciudad, en los alrededores del lago de Texcoco, además de unir con asentamientos el pueblo de Tacuba con la Calzada del Río del Consulado al poniente; mientras que en el centro de la Ciudad de México transformaron las viejas edificaciones de otras épocas en casas de vecindad, de uno o varios pisos y patios, plagadas de fauna nociva.

 

En su frente se habilitaron accesorias para uso comercial y, en su interior, se adaptaron las construcciones para alojar diversas viviendas, las cuales podían contar con una o varias habitaciones, y cuya calidad y amplitud disminuía desde el frente de la edificación hacia su interior. En los patios se encontraba el área de servicios comunes con lavaderos, tendederos y retretes, además de servir para encender braceros; constituyendo esta área un lugar de convivencia de los vecinos, en donde las mujeres platicaban y jugaban los niños.

 

En su gran mayoría las viviendas se integraban con una sola habitación, que se podía dividir para separar el área de la cocina y comedor (con su fogón y/o bracero) del dormitorio; la iluminación y ventilación era escasa (para las décadas de los años de 1930 y 1940 se generalizó el uso de la luz eléctrica), si acaso una ventana junto a la puerta de entrada, la cual se abría hacia el patio de la vecindad, en donde podían encontrarse diversos animales domésticos y de granja.

 

 

Su mobiliario era modesto y limitado, consistente en una repisa en la pared o huacales, para colocar la despensa y los trastes, mesa y velas o lámparas de petróleo, cama o petates, algún tipo de armario o ropero, taburete con aguamanil, además de cántaros y cubetas para acarrear el agua de la fuente más cercana, y la bacinica para el servicio sanitario nocturno, ya que no existía red de agua entubada y drenaje.

 

En las viviendas más favorecidas de varias habitaciones, apuntan Camacho (2006), Speckman (2006), De la Torre (2006) y Lewis (1964), se contaba con sillas o sillones y una mesa para una sala en donde se recibían visitas. Estas condiciones de vida no propiciaban la intimidad; en los patios comunes los habitantes vivían bajo el escrutinio de los vecinos, sobre todo de las porteras que cerraban y abrían la casa vigilando a la comunidad, al ser responsables de la vivienda y fungir como recolectoras de las rentas que se pagaban por esos tugurios.

 

Por su parte, al interior de las viviendas tampoco existía privacidad, ya que las viviendas eran compartidas con familiares de diverso tipo, amigos y compañeros de trabajo. Por estas razones, la vivienda de interés social estaría en la mente de los gobernantes y arquitectos durante las primeras décadas de la posrevolución, hasta su gran desarrollo en la segunda mitad del siglo XX.

Vecindad. Fotografía de Manuel Ramos. Fototeca Culhuacan/XVII. No. 1 CNCA-INAH, México

 

Speckman (2006: 23)

Speckman (2006: 24)

 

La indumentaria ubicaba el grupo social. En los hombres los huaraches, la camisa y calzón de manta, sarapes y sombreros de paja identificaban a los más pobres. La mezclilla o gabardina y gorras a los artesanos y obreros; mientras que la clase media y los ricos generalizaron un atavío a la americana, con traje y chaleco de casimir, corbata, zapatos y sombreros de carrete en los años de 1920 y, en general de fieltro.

 

Comentan Ortiz (2006) y Speckman (2006) que las mujeres pobres usaban el pelo largo, comúnmente en trenzas; vestían huipil, enaguas de percal o largos vestidos estampados y de colores llamativos, delantal y rebozo; y andaban descalzas o con huaraches.

 

Mientras que las de la clase media y rica, hasta la década de 1920, usaban diversos peinados para cambiar a cortes de pelo corto y sin peinado especial, como muchachos, en la década de los años de 1920; época en que las mujeres de estos grupos sociales acomodados abandonaron los vestidos largos y entallados, y el uso del corsé de las primeras décadas del siglo XX, por vestidos cortos y sueltos (para moldear una figura sin formas, reduciendo pechos y caderas), para usar nuevamente vestidos entallados, y algo largos, en los años de la década de 1930.

 

Santa Anita en Semana Santa [1930] (Collado, 2006:108)

 

 

 

Lo necesario para el abasto tenía que surtirse cotidianamente, apunta De la Torre (2006), ante la carencia de frigoríficos y el limitado uso de aparatos enfriadores de madera a base de hielo, denominados hieleras; por lo que la clase media y el servicio doméstico de los ricos acudía al Mercado de La Merced, cuya afluencia disminuyó ante la creación de mercados públicos en diversas zonas de la urbe. Adicionalmente, existían en el centro de la ciudad diversas casas comerciales de abarrotes, además de estanquillos en los barrios populares, en donde se podían adquirir alimentos enlatados y a granel.

 

México en la década de 1930

 

 

Refrigerador Hielera de la década de 1930

 

Mercado de La Merced

 

Almacén de abarrotes

 

El traslado en la ciudad, para grandes distancias, se realizaba principalmente en tranvías eléctricos, que se iniciaron con el siglo XX; sin embargo, se introdujeron los primeros camiones de pasajeros a partir de 1912, que permitían viajar del Zócalo hacia La Villa de Guadalupe, San Ángel, Tacuba o los nuevos fraccionamientos como la colonia Juárez y Roma.

 

Los automóviles se fueron apoderando del tráfico en la ciudad, comenta Tavares (2010a), llegando a circular 18,620 vehículos en 1924; hasta que tres años después se prohibió el tránsito a los transportes tirados por animales, por ser peligrosos para el público y los mismos automóviles.

 

Para el transporte al interior del país operaron las estaciones Buenavista y Colonia del ferrocarril, señala Tavares (2010b); esta última inaugurada a finales del siglo XIX cerca del Paseo de la Reforma y la actual Avenida Insurgentes, que operó hasta 1940, al construirse la nueva Estación Pullman, cercana a la actual estación del tren suburbano en Buenavista; lugar en donde se encontraban los patios, talleres y almacenes ferroviarios.

Zócalo de la Ciudad de México en los años de la década de 1920

 

Estación Colonia de los Ferrocarriles

 

Estación Buenavista de los Ferrocarriles

 

 

 

Las visitas femeninas al mercado, tiendas y panaderías, eran ocasiones aprovechadas por los enamorados para iniciar sus relaciones, además de las salidas de las jovencitas a todo tipo de mandados. El ideal social indicaba el matrimonio, siendo más común que las parejas huyeran de sus casas para consumar su unión, en algún hotel de paso, para volver al día siguiente a la casa paterna, multiplicando los habitantes de las pobres moradas.

 

Los más pobres utilizaban su tiempo libre para visitar el Zócalo, los canales y embarcaciones de la Viga, Santa Anita y Xochimilco, además de tener un momento de solaz en las ocasionales ferias alrededor de las iglesias, los esporádicos circos y en las numerosas carpas populares que presentaban una variedad, en tandas, con cantantes, bailarines y cómicos.

 

Las carpas de barriada

Foto de Tomás Montero

 

 

Los adultos se reunían en las pulquerías, comenta Speckman (2006), muy numerosas en una época en que el consumo de cerveza se restringía a otros estratos sociales, lo que generó campañas antialcohólicas difundidas por el gobierno en todas partes, y con mayor razón en las escuelas, ya que el consumo de pulque se encontraba incluido tradicionalmente como alimento, incluso en las fondas. A las pulquerías se llegaba después de un encuentro fortuito en la calle o plaza, ya que no eran un punto de reunión particular y estaban abiertas sólo hasta media tarde.

 

Foto de Tomás Montero

Tianguis a orillas del Canal de la Viga [Casasola 1930]

 

Revista Blanco y Negro de 1920

Durante los gobiernos de Obregón y Calles se impulsó el desarrollo de la industrialización, que tendría su auge a partir de la década de los años de 1940, de las comunicaciones y la producción agropecuaria; esto generó un crecimiento económico y la incorporación de amplios sectores al empleo en las áreas de servicios, lo que multiplicó la oferta y demanda de los bienes de consumo, que fueron divulgados por los medios de comunicación, prensa y la radio.

 

Que, además de anuncios, divulgaron los acontecimientos internacionales y los sociales de la nueva burguesía posrevolucionaria; sobre todo en revistas ilustradas y su publicidad, que eran distribuidas en puestos de periódicos, siendo comunes en oficinas, despachos y hogares, por cuyo conducto se daban a conocer acontecimientos y la oferta de una diversidad de productos y servicios dirigidos a la creciente clase media y los ricos. Integraban un discurso propagandístico, apoyado por el Estado, que pretendía borrar las diferencias de clase, en una visión optimista y moderna, que buscaba incorporar a la población nacional a los modelos de vida norteamericanos.

 

Estos discursos estaban dirigidos a los grupos sociales alfabetizados y de buena situación económica, o en vías de lograrlo, en donde la publicidad ilustrada mostraba grupos de familias nucleares: padre, madre e hijos. Las mujeres jóvenes aparecen guapas y saludables, para las que se ofrecían productos para incrementar esta apariencia, que se consideraba les permitiría logar la aspiración social de convertirse en amas de casa, al casarse y formar una familia. Mientras que las mujeres adultas aparecen con actitud serena y concentrada, en múltiples ocupaciones y quehaceres relacionadas con la conducción de sus hogares y el cuidado de sus familias.

 

Para ambos grupos las imágenes ofrecen todo lo que se consideraba apropiado en la indumentaria y los roles de conducta aceptables, relacionados con la salud y el cuidado del hogar, el marido y los hijos, comenta Ortiz (2005); lo que se impulsó, incluso, con el inicio de la máxima celebración femenina, el Día de las Madres, festejado por primera vez en México el 10 de mayo de 1922, a partir de una convocatoria del director del periódico Excélsior de la ciudad de México, Rafael Alducin, quien señaló:

No hay sacrificio suficientemente grande para el corazón de una madre; no hay cáliz de dolor y amargura que ésta no esté dispuesta a llevar a sus labios, si puede evitar una gota tan sólo de acíbar a los seres queridos, prolongación de su propia vida; no hay manera de poder aquilatar con certeza la profundidad y alcance del amor materno.

 

Estas condiciones de vida de la población, y los procesos de cambio que acarreó la Revolución, apuntan Wilkie (1987) y Gómez Morín (1926), se difundieron por medio de la prensa gráfica, la fotografía, el cine, y posteriormente mediante la literatura y las artes plásticas. Que transmitieron a toda la nación las profundas transformaciones que estaban teniendo lugar, publicitando las diversas ideas que se generaban y a los nuevos actores de la vida pública nacional en torno del problema agrario, tema central de la Revolución; la problemática obrera; la reivindicación de los recursos naturales; y las raíces prehispánicas de la historia nacional, así como también la problemática que rodeaba a los indios y mestizos.

 

En el juego de polo. AGN, Archivo Fotográfico Díaz, Delgado y García

 

Conmoción que generaría la aparición de emergentes figuras políticas, novedosos discursos públicos, diversas demandas sociales y renovadas propuestas económicas para el país. Esta época, de gran agitación sociopolítica, condujo a la desintegración de estructuras que habían perdurado por medio siglo, mediante una violenta revolución social y cultural que representó la transformación de las relaciones entre los individuos y de la misma vida nacional, en donde se fracturaron las anteriores relaciones para dar paso a una reconstrucción de la cultura y vida cotidiana.

 

Zapatistas desayunando en Sanborns [1914]

Zapatistas desfilando en la Avenida San Juan de Letrán [1914]

Referencias


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