Los obrajes (manufacturas) fueron empresas textiles dedicadas a la fabricación de telas de lana, algodón, jergas, frazadas y sombreros para el consumo interno. Para fines del siglo XVI su producción fue alta y de buena calidad logrando en poco tiempo satisfacer buena parte de la demanda interna, exportando mercancías a Perú y Guatemala.
En 1751 el número de obrajes establecidos era de más de ochenta en la Ciudad de México, Xochimilco, Puebla, Tlaxcala, Tepeaca, Celaya y Texcoco. Los obrajes de la región de El Bajío (parte de los actuales estados de Guanajuato, Pachuca y Querétaro) abastecían la demanda de las minas y las haciendas del norte. La alta producción de manufacturas se dio porque los obrajes contaban con un aprovisionamiento de materias primas, además existía la división del trabajo y una fuerte explotación de los trabajadores.
El taller artesanal
El taller artesanal formado por hombres libres, que por lo general con sus familiares, elaboraban distintos artículos como zapatos, alfarería, vidrio, hierro forjado, talavera, laudaría (elaboración de instrumentos musicales de cuerdas), plata, seda, bordados, muebles, cordones, pintores, doradores, coheteros, sastres, jugueteros, entre otros productos. La producción de los talleres artesanales fue reducida, y estuvo orientada al mercado urbano.
Fue una institución controlada por los “gremios”; asociaciones de artesanos de una misma profesión en una localidad o región. Los gremios fueron organizaciones jerárquicas (aprendices, oficiales y maestros), cerradas (los maestros artesanos debían demostrar “pureza de sangre”, lo que significa no ser descendientes de judíos y moros) y monopólicas (no se podía crear otro gremio de la misma actividad lo que cancelaba la posibilidad de competencia).
En el siglo XVII los talleres artesanales entraron en decadencia y fueron suprimidos por las Reformas Borbónicas en 1790.
Ahora realiza el ejercicio 4.