Nacionalismos y rivalidades

La alianza entre los países para enfrentar al enemigo no es un fenómeno exclusivo del siglo XIX, lo singular de la época imperialista es que estas uniones se formaron en el momento en el que el desarrollo económico había dado lugar a que varias naciones tuvieran un poderío. Se trataba de la confrontación entre países europeos tan influyentes económica y políticamente, que cada cual tenía la capacidad de enfrentarse al otro, por lo que fue necesario formar alianzas para oponerse al contrario y desalentar cualquier agresión.

La Conferencia de Berlín (1854-1855) había sido el escenario en el que las potencias midieron sus fuerzas. La reunión se había planteado en términos amistosos para establecer formas más “civilizadas” de repartirse los territorios que todavía no habían sido conquistados; sin embargo, dicha conferencia puso al descubierto que las grandes potencias no estaban dispuestas a negociar nada en cuanto a sus posesiones coloniales. En pocas palabras, quedaban evidenciados los apuros que pasarían los rivales en caso de enfrentarse en una guerra.

Queremos reunir
a todos los países alemanes
todos sus miembros desgarrados
entrelazados por un vínculo fuerte
que los reúne por una eternidad
ninguna disputa podría separarlos jamás

Franziska Lay (2008)

Canción alemana de la época que expresa el sentimiento nacionalista

conferencia en berlín

Conferencia de Berlín (1884-1885)

Los intereses económicos fueron un elemento muy importante en el enfrentamiento entre las potencias europeas, pero el nacionalismo jugó un papel ideológico decisivo en la radicalización de las contradicciones, éste tuvo múltiples formas. Existió un nacionalismo de derecha (conservador) que rechazaba las ideas socialistas, y liberales, así como lo extranjero; además era partidario de la expansión territorial basada en la idea de superioridad de su nación. Contrario a éste, hubo otro que promovía el derecho de un pueblo a ser independiente, rechazando el sometimiento a una nación económica o militarmente más fuerte. También los socialistas y las organizaciones obreras lo reivindicaban pero rechazaban la expansión y el dominio de otros países. Por desgracia, el nacionalismo que predominó fue el que tuvo tintes xenofóbicos, el “odio al vecino” quedó de manifiesto en la víspera del estallido de la Gran Guerra.

Otro aspecto importante de la cuestión nacional fue el que se presentó al interior de los imperios. Debemos recordar que los imperios existentes a finales del siglo XIX se habían formado con la unión, forzada o más o menos voluntaria, de distintos estados vecinos en una misma entidad geográfica y política, aceptando formar una unidad y sujetarse a las reglas que ésta imponía. Pero la unidad no borraba las múltiples diferencias -algunas de ellas muy profundas-, las había de carácter económico, político, militar, étnico, religioso y cultural; esas desigualdades también se hacían sentir en el estatus político y social de las poblaciones sometidas. Esa fue la contradicción que dio lugar a las luchas nacionalistas que buscaban terminar con el sometimiento de los poderosos y formar una nación independiente. Tal fenómeno se presentó en el Imperio ruso, el otomano y en el Austro-Húngaro, éste último fue muy importante dado que los conflictos en la región balcánica (dominada parcialmente por él) fueron el antecedente inmediato de la Primera Guerra.

Previo a la creación del imperio, Austria y Hungría eran dos estados diferentes. Austria había formado parte del Sacro Imperio Romano Germánico el cual se disolvió en 1806, posteriormente se integró el Imperio Austríaco que abarcaba los actuales territorios de Italia, Polonia y los Balcanes. En el territorio imperial cohabitaban un gran número de nacionalidades: alemanes, checos, polacos, rumanos, húngaros, italianos, ucranianos, croatas, eslovacos, eslovenos, serbios, y otros grupos menos numerosos; por esta razón existía un gran mosaico cultural en la región. En 1859 Austria vivió una guerra contra Cerdeña y en 1867 lo hizo contra Prusia, en ambas ocasiones fue derrotada. Sus fracasos bélicos evidenciaban su debilidad, lo que le llevó a buscar una unión con Hungría para formar, en 1867, el Imperio Austro-Húngaro, ofreciéndole igualdad de condiciones, al menos en papel.

Hungría era un estado independiente, muy poderoso, que formaba parte del Sacro Imperio Romano germánico. Cuando en 1526 murió el rey de Hungría de inmediato fue reclamado el trono por los Habsburgo, dinastía gobernante de Austria, pero la oposición francesa evitó que esto sucediera. En 1541 cayó en manos de los turcos pero fueron expulsados en 1686 logrando la reunificación del reino de Hungría. Para 1848, los húngaros llevaron a cabo un movimiento para independizarse de Austria pero fracasó, y en esta condición se encontraba cuando dicha nación la requirió para formar el Imperio Austro-Húngaro, también conocido como la monarquía dual.

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