Programa de Cómputo para la Enseñanza: Cultura y Vida Cotidiana: 1920-1940

Historia de México II Segunda Unidad: Reconstrucción Nacional e Institucionalización de la Revolución Mexicana 1920-1940

La Producción Literaria de 1920 a 1940

Propósitos: Valorar algunas manifestaciones socioculturales influidas por el nacionalismo revolucionario y su impacto sociocultural

Mayo de 2012

 

Para ver los clips de video necesitas:

Versión para imprimir [Requieres]:

1 de 4


 

Antecedentes

 

Revista Moderna de México, Savia Moderna y el Ateneo de la Juventud

 

Una influencia literaria importante del siglo XX se estableció con el Modernismo en el México porfirista, que se difundió ante la sensación del fracaso de creencias absolutas, religiosas o racionales, en las que se habían apoyado las anteriores interpretaciones de la realidad. Así apareció la Revista Moderna de México, que se publicó entre los años de 1903-1911, por Jesús E. Valenzuela (1856-1911), con contribuciones de Amado Nervo (1870-1919), Jesús Urueta (1867-1920) y Emilio Valenzuela, además de José Juan Tablada (1871-1945), y pintores como Julio Ruelas (1870-1907), que contiene una parte fundamental de la historia del modernismo en México y en América Latina, además de que tuvo un carácter científico, y de difusión de lo político y las actualidades. Otra revista de divulgación cultural fue Savia Moderna (1906).

 

 

Tuvieron su continuidad, señala Cruz (2008: 10-12), con los planteamientos literarios y filosóficos del Ateneo de la Juventud (1909); cuyos representantes buscaban romper el cerco intelectual que el Positivismo había impuesto en los estudios superiores de México y, al decir de Reverte (1986), la imitación servil de Francia.

 

Sus integrantes volcaron su interés por la cultura humanística, mostraron un profundo americanismo con conocimiento y estudio de la cultura mexicana, además de una pasión por la cultura clásica y el pensamiento universal. Una de las figuras relevantes fue Alfonso Reyes (1889-1959); quien, como señala Castañón (2005), fue autor de obras en verso y en prosa:

…donde el horizonte de la cultura mexicana se tiende como una puerta que le permite no sólo interrogar y enriquecer su raigambre nacional y aun continental, sino también de las tradiciones clásicas cervantina y helénica.

 

Jesús E. Valenzuela En la noche

¡Ay! roto ya de la esperanza el broche,

ansié la muerte, la búsqueda yo mismo;

y á las negras orillas del abismo,

me habló Jesús en medio de la noche.

Alada brisa que en la sombra salta,

me dijo así su voz: aliento cobra,

valor para la muerte es lo que sobra,

valor para la vida es lo que falta.

Y un estremecimiento entre el follaje

(de hojas y aves) murmuró a mi oído

las notas de un cantar nunca aprendido

en las largas etapas del viaje.

Y en reversión hacia la edad primera,

á la voz inefable del maestro,

escuché en mi redentor el padre nuestro

que repetía la natura entera.

No fue su voz la dura del reproche,

sino dulce de amor y de ventura;

así en mis fuertes horas de amargura

me habló Jesús en medio de la noche.

Emilio Valenzuela El indio

Pone los ojos en el sol, y avanza

el pie desnudo en risco y en espinas.

¿Qué ansia noble se ahoga en sus retinas

en donde el sol a retratarse alcanza

En su frente se nubla una esperanza

como campo de luna en las neblinas...

Caminante, contémplalo, ¿Adivinas

en su rústica faz una asechanza.

Ya se yergue magnífico y heroico,

sobre un picacho de la sierra adusta:

y es el desdén de su ademán estoico.

Para la humanidad la eterna injusta,

el de las soledades majestuosas,

el del cielo, el del mar, el de las cosas.

Savia Moderna, T. l, No. 3, mayo, 1906, p. 194

 

 

 

Emilio Valenzuela Julio Ruelas

…se le ha erigido un monumento: teniendo por remate y fondo una imperecedera y bronca piedra en la que está esculpido el sátiro que en dócil rama remécese soplando la flauta, sobre el trozo en bruto de impecable carrara –postrer y duro lecho albeante– una mujer, desolada, de mármol, […] cae a un golpe contundente del cincel de nuestro Arnulfo Domínguez Bello, y cierra para siempre los ojos.

Revista Moderna de México, México, 17 de septiembre de 1907, pp. 55-56

Sepulcro de Julio Ruelas en el Cementerio de Montparnasse en Paris

 

Al finalizar el siglo XIX sólo la filosofía positivista, en las versiones de Auguste Comte (1798-1857), John Stuart Mill (1806-1873)2 y Herbert Spencer (1820-1903), gozaba de una situación académica en las instituciones educativas y en la vida intelectual del país; que, al decir de Alfonso Reyes (1914):

…si fue de utilidad para la restauración social, vino a ser a la larga pernicioso para el desarrollo no sólo de la literatura o la filosofía, mas del espíritu mismo; como reacción liberal borró el latín, por considerarlo que era la misma cosa que la Iglesia, y con el latín borro la literatura, por lo que toda cultura fundamental desapareció y todo humanismo se perdió.

 

 

Para un grupo de jóvenes estudiantes universitarios este ambiente resultó asfixiante, por lo que a decir de Pedro Henríquez Ureña (1925), integraron un grupo con: Antonio Caso (1883-1946), Alfonso Reyes (1889-1959), Jesús T. Acevedo (1882-1918), Alfonso Cravioto (1884-1955), Ricardo Gómez Robelo (1884-1924), Manuel de la Parra (1878-1930), Genaro Fernández MacGrégor (1883-1959) y José Vasconcelos (1882-1959), entre otros, para leer y divulgar a los filósofos que el positivismo condenaba como inútiles, desde Platón hasta Immanuel Kant y Arthur Schopenhauer, además de Friedrich Nietzsche; descubrieron a Henri Bergson, Émile Boutroux, William James, Benedetto Croce, además de revisar las literaturas modernas de Francia, Inglaterra y España. Acevedo concibió la idea de crear una Sociedad de Conferencias, en 1907 y 1908, que serían acompañadas con recitales de música y poesía para propagar las nuevas ideas entre los literatos, poetas, músicos y pintores de aquellos años.

 

 

Integrantes del Ateneo de la Juventud

El Ateneo se formó en 1909 en la Escuela Nacional Preparatoria; al decir de Caso, para dar forma social a una nueva era de pensamiento, con el propósito de crear una institución para el cultivo del saber nuevo que habían hallado, el cual no podía encontrarse en las agrupaciones que discutían el rancio saber escolástico del catolicismo, aquellas en que se recordaba la ideología superficial de la época de la Reforma, ni en las positivistas dominadas al amparo del despotismo oficial (Vasconcelos, 1935); se inspiraría en una estética, ni romántica ni modernista, ni mucho menos positivista o realista, sino de una manera mística fundada en la belleza, con una tendencia a buscar claridades inefables y significaciones eternas (Vasconcelos, 1911).

 

Alfonso González Martínez, Luis G. Urbina, Justo Sierra, Antonio Caso y Jesús Ureta introdujeron en el Ateneo, por medio de conferencias, el gusto por la antigua Grecia, comenta Castañeda (2002: 28). Así para Reyes el arte inseparable de su contexto es concebido como una continua victoria de la ciencia sobre el caos de las realidades exteriores.

 

Por su parte Henríquez Ureña comenta:

Nunca hemos recibido mejor disciplina espiritual (...) Las humanidades viejo timbre de honor en México, han de ejercer sutil influjo espiritual en la reconstrucción que nos espera. Porque ellas son más, mucho más, que el esqueleto de las formas intelectuales del mundo antiguo. Son la musa portadora de dones y de ventura interior, fors clavijera para los secretos de la perfección humana.

 

Mientras que para Mac Gregor (1946), el Ateneo integró un grupo literario de tendencias heterogéneas con la tarea de reunirse para leer y comentar, en donde cada uno de los asociados era distinto radicalmente del otro; con un elemento común a las actividades del grupo, ya que cada uno a su manera colaboró para transformar el ambiente espiritual de la época.

 

Cuyo mérito consistió de la práctica de acudir a las fuentes, ya que con anterioridad existía el hábito de las citas incompletas y vagas, derivadas de lecturas de segunda mano. Señaló que no eran humanistas ni podían serlo, dado el absurdo y sectario programa de aquella enorme mediocridad de la educación de su época; apuntando que:

…en honor de la verdad, y por lo que a algunos de nosotros tocó, ni pudimos haber sido humanistas ni queríamos serlo; desde el principio comprendimos que bien vale la pena sacrificar la posibilidad de leer de corrido en griego y latín, con tal de enterarnos del vasto caudal científico de nuestra época y del saber general de la humanidad; después de todo, las traducciones ya están hechas y si hacen falta más, que se dediquen a eso los traductores.

 

Ateneístas: Ricardo Gómez Robelo, Roberto Montenegro, Antonio Caso, Alfredo L. Palacios, Gabriela Mistral, Carlos Pellicer, Julio Torri, Francisco L. del Río, Alberto Vázquez del Mercado, Palma Guillén, José Vasconcelos, secretario de Alfredo L. Palacios y Manuel Gómez Morin [1923]

 

Presentación de credenciales en la Casa Rosada de Buenos Aires [1936]

Reyes vivió entre 1913 y 1927, al decir de Martínez (2012), un destierro más o menos honorable como diplomático. Primero en Francia, luego de los acontecimientos golpistas en que se vio involucrado su padre Bernardo Reyes, convirtiéndose en esta larga permanencia en una personalidad prominente entre los intelectuales hispanoamericanos y sus allegados europeos. Primero estuvo al servicio del gobierno de Victoriano Huerta hasta el triunfo constitucionalista en 1915, para trasladarse posteriormente a Madrid donde reingresaría al servicio diplomático con el gobierno de Álvaro Obregón y, posteriormente, en Paris durante el de Plutarco Elías Calles, quien utilizó sus servicios en Buenos Aires, continuando estas tareas al servicio de los gobiernos de Pascual Ortiz Rubio y Abelardo L. Rodríguez en Río de Janeiro y de regreso en Argentina, hasta 1938.

 

Su lejanía geográfica del país no impidió su conocimiento de los acontecimientos y su presencia intelectual entre los intelectuales de México, a través de su producción y los intercambios con otros artistas y escritores. Sus tareas diplomáticas se enmarcaron, comenta Martínez, en un escenario de pronunciamientos militares y golpes de Estado por facciones políticas a lo largo de toda Latinoamérica, en tanto se lograba la integración económica y política de sus repúblicas, que al mismo tiempo se mostraban recelosas con el Brasil, tradicionalmente aislado en el continente como una especie de otra América, a lo que se sumaba la amenaza constante para todos del intervencionismo estadounidense.

 

Alfonso Reyes Visión del Anáhuac (Fragmento) [1915]

El viajero americano está condenado a que los europeos le pregunten si hay en América muchos árboles. Les sorprenderíamos hablándoles de una Castilla americana más alta que la de ellos, más armoniosa, menos agria seguramente (por mucho que en vez de colinas la quiebren enormes montañas), donde el aire brilla como espejo y se goza de un otoño perenne. La llanura castellana sugiere pensamientos ascéticos: el valle de México, más bien pensamientos fáciles y sobrios. Lo que una gana en lo trágico, la otra en plástica rotundidad.

 

Nuestra naturaleza tiene dos aspectos opuestos. Uno, la cantada selva virgen de América, apenas merece describirse. Tema obligado de admiración en el Viejo Mundo, ella inspira los entusiasmos verbales de Chateaubriand. Horno genitor donde las energías parecen gastarse con abandonada generosidad, donde nuestro ánimo naufraga en emanaciones embriagadoras, es exaltación de la vida a la vez que imagen de la anarquía vital: los chorros de verdura por las rampas de la montaña; los nudos ciegos de las lianas; toldos de platanares; sombra engañadora de árboles que adormecen y roban las fuerzas de pensar; bochornosa vegetación; largo y voluptuoso torpor, al zumbido de los insectos. ¡Los gritos de los papagayos, el trueno de las cascadas, los ojos de las fieras, le dard empoisonné du sauvage! En estos derroches de fuego y sueño —poesía de hamaca y de abanico— nos superan seguramente otras regiones meridionales.

Alfonso Reyes La Visión del Anahuac [1915] (Fragmento)

 

 

 

Alfonso Reyes Yerbas del Tarahumara [1929] (Fragmento)

Alfonso Reyes Calendario [1924]

Del perfecto gobernante

Ya se entiende que el perfecto gobernante no era perfecto; estaba lleno de pequeños errores para que sus enemigos tuvieran donde morder. De este modo, todos vivían contentos.

El pueblo tampoco era perfecto: lleno estaba de extraños impulsos de rencor. Cada año, el gobernante entregaba a la cólera popular una víctima propiciatoria por todos los errores del año.

Había dos ministros: uno de la guerra otro de la paz. El ministro de la guerra era muy prudente y metódico, porque en esto de declarar la guerra hay que irse con pies de plomo, y en esto de administrarla, con manos de araña. El ministro de la paz era muy impetuoso y bárbaro, a fin de dar a los pueblos ese equivalente moral de la guerra, sin el cual, durante la paz, los pueblos desfallecen.

El gobernante procuraba que todas las ruedas de su gobierno giraran sin cesar, porque el uso gasta menos que el abandono. De tiempo en tiempo, al pasar por las alcantarillas, dejaba caer algunas monedas, que luego distribuía entre los que habían bajado a buscarlas.

Un día advirtió el gobernante que los funcionarios no cumplían con eficacia sus cargos: el servicio público era para ellos cosa impuesta, ajena. Entonces dejó que los funcionarios se organizaran en juntas secretas y sociedades carbonarias, con el fin de mandarse solos.

Desde aquel día, el servicio público tuvo para los servidores del Estado todo el atractivo de un complot. Ellos encontraron en el desempeño de sus deberes los deleites de los Siete Pecados, —y el pueblo prosperaba, dichoso.

 

Alfonso Reyes Calendario [1924]

Diógenes

 

Diógenes, viejo, puso su casa y tuvo un hijo. Lo educaba para cazador. Primero lo hacía ensayarse con animales disecados, dentro de casa. Después comenzó a sacarlo al campo.

Y lo reprendía cuando no acertaba.

—Ya te he dicho que veas dónde pones los ojos, y no dónde pones las manos. El buen cazador hace presa con la mirada.

Y el hijo aprendía poco a poco. A veces volvían a casa cargados, que no podían más; entre el tornasol de las plumas se veían los sanguinolentos hocicos y las flores secas de las patas.

Así fueron dando caza a toda la Fábula: al Unicornio de las vírgenes imprudentes, como al contagioso Basilisco; al Pelícano disciplinante y a la misma Fénix, duende de los aromas.

Pero cierta noche que acampaban, y Diógenes proyectaba al azar la luz de su linterna, su hijo le murmuró al oído:

—¡Apaga, apaga tu linterna, padre! ¡Que viene la mejor de las presas, y ésta se caza a oscuras! Apaga, no se ahuyente. ¡Porque ya oigo, ya oigo las pisadas iguales, y hoy sí que hemos dado con el Hombre!

 

Para la década de los años de 1920, según Pedro Henríquez Ureña (1949), los intelectuales abandonaron la política y los hombres de letras se convirtieron en periodistas o en maestros. No sin que en los años de la etapa armada sus filiaciones políticas los llevaran a distanciamientos, como señala Betancourt (2012), al ocupar posiciones opuestas en relación con los acontecimientos; sobre todo durante el gobierno de Francisco I. Madero, entre el cuarteto formado por Martín Luis Guzmán, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña y José Vasconcelos.

 

Que perduró años después, en los años de la década de 1920, con acusaciones de inmoralidad para aquellos que continuaron activos en la política durante los gobiernos de Obregón y Calles, como se aprecia en este comentario y advertencia de Henríquez Ureña sobre Martín Luis Guzmán, en correspondencia a Alfonso Reyes, después de la derrota de la Rebelión Delahuertista:

 

Martín es un ejemplo: la Secretaría de Hacienda, con De la Huerta, le regalaba 18,000 para El Mundo; Pani se la suprimió. Patrocinaba negocios de la familia de Victoriano Huerta, cobraba dinero por cartas de recomendación; por fin vendió El Mundo a los callistas, la víspera de su huida, y ahora resulta que vendió máquinas y linotipos que no eran suyos. Ahora, viendo perdida la causa de De la Huerta, dejó los Estados Unidos y va para Europa. Ten mucho cuidado con él.

 

Sin que estuviera ausente, durante los años de la etapa armada de 1913-1915, también apunta Betancourt, una apreciación despectiva sobre la figura de Venustiano Carranza, expresada en correspondencia entre Vasconcelos y Martín Luis Guzmán:

 

Creo, como tú, que la situación seguirá estática mientras la manejen dos imbéciles malvados como Wilson y Carranza

 

Además de señalamientos de mantener una prudente distancia sobre los acontecimientos derivados de la lucha entre los caudillos revolucionarios entre 1915-1916: Carranza, Villa y Zapata, como el consejo que le daba Reyes a Martín Luis Guzmán en una carta del primero, desde Madrid, al segundo residiendo en Nueva York:

 

No vaya Ud. a hacer política. Siga Ud. esta regla, que convendremos en llamar la de las tres erres: consérvese, resérvese y presérvese. [http://www.inehrm.gob.mx/pdf/documento_ateneo2.pdf]

 

Martín Luis Guzmán

 

 

 

José Vasconcelos Ulises Criollo [1935] (Fragmento)

José Vasconcelos

En esta época fue significativa la contribución a la cultura de José Vasconcelos (1882-1958), al dirigir la Universidad de México y como primer Secretario de Educación Pública del país, al inicio de la década de 1920; quien destacó por su prosa narrativa de estilo oratorio en sus ensayos y como un autobiógrafo excepcional, para después ser considerado como el gran educador latinoamericano.

 

 

José Vasconcelos El proconsulado [1939] (Fragmento)

 

José Vasconcelos La Raza Cósmica [1925] (Fragmento)

Si, pues, somos antiguos geológicamente y también en lo que respecta a la tradición, ¿cómo podremos seguir aceptando esta ficción inventada por nuestros padres europeos, de la novedad de un continente, [3] que existía desde antes de que apareciese la tierra de donde procedían descubridores y reconquistadores?

La cuestión tiene una importancia enorme para quienes se empeñan en buscar un plan en la Historia. La comprobación de la gran antigüedad de nuestro continente parecerá ociosa a los que no miran en los sucesos sino una cadena fatal de repeticiones sin objeto. Con pereza contemplaríamos la obra de la civilización contemporánea, si los palacios toltecas no nos dijesen otra cosa que las civilizaciones pasan, sin dejar más fruto que unas cuantas piedras labradas puestas unas sobre otras, o formando techumbre de bóveda arqueada, o de dos superficies que se encuentran en ángulo. ¿A qué volver a comenzar, si dentro de cuatro o cinco mil años otros nuevos emigrantes divertirán sus ocios cavilando sobre los restos de nuestra trivial arquitectura contemporánea? La historia científica se confunde y deja sin respuesta todas estas cavilaciones. La historia empírica, enferma de miopía, se pierde en el detalle, pero no acierta a determinar un solo antecedente de los tiempos históricos. Huye de las conclusiones generales, de las hipótesis trascendentales, pero cae en la puerilidad de la descripción de los utensilios y de los índices cefálicos y tantos otros pormenores, meramente externos, que carecen de importancia si se les desliga de una teoría vasta y comprensiva.

Sólo un salto del espíritu, nutrido de datos, podrá darnos una visión que nos levante por encima de la microideología del especialista. Sondeamos entonces en el conjunto de los sucesos para descubrir en ellos una dirección, un ritmo y un propósito. Y justamente allí donde nada descubre el analista, el sintetizador y el creador se iluminan.

Ensayemos, pues, explicaciones, no con fantasía de novelista, pero sí con una intuición que se apoya en los datos de la historia y la ciencia.

La raza que hemos convenido en llamar atlántida prosperó y decayó en América. Después de un extraordinario florecimiento, tras de cumplir su ciclo, terminada su misión particular, entró en silencio y fue [4] decayendo hasta quedar reducida a los menguados Imperios azteca e inca, indignos totalmente de la antigua y superior cultura. Al decaer los atlantes la civilización intensa se trasladó a otros sitios y cambió de estirpes; deslumbró en Egipto; se ensanchó en la India y en Grecia injertando en razas nuevas. El ario, mezclándose con los dravidios, produjo el Indostán, y a la vez, mediante otras mezclas, creó la cultura helénica. En Grecia se funda el desarrollo de la civilización occidental o europea, la civilización blanca, que al expandirse llegó hasta las playas olvidadas del continente americano para consumar una obra de recivilización y repoblación. Tenemos entonces las cuatro etapas y los cuatro troncos: el negro, el indio, el mongol y el blanco. Este último, después de organizarse en Europa, se ha convertido en invasor del mundo, y se ha creído llamado a predominar lo mismo que lo creyeron las razas anteriores, cada una en la época de su poderío. Es claro que el predominio del blanco será también temporal, pero su misión es diferente de la de sus predecesores; su misión es servir de puente. El blanco ha puesto al mundo en situación de que todos los tipos y todas las culturas puedan fundirse. La civilización conquistada por los blancos, organizada por nuestra época, ha puesto las bases materiales y morales para la unión de todos los hombres en una quinta raza universal, fruto de las anteriores y superación de todo lo pasado.

La cultura del blanco es emigradora; pero no fue Europa en conjunto la encargada de iniciar la reincorporación del mundo rojo a las modalidades de la cultura preuniversal, representada, desde hace siglos, por el blanco. La misión trascendental correspondió a las dos ramas más audaces de la familia europea; a los dos tipos humanos más fuertes y más disímiles: el español y el inglés.

 

Pedro Henríquez Ureña Utopía de América [1925] (Fragmento)

Advertiréis que no os hablo de México como país joven, según es costumbre al hablar de nuestra América, sino como país de formidable tradición, porque bajo la organización española persistió la herencia indígena, aunque empobrecida. México es el único país del Nuevo Mundo donde hay tradición, larga, perdurable, nunca rota, para todas las cosas, para toda especie de actividades: para la industria minera tomo para los tejidos, para el cultivo de la astronomía como para el cultivo de las letras clásicas, para la pintura como para la música. Aquél de vosotros que haya visitado una de las exposiciones de arte popular que empiezan a convertirse, para México, en benéfica costumbre, aquél podrá decir qué variedad de tradiciones encontró allí representadas, por ejemplo, en cerámica: la de Puebla, donde toma carácter del Nuevo Mundo la loza de Talavera; la de Teotihuacán, donde figuras primitivas se dibujan en blanco sobre negro; la de Guanajuato, donde el rojo y el verde juegan sobre fondo amarillo, como en el paisaje de la región; la de Aguascalientes, de ornamentación vegetal en blanco o negro sobre rojo oscuro; la de Oaxaca, donde la mariposa azul y la flor amarilla surgen, como de entre las manchas del cacao, sobre la tierra blanca; la de Jalisco, donde el bosque tropical pone sobre el fértil barro nativo toda su riqueza de líneas y su pujanza de color. Y aquél de vosotros que haya visitado las ciudades antiguas de México, —Puebla, Querétaro, Oaxaca, Morelia, Mérida, León—, aquél podrá decir cómo parecen hermanas, no hijas, de las españolas: porque las ciudades españolas, salvo las extremadamente arcaicas, como Avila y Toledo, no tienen aspecto medioeval sino el aspecto que les dieron los siglos XVI a XVIII, cuando precisamente se edificaban las viejas ciudades mexicanas. La capital, en fin, la triple México —azteca, colonial, independiente—, es el símbolo de la continua lucha y de los ocasionales equilibrios entre añejas tradiciones y nuevos impulsos, conflicto y armonía que dan carácter a cien años de vida mexicana.

Y de ahí que México, a pesar de cuanto tiende a descivilizarlo, a pesar de las espantosas conmociones que lo sacuden y revuelven hasta los cimientos, en largos trechos de su historia, posea en su pasado y en su presente con qué crear o—tal vez más exactamente—con qué continuar y ensanchar una vida y una cultura que son peculiares, únicas, suyas..

 

Enrique González Martínez

Mientras que Antonio Caso (1883-1946) ha sido reconocido, de acuerdo a Monsiváis (2007), como:

 

…un filósofo de libros que envejecían con rapidez, pero que en su momento entusiasmaron a los estudiantes y los llevaron a la filosofía.

 

Por su parte el médico, poeta y diplomático Enrique González Martínez (1871-1952) renovó la poesía modernista con una actitud ética. El jurista Genaro Fernández McGregor (1883-1959) alternó la prosa narrativa con la crítica literaria.

 

Martín Luis Guzmán (1887-1976) sería uno de los grandes narradores del género de la Revolución Mexicana (El águila y la serpiente, La sombra del caudillo, Memorias de Pancho Villa); el poeta Rafael López (1873-1943) seguiría la tradición de los temas cívicos y de asuntos históricos; y Julio Torri (1889-1970) contribuiría con su prosa extraordinario sobre antihéroes o sobre la otra cara del mito o la leyenda.

Genaro Fernández MacGregor

 

Enrique González Martínez Silenter [1909]

Irás sobre la vida de las cosas… [1909]

Irás sobre la vida de las cosas;

con noble lentitud que todo lleve a tu sensoria luz:

blancor de nieve, azul de linfas o rubor de rosas.

Que todo deje en ti como una huella misteriosa

grabada intensamente lo mismo el soliloquio de la fuente

que el flébil parpadeo de la estrella.

Que asciendas a las cumbres solitarias

y allí, como arpa eólica, te azoten los borrascosos vientos,

y que broten de tus cuerdas rugidos y plegarias.

Que esquives lo que ofusca

y lo que asombra al humano redil que abajo queda,

y que afines tu alma hasta que pueda escuchar

el silencio y ver la sombra.

Que te ames en ti mismo,

de tal modo compendiando tu ser cielo y abismo,

que sin desviar los ojos de ti mismo

puedan tus ojos contemplarlo todo.

Y que llegues, por fin, a la escondida playa

con tu minúsculo universo,

y que logres oír tu propio verso

en que palpita el alma de la vida.

Enrique González Martínez Los senderos ocultos [1911]

Tuércele el cuello al cisne...

Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje

que da su nota blanca al azul de la fuente;

él pasea su gracia no más, pero no siente

el alma de las cosas ni la voz del paisaje

Huye de toda forma y de todo lenguaje

que no vayan acordes con el ritmo latente

de la vida profunda... y adora intensamente

la vida, y que la vida comprenda tu homenaje.

Mira al sapiente búho cómo tiende las alas

desde el Olimpo, deja el regazo de Palas

y posa en aquel árbol el vuelo taciturno...

Él no tiene la gracia del cisne,

mas su inquieta pupila, que se clava en la sombra,

interpreta el misterioso libro del silencio nocturno.

 

Genaro Fernández MacGregor Ramón López Velarde. El son del corazón [1932]

Una música vaga, desentonada y en sordina que alcanza a los oídos a través de un paisaje quieto, pero rico de olores y colores; una zurda orquesta que descompasa la obra de un genio, como aquella chirimía de indígenas que encontré una tarde magnífica de Tabor y de amor, acompañando a un cadáver al cementerio, y moviéndose en los surcos morenos al ritmo antitético y apenas reconocible de la Marcha fúnebre de Chopin: algo del encanto equívoco de estas evocaciones producen los versos de Ramón López Velarde.

La musicalidad es lo primero que en ellos sorprende... antes de entenderlos. Es una suave brisa que acaricia o que hace daño vagamente; es un suspiro apasionado o burlón; sentimos estupor ante las asociaciones de sustantivos poéticos y de adjetivos tomados a una tecnología bárbara, adjetivos que a veces huelen a yodoformo; una confusión de lampos, de grisallas, de silencios inexplicables que mantienen hipnotizado al ensueño, pero que, al principio, la razón no acepta. Arte ingenuo y decepcionado que se expresa en una monotonía de canto llano, roto, sin embargo, por la acentuación rara del ritmo irregular. Manso ritmo ordinario, con olores a incienso y a manzana, a ropa almidonada y a guayabate monjil. Aun sin prestar atención a lo que expresa, su cadencia nos trae ya un dejo provinciano persistente.

Y en verdad, el poeta es sólo un provinciano, un zagal que estaba destinado a tañer su bucólica zampoña en la paz pueblerina y que, por ironía de la suerte, ha venido a amargar su alma y a complicar su canto en la gran sirte de esta capital. Era, antes de su éxodo, un primitivo, un pequeño, atónito ante la vida y que la copiaba con la candidez de los precursores en el arte de la pintura. Su temperamento lo asimilaba a los primitivos alemanes: en él la inelegancia de las formas y lo sumario de la factura estaba compensado ampliamente por sus dotes de invención y de movimiento, por el sentido agudo del valor expresivo del detalle, por la gravedad del pensamiento y del sentimiento.

Tenía su manera el agrado de una rosa silvestre en una tabla de alfalfa florecida; su conciencia escuchaba el mensaje de la poesía, con el aire tímido y sobrecogido con que Dante Gabriel Rossetti pinta a María al recibir la Anunciación. Hubiera podido ser hermano del monje Gualterio de Coincy, que escribía sus fábulas piadosas en una celda con vistas a un huerto cerrado. El y su escuela dirigían su arte ingenuo a probar la debilidad humana: el hombre es una criatura muy infeliz y muy impotente, incapaz de todo si Dios no lo asiste y no sostiene su voluntad vacilante.

Allá, en su pueblo natal, acólito e inocente, absorbió la paz de la vida eclesiástica y casera sin incidentes; su sueño se envolvía en un rebozo de seda; veía con ojos amigos la plaza provinciana de las dominicas; placíanle los talles y las nucas campesinas de sus conterráneas, las penumbras frescas de su parroquia colonial; las naderías que conmovían al pueblo. Garzón, tuvo que prender los vuelos de su imaginación a las cosas nimias, y sus amores candeales fueron a su prima Agueda, a Fuensanta, la primera novia, a quien rendía dulía diciéndole las jaculatorias con que venerara a la Virgen de su parroquia.

Entonces era su poesía puramente objetiva, bien que ya presagiara clausura en el microcosmos.

Poco a poco descubrió su propio mundo enigmático y diverso. De objetivo se tornó subjetivo y, por ende, más lírico, y pronto, de lo exterior usó únicamente como símbolo. Siguió empleando las mismas imágenes familiares y dilectas, los mismos temas provincianos; pero entrañó en ellos un significado: el viejo pozo verdinoso y taciturno que, en medio a la casona, copia el primer lucero de la noche, fue su maestro.

Como su alma naciera sensible y dependiente, el misticismo la envolvió maternal en sus pulmones; genuflecto se halla ante el misterio, y se promete que, a la hora del cansancio final, los callos de sus rodillas le han de ser viático…

 

Julio Torri Ensayos y poemas [1937] (fragmento)

Pero hay otras obras, más numerosas siempre que las que vende el librero, las que se proyectaron y no se ejecutaron; las que nacieron en una noche de insomnio y murieron al día siguiente con el primer albor...

Tienen para nosotros el prestigio de lo fugaz, el refinado atractivo de lo que no se realiza, de lo que vive sólo en el encantado ambiente de nuestro huerto interior. Los escritores que no escriben —Rémy de Gourmont ensalzó esta noble casta— se llevan a la penumbra de la muerte las mejores obras.

 

Julio Torri Circe [1937] (fragmento)

¡Circe, diosa venerable! He seguido puntualmente tus avisos. Más no me hice amarrar al mástil cuando divisamos la isla de las sirenas, porque iba resuelto a perderme. En medio del mar silencioso estaba la pradera fatal. Parecía un cargamento de violetas errante por las aguas.

¡Circe, noble diosa de los hermosos cabellos! Mi destino es cruel. Como iba resuelto a perderme, las sirenas no cantaron para mí.

 

Julio Torri De fusilamientos [1940] (fragmento)

a) Mujeres elefantes: maternales, castísimas, perfectas, inspiran siempre un sentimiento esencialmente reverente.

b) Mujeres reptiles: de labios fríos, ojos zarcos, “nos miran sin curiosidad ni comprensión desde otra especie zoológica”.

c) Mujeres tarántulas: vestidas siempre de negro, de largas y pesadas pestañas, ojillos de bestezuelas cándidas. Ante ellas, sólo se puede vivir convulso de atracción y espanto.

d) Mujeres asnas: son la tentación y la perdición de los hombres superiores. El diablo a veces adopta su terrible apariencia.

e) Mujeres vacas: de ojos grandes y mugir amenazador, rumian deberes y faenas. Las define el matrimonio

 

Referencias


Siguiente página