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Tareas/Actividades Académicas Basadas en Desempeños para Impulsar la Comprensión

Propuesta de Estrategias Didácticas para el Aula/Taller en el Bachillerato

Humberto Domínguez Chávez

CCH Plantel Azcapotzalco

Rafael Alfonso Carrillo Aguilar

CCH Plantel Sur

 

 

Otro Texto a revisar para integrar la tarea de descripción:

Alamán y Escalada Lucas, Recuadro de Nueva España, México, FCE, 1997, Capítulo I, http://biblioteca.redescolar.ilce.edu.mx/sites/fondo2000/vol1/recuadro/htm/3.html; Fragmento de: Historia de México desde los primeros movimientos que prepararon su Independencia en el año de 1808 hasta la época presente, 5 vols., 1ª ed., FCE/Instituto Cultural Helénico, México, 1985

 

Lucas Alamán y Escalada nació en la ciudad de Guanajuato en 1792, dónde inició sus estudios en el Colegio de la Purísima Concepción. Fue testigo, y víctima, de los disturbios que acompañaron la entrada a Guanajuato de las fuerzas insurrectas de Miguel Hidalgo en 1810. Este episodio, sufrido por Alamán cuando tenía 18 años, significó el despojo de todos los bienes de su familia, lo que es señalado por algunos como algo que marcó, en forma indeleble, sus posteriores evaluaciones como historiador. Posteriormente estudió en el Real Seminario de Minería de la ciudad de México y, en 1814, prosiguió su formación en Europa, en las universidades de Friburgo, Gotinga y París. A su regreso a la Nueva España, el virrey conde de Venadito lo nombró secretario de la Junta de Sanidad, y en 1821 fue electo diputado a las Cortes por la provincia de Guanajuato.

 

Su vida política y su obra historiográfica ha sido ubicada como de ideología política conservadora, incluso, como la principal figura ideológica del centralismo, desde los diferente puestos públicos que ocupó: ministro de Relaciones en los distintos gobiernos de Nicolás Bravo y en el de Anastasio Bustamante; director de la Junta de Industria y ministro de Relaciones Exteriores durante el último gobierno del general Antonio López de Santa Anna. Pocos le reconocen, seguramente por ignorancia, el enorme esfuerzo que dedicó a organizar el Archivo General de la Nación, su intensa labor diplomática frente a los Estados Unidos, y la organización del Banco de Avío y de diversas empresas, como compañías mineras, fábricas de hilados y tejidos de algodón, e importación de diversas especies animales, con las que pretendió fomentar la actividad económica del país durante las primeras épocas del México Independiente. Murió en la ciudad de México el 2 de junio de 1853, víctima de una pulmonía.

 

La Conquista introdujo en la población de la Nueva España, y en general de todo el continente de América, otros elementos que es indispensable conocer, tanto en su número como en su importancia y distribución sobre la superficie del país, pues todas estas circunstancias, y aún más, la distinción que las leyes hicieron entre las diversas clases de habitantes fueron de grande influjo en la revolución y en todos los acontecimientos sucesivos. Estos nuevos elementos fueron los españoles y los negros que ellos trajeron de África. Distinguiéronse poco tiempo después los españoles en nacidos en Europa y los naturales de América, a quienes por esta razón se dio el nombre de criollos, que con el transcurso del tiempo vino a considerarse corno una voz insultante, pero que en su origen no significaba más que nacido y criado en la tierra. De la mezcla de los españoles con la clase india procedieron los mestizos, así como de la de todos con los negros, los mulatos, zambos, pardos y toda la variada nomenclatura que se comprendía en el nombre genérico de castas. A los españoles nacidos en Europa, y que en adelante llamaré solamente europeos, se les llamaba gachupines, que en lengua mexicana significa "hombres que tienen calzados con puntas o que pican", en alusión a las espuelas, y este nombre, lo mismo que el de criollo, con el progreso de la rivalidad entre unos y otros, vino también a tenerse por ofensivo…

 

Regulábase en 70 000 el número de los españoles nacidos en Europa que residían en la Nueva España en el año de 1808. Ellos ocupaban casi todos los principales empleos en la administración, la Iglesia, la magistratura y el ejército: ejercían casi exclusivamente el comercio, y eran dueños de grandes caudales consistentes en numerario, empleado en diversos giros, y en toda clase de fincas y propiedades. Los que no venían con empleos dejaban su patria generalmente muy jóvenes, y pertenecían a familias pobres, pero honestas, en especial los que procedían de las provincias vascongadas y de las montañas de Santander, y por lo común eran de buenas costumbres. Siendo su fin hacer fortuna, estaban dispuestos a buscarla, destinándose a cualquier género de trabajo productivo: ni las distancias, ni los peligros, ni los malos climas los arredraban. Los unos llegaban destinados a servir en casa de algún pariente o amigo de su familia; otros eran acomodados por sus paisanos: todos entraban en clase de dependientes, sujetos a una severa disciplina, y desde sus primeros pasos aprendían a considerar el trabajo y la economía como el único camino para la riqueza. Alguna relajación había en esto en México y Veracruz, pero en todas las ciudades del interior, por ricas y populosas que fuesen, los dependientes en cada casa eran tenidos bajo un sistema muy estrecho de orden y regularidad casi monástica, y este género de educación espartana hacía de los españoles residentes en América una especie de hombres que no había en la misma España, y que no volverá a haber en América. Según adelantaban en su fortuna, o según los méritos que contraían, solían casar con alguna hija de la casa, mucho más si eran parientes, o se establecían por sí, y todos se enlazaban con mujeres criollas, pues eran muy pocas las que venían de España, y éstas generalmente casadas con los empleados. Con la fortuna y el parentesco con las familias respetables de cada lugar, venía la consideración, los empleos municipales y la influencia, que algunas veces degeneraba en preponderancia absoluta. Una vez establecidos así los españoles, nunca pensaban en volver a su patria, y consideraban como el único objeto de que debían ocuparse el aumento de sus intereses, los adelantos del lugar de su residencia y la comodidad y decoro de su familia; de donde resultaba que cada español que se enriquecía era un caudal que se formaba en beneficio del país, una familia acomodada que en él se arraigaba o, a falta de ésta, era origen de fundaciones piadosas y benéficas destinadas al amparo de los huérfanos y al socorro de los menesterosos y desvalidos, de que especialmente la ciudad de México presenta tan grandiosas muestras. Estas fortunas se formaban por las tareas laboriosas del campo, por un largo ejercicio del comercio o por el más aventurado trabajo de las minas; y aunque estas ocupaciones no abriesen por lo común un camino de llegar rápidamente a la riqueza, ayudaba a formarla la economía que había en las familias, en las que se vivía con frugalidad, sin lujo en muebles ni vestidos, y así se había ido creando porción de capitales medianos, que estaban repartidos en todas las poblaciones, aun en las de menos importancia, sin que esta parsimonia impidiese los actos de liberalidad que se manifestaban en ocasiones de públicas calamidades, o cuando el servicio del Estado lo exigía, de lo que veremos muchos y muy señalados ejemplos.

 

Rara vez los criollos conservaban el orden de economía de sus padres y seguían la profesión que había enriquecido a éstos, los cuales, en medio de las comodidades que les proporcionaba el caudal que habían adquirido, tampoco sujetaban a su hijos a la severa disciplina en que ellos mismos se habían formado. Deseosos de darles una educación más distinguida y correspondiente al lugar que ellos ocupaban en la sociedad, los destinaban a los estudios que los conducían a la Iglesia o a la abogacía, o los dejaban en la ociosidad y en una soltura perjudicial a sus costumbres. Algunos los mandaban al seminario de Vergara, en la provincia de Guipúzcoa en España, cuando éste se estableció bajo un pie brillante de instrucción general y si esto se hubiera generalizado, habría contribuido mucho no sólo a propagar los conocimientos útiles en la América española, sino también para unir ésta con la metrópoli con lazos más duraderos. De este género de educación viciosa provenía que mientras los dependientes europeos casados con las hijas del amo sostenían el giro de la casa y venían a ser el apoyo de la familia, aumentando la porción de herencia que había tocado a sus mujeres, los hijos criollos la desperdiciaban en pocos años y quedaban arruinados y perdidos, echándose a pretender empleos para ganar en el trabajo flojo de una oficina los medios escasos para subsistir, más bien que asegurarse una existencia independiente, con una vida activa y laboriosa. La educación literaria que se les daba a veces, y el aire de caballeros que tomaban en la ociosidad y en la abundancia les hacía ver con desprecio a los europeos, que les parecían ruines y codiciosos porque eran económicos y activos, y los tenían por inferiores a ellos porque se empleaban en tráficos y profesiones que consideraban como indignas de la clase a que con ellas los habían elevado sus padres. Sea por efecto de esta viciosa educación, sea por influjo del clima que inclina al abandono y a la molicie, eran los criollos generalmente desidiosos y descuidados: de ingenio agudo, pero al que pocas veces acompañaba el juicio y la reflexión; prontos para emprender y poco prevenidos en los medios de ejecutar; entregándose con ardor a lo presente y atendiendo poco a lo venidero; pródigos en la buena fortuna y pacientes y sufridos en la adversa. El efecto de estas funestas propensiones era la corta duración de las fortunas, y el empeño de los europeos en trabajar para formarlas y dejarlas a sus hijos pudiera compararse al tonel sin fondo de las Danaides, que por más que se le echara nunca llegaba a colmarse. De aquí resultaba que la raza española en América necesitaba para permanecer en prosperidad y opulencia una refacción continua de españoles europeos que venían a formar nuevas familias, a medida que las formadas por sus predecesores caían en el olvido y la indigencia.

 

Aunque las leyes no establecían diferencia alguna entre estas dos clases de españoles, ni tampoco respecto a los mestizos nacidos de unos y otros de madres indias, vino a haberla de hecho, y con ella se fue creando una rivalidad declarada entre ellas, que aunque por largo tiempo solapada, era de temer rompiese de una manera funesta cuando se presentase la ocasión. Los europeos ejercían, como antes se dijo, casi todos los altos empleos, tanto porque así lo exigía la política, cuanto por la mayor oportunidad que tenían de solicitarlos y obtenerlos hallándose cerca de la fuente de que dimanaban todas las gracias: los criollos los obtenían rara vez, por alguna feliz combinación de circunstancias, o cuando iban a la corte a pretenderlos, y aunque tenían todas las plazas subalternas que eran en mucho mayor número, esto antes excitaba su ambición de ocupar también las superiores, que la satisfacía. Aunque en los dos primeros siglos después de la Conquista la carrera eclesiástica hubiese presentado a los americanos mayores adelantos, siendo muchos los que entonces obtuvieron obispados, canonjías, cátedras y pingües beneficios, se habían cercenado para ellos estas gracias, y a pesar de haberse mandado por el rey que ocupasen por mitad los coros de las catedrales, a consecuencia de la representación que el ayuntamiento de México hizo el 2 de mayo de 1792, había prevalecido la insinuación del arzobispo don Alonso Núñez de Haro, que dio motivo a aquella exposición, para que sólo se les confiriesen empleos inferiores, a fin de que permaneciesen sumisos y rendidos, pues que en 1808 todos los obispados de la Nueva España, excepto uno, las más de las canonjías y muchos de los curatos más pingües se hallaban en manos de los europeos. En los claustros prevalecieron también éstos, y para evitar los disturbios frecuentes que la rivalidad del nacimiento causaba, en algunas órdenes religiosas se estableció por las leyes la alternativa, nombrándose en una elección prelados europeos y en otra criollos; pero habléndose introducido la distinción entre los europeos que habían venido de España con el hábito y los que lo habían tomado en América, en cuyo favor se estableció otro turno, resultaban dos elecciones de europeos por una de criollos. Si a esta preferencia en los empleos políticos y beneficios eclesiásticos, que ha sido el motivo principal de la rivalidad entre ambas clases, se agrega el que, como hemos visto, los europeos poseían grandes riquezas que, aunque fuesen el justo premio del trabajo y la industria, excitaban la envidia de los americanos y eran consideradas por éstos como otras tantas usurpaciones que se les habían hecho; que aquellos con el poder y la riqueza eran a veces más favorecidos por el bello sexo, proporcionándose más ventajosos enlaces; que por todos estos motivos juntos, habían obtenido una prepotencia decidida sobre los nacidos en el país; no será difícil explicar los celos y rivalidad que entre unos y otros fueron creciendo, y que terminaron por un odio y enemistad mortales.

 

No puede decirse que la clase española, comprendiendo en esta expresión tanto a los nacidos en España como en América, fuese la clase ilustrada; pero sí que la ilustración que había en el país estaba exclusivamente en ella. De los europeos, los que venían con empleos en la magistratura y en el clero tenían la instrucción propia de sus profesiones, sin exceder sino rara vez de los límites que prescribía el ejercicio de éstas, y lo mismo sucedía entre los oficinistas: los que venían a buscar fortuna no tenían instrucción alguna y adquirían a fuerza de práctica la necesaria para el comercio, las minas y la labranza. Entre los americanos había más y más profundos conocimientos, y esta superioridad era una de las causas que, como he dicho, les hacia ver con desprecio a los europeos, y que no poco fomentaba la rivalidad suscitada contra ellos. Sin embargo, esta instrucción casi estaba reducida a las materias del foro y eclesiásticas, y se limitaba a México y a las capitales de los obispados en que había colegios. Durante muchos años no hubo otro establecimiento de enseñanza pública que la Universidad de México, que fue distinguida por los reyes de España con todos los privilegios que tenía la de Salamanca, y muy favorecida por los virreyes. Los jesuitas, que llegaron a México en 1572, fundaron, según su Instituto, colegios en varias ciudades principales en que se establecieron, y más tarde se abrieron en las capitales de los obispados los seminarios, en virtud de lo mandado en el Concilio de Trento. Pero en los colegios de la Compañía fue donde se dio mayor extensión a la enseñanza, pues además de la filosofía y la teología se cultivaban en ellos las bellas letras, y muchas composiciones latinas en prosa y en verso que nos quedan de los discípulos que en ellos se formaron prueban el buen gusto que se les inspiraba en las lecciones que recibían. La expulsión de los religiosos de esta orden en 1767 causó un atraso muy considerable en la ilustración, pues con ellos cesaron los colegios que tenían a su cargo y, aunque algunos siguieron administrados por el gobierno, estuvieron lejos de conservar el lustre que tenían. los jesuitas, por sus principios religiosos y políticos, hubieran hecho más duradera la dependencia de la metrópoli; pero también la independencia hecha con mayor instrucción en la clase alta y media de la sociedad hubiera sido más fructuosa.

 

Había también colegios a cargo de los franciscanos, pero eran únicamente para las ciencias eclesiásticas y nunca tuvieron gran nombradía. Reducidos, pues, los estudios a la filosofía, como estudio preparatorio; a la teología, leyes y medicina, esta última poco apreciada, se dedicaban a ellos los que los consideraban como una carrera lucrativa; más la gente acomodada no veía necesidad de instruirse, y dejando el cultivo de las letras a los eclesiásticos y a los abogados, que se llamaban exclusivamente "letrados", en vez de buscar en el adorno del espíritu la más noble ocupación, o por lo menos una honesta distracción y entretenimiento, se abandonaba al juego y a la disipación, o pasaba su tiempo en la ociosidad y la ignorancia: sólo algunos pocos individuos aplicados adquirían instrucción en la historia y otros ramos, en virtud de lectura y estudios privados, que se dificultaban por la escasez y alto precio de los libros, y aunque en las facultades que se enseñaban hubiese habido hombres muy distinguidos, especialmente entre los eclesiásticos, para quienes las canonjías de oposición eran un fuerte incentivo al estudio, en general era grande la ignorancia en materias políticas y aun en la geografía y otras ciencias elementales. Sin embargo, lo que se estudiaba era bien y sólidamente y en esta parte, cuanto en tiempos posteriores ha podido aventajarse en superficie, se ha perdido en profundidad: especialmente el clero, y en esto todavía más el regular que el secular ha tenido desde aquel tiempo un atraso notable. Las ciencias exactas útiles para la minería se cultivaban en el seminario de este nombre de muy reciente fundación, pero aunque este establecimiento fue fomentado con especial empeño y produjo algunos pocos hombres distinguidos, nunca su utilidad ha correspondido al gasto que en él se ha erogado, y lo mismo sucedió con la Academia de las Bellas Artes, fundada en el reinado de Carlos III, pudiendo decirse que hubo buenos pintores antes que hubiese escuela en que se formasen, y que dejó de haberlos desde que ésta se estableció.

 

La clase española era pues la predominante en Nueva España, y esto no por su número, sino por su influjo y poder, y como el número menor no puede prevalecer sobre el mayor en las instituciones políticas sino por efecto de los privilegios de que goce, las leyes habían tenido por principal objeto asegurar en ella esta prepotencia. Ella poseía casi toda la riqueza del país; en ella se hallaba la ilustración que se conocía; ella sola obtenía todos los empleos y podía tener armas, y ella sola disfrutaba de los derechos políticos y civiles. Su división entre europeos y criollos fue la causa de las revoluciones de que voy a ocuparme: los criollos destruyeron a los europeos, pero los medios que para este fin pusieron en acción minaron también la parte de poder que ellos tenían. En cuanto a su número y proporción en la totalidad de la población de la Nueva España, no es posible determinarlo, y es menester limitarse a meras aproximaciones, en cuyo punto difieren notablemente los autores que han tratado esta materia. El barón de Humboldt regula que había en el año de 1804 16 blancos por cada 100 habitantes. El doctor Mora hace subir esta proporción hasta la mitad, en lo que padece manifiesta equivocación, bastando para convencerse el echar una simple ojeada sobre la masa de la población, en especial fuera de las ciudades populosas y en los campos, además, que siendo fundado el cálculo de Humboldt en buenos datos, todas las circunstancias que desde entonces han intervenido han debido producir una disminución notable y no un aumento en la proporción de la población blanca, tales como la emigración o destrucción de porción de familias de esta clase por la expulsión de los españoles; la ruina de las fortunas que estaban en sus manos y pasaban a sus hijos, y la venida de extranjeros a ocupar el lugar de aquellos que no se radican en el país, sino que, a diferencia de los españoles, lo abandonan luego que han hecho fortuna en él, creo, pues, que atendidas todas estas razones, la población blanca ni era ni es en la actualidad más de la quinta parte de la total del país. Los otros cuatro quintos pueden considerarse distribuidos por mitad entre los indios y las castas, y en esta razón, de los 6 000 000 a que podía ascender la población total de la Nueva España en 1808, 1 200 000 eran de la raza española, inclusos 70 000 españoles europeos; 2 400 000 indios, y otros tantos de castas.

 

Las leyes habían hecho de los indios una clase muy privilegiada y separada absolutamente de las demás de la población. La protección especial que se les dispensó provino de la opinión que de ellos se formaron, en el tiempo en que fueron descubiertas y ocupadas por los españoles las Islas Antillas y las playas de costa firme, tanto sus enemigos como sus amigos y defensores. Los primeros pretendían que eran incapaces de razón e inferiores a la especie humana, por lo que querían condenarlos a perpetua esclavitud; los que sostenían lo contrario estaban de acuerdo con aquéllos en cuanto a la inferioridad, respecto a las razas del antiguo continente, por su escasa capacidad moral y debilidad de sus fuerzas físicas; pero de esto deducían que necesitaban ser protegidos contra las violencias y artificios de aquéllas. Esta inferioridad en que estaban todos conformes dio motivo a que se calificasen los españoles y castas con el nombre de gente de razón, como si los indios careciesen de ella, y fue también el origen de la traslación de gran numero de los negros de África a los nuevos establecimientos; que promovió con empeño el padre Casas, tan celoso abogado de los indios, para eximir a éstos de los duros trabajos en que los empleaban los conquistadores, sustituyendo en su lugar los africanos, que son de una constitución mucho más fuerte y vigorosa. Esto también fue lo que movió a los reyes de España, cuyas intenciones siempre fueron las de conservar y proteger a los indios, a hacer en su favor esta legislación, que puede decirse toda de excepciones y privilegios. Se les autorizó desde luego a conservar las leyes y costumbres que antes de la Conquista tenían, para su buen gobierno y policía, con tal que no fuesen contrarias a la religión católica, reservándose los reyes la facultad de añadir lo que tuviesen por conveniente. Se mandó y reiteró continuamente que fuesen tratados como hombres libres y vasallos dependientes de la corona de Castilla. Por libertar su sencillez de los fraudes de los españoles se declararon en su favor, como en el de las iglesias, los privilegios de menores: no estaban sujetos al servicio militar, ni al pago de diezmos y contribuciones, fuera de un moderado tributo personal que pagaban una vez al año, una parte de la cual se invertía en la manutención de hospitales destinados a su socorro, y del que estaban exentos los tlaxcaltecas, los caciques, las mujeres, los niños, enfermos y ancianos, no se les cobraban derechos en sus juicios, que debían ser a "verdad sabida", para evitar dilaciones y costos; tenían abogados, obligados por la ley a defenderlos de balde; los fiscales del rey eran sus protectores natos; la inquisición no les comprendía y en lo eclesiástico tenían también muchos y considerables privilegios. Vivían en poblaciones separadas de los españoles, gobernados por sí mismos, formando municipalidades que se llamaban repúblicas, y conservaban sus idiomas y trajes peculiares. Se ocupaban especialmente de la labranza, ya como jornaleros en las fincas de los españoles, ya cultivando las tierras propias de sus pueblos, que se les repartían en pequeñas porciones por una moderada renta que se invertía en los gastos de la Iglesia y otros de utilidad general, cuyo sobrante se depositaba en las cajas de comunidad. Todo esto hacía de los indios una nación enteramente separada: ellos consideraban como extranjeros a todo lo que no era ellos mismos, y como no obstante sus privilegios eran vejados por todas las demás clases, a todas las miraban con igual odio y desconfianza.

 

Los mestizos, como descendientes de españoles, debían tener los mismos derechos que ellos, pero se confundían en la clase general de castas. De éstas, las derivadas de sangre africana eran reputadas infames de derecho, y todavía más, por la preocupación general que contra ellas prevalecía. Sus individuos no podían obtener empleos; aunque las leyes no lo impedían, no eran admitidos a las órdenes sagradas; les estaba prohibido tener armas, y a las mujeres de esta clase el uso del oro, sedas, mantos y perlas; los de la raza española que con ellas se mezclaban por matrimonios, cosa que era muy rara sino en artículo de muerte, se juzgaba que participaban de la misma infamia; y lo que sería de admirar si los hombres y sus leyes no presentasen a cada paso las más notables contradicciones, estas castas, infamadas por las leyes, condenadas por las preocupaciones, eran, sin embargo, la parte más útil de la población. Los hombres que a ellas pertenecían endurecidos por el trabajo de las minas, ejercitados en el manejo del caballo, eran los que proveían de soldados al ejercito, no sólo en los cuerpos que se componían exclusivamente de ellos, como los de pardos y morenos de las costas, sino también a los de línea y milicias disciplinadas del interior, aunque éstos, según las leyes, debiesen componerse de la raza española; de ellos también salían los criados de confianza en el campo y aun en las ciudades; ellos, teniendo mucha facilidad de comprensión, ejercían todos los oficios y las artes mecánicas, y en suma puede decirse que de ellos era de donde se sacaban los brazos que se empleaban en todo. Careciendo de toda instrucción, estaban sujetos a grandes defectos y vicios, pues con ánimos despiertos y cuerpos vigorosos, eran susceptibles de todo lo malo y todo lo bueno…

 

La distribución de estas diversas clases de habitantes en la vasta extensión del territorio de la Nueva España dependía de la población que existía antes de la Conquista, del progreso sucesivo de los establecimientos españoles, del clima y del género de industria propio de cada localidad. La población indígena predominaba en las intendencias de México, Puebla, Oaxaca, Veracruz y Michoacán, situadas en lo alto de la cordillera y en sus declives hacia ambos mares, que habían formado las antiguas monarquías mexicana, mixteca y michoacana. En las costas de uno y otro mar, y en todos aquellos climas calientes en que se produce la caña de azúcar y demás frutos de los trópicos, abundaban los negros, y mucho más que éstos, porque su introducción había cesado hacía años, los mulatos y otras mezclas de origen africano, procedentes de los esclavos introducidos para el cultivo de aquellas plantas, de los cuales unos permanecían en el estado de esclavitud y los otros, aunque libres, se quedaban casi siempre en las fincas a las cuales habían pertenecido. El mismo origen reconocían los mulatos, que había en gran número en México y otras ciudades populosas. En las provincias que ocuparon las tribus vagantes de los chichimecas y otros salvajes, en las que la dominación española se fue extendiendo lentamente, más bien que sujetando, destruyendo o arrojando hacia el norte a los antiguos habitantes, como en las intendencias de San Luis Potosí, Durango y otras en aquella dirección, la población era de la raza española, ocupada todavía en rechazar los ataques de las tribus salvajes que subsistían independientes.

 

Los españoles europeos residían principalmente en la capital, en Veracruz, en las poblaciones principales de las provincias, en especial en las de minas, sin dejar de hallarse también en las poblaciones menores y en los campos, y de éstos sobre todo en los climas calientes, en las haciendas de caña, cuya industria estaba casi exclusivamente en sus manos. Los criollos seguían la misma distribución que los europeos, aunque proporcionalmente. abundaban más en las poblaciones pequeñas y en los campos, lo que procedía de estar en sus manos las magistraturas y curatos de menos importancia, y ser más bien propietarios de fincas rústicas que ocuparse del comercio y otros giros propios de las ciudades grandes…

Procedimiento

Elaboración de un Mapa Conceptual del contenido del texto

Integración de la descripción, para su presentación al profesor, o para exponerla ante el grupo

Una propuesta de redacción del informe de la descripción de un texto

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Autores:

Humberto Domínguez Chávez

CCH Plantel Azcapotzalco

Rafael Alfonso Carrillo Aguilar

CCH Plantel Sur

Enero de 2004